La Acción Católica femenina, que había tenido una gran influencia desde los años veinte, volvió a reorganizarse a partir de 1940. El 26 de abril de ese año abría una sede en Madrid y para 1942 ya se encontraba en todas las diócesis españolas[38]. Durante toda la década, las ramas femeninas vivieron un esplendor organizativo, tanto en la expansión de redes parroquiales como en el incremento del número de socias. Jóvenes y mujeres de clase media veían la oportunidad de implicarse de forma activa en la reconstrucción moral, educativa y cristiana de las mujeres[39]. La organización daba respuesta a sus inquietudes y canalizaba sus deseos de participación pública a través de actividades de beneficencia, tareas culturales, clases de doctrina cristiana o de formación profesional. Constituía además un espacio donde socializar y relacionarse. También tenían acceso a medios de perfeccionamiento espiritual después de los años de vacío de la guerra[40].
Es más, «la Acción Católica puso en sus manos dos armas muy poderosas: la formación, recibida a través de los círculos de estudio, y la acción, a través de los diferentes cargos apostólicos que ejercieron a nivel parroquial, diocesano y nacional; y con ambas armas se adiestraron en el ejercicio de la planificación, la toma de decisiones y la ejecución de proyectos»[41].
Una vez expuesto este panorama político y social puede entenderse mejor, de modo general, la novedad que el mensaje del Opus Dei presentaba a mujeres con inquietudes de mayor compromiso con Dios, pero que no se veían en la vida religiosa.
LA NOVEDAD DEL MENSAJE DEL OPUS DEI PARA LAS MUJERES
Desde que José María Escrivá había entendido que la presencia femenina era necesaria para que su mensaje llegara a todos los lugares de la sociedad, se ocupó de plantearles el mismo horizonte de santidad y apostolado que ya había planteado a los varones. A la vez, empezó a diseñar el esquema general y la estructura de gobierno del Opus Dei, que contaría con dos ramas, como las llamaba entonces, una de hombres y otra de mujeres, serían independientes y desarrollarían con autonomía sus propias actividades de evangelización.
Los escritos y predicación de Escrivá durante los años treinta y cuarenta reflejaban un pensamiento novedoso respecto a las posibilidades de las mujeres, en contraste con las ideas dominantes. En sus primeros cuadernos —conocidos como Apuntes íntimos— expresó su certeza en la importante misión que les correspondería en la promoción del medio rural, o en otras actividades como la «Alta cultura, Prensa, Espectáculos, Empresa, Clínicas», a la vez que hablaba de peluqueras, cocineras, artesanas, planchadoras que difundirían también esa llamada a la santidad, sin distinción de clases[42].
La novedad y originalidad de su pensamiento se revela en la comprensión del papel de la mujer en la familia y en la sociedad. Un papel que iba más allá de la creación de un hogar, puesto que debía impregnar todas las profesiones y ocupaciones de la vida civil, aportando lo específicamente femenino. Desde el principio las veía metidas en tareas profesionales y de promoción social. De hecho, entre las primeras mujeres que se incorporaron al Opus Dei, algunas tenían ya una trayectoria profesional, como se verá en el siguiente capítulo. Carmen Cuervo era Inspectora auxiliar de Trabajo y había estudiado Filosofía y Letras; Hermógenes García Ruiz estudió Magisterio y trabajaba en una empresa cuando conoció a Escrivá, y Modesta Cabeza era pianista.
La guerra civil no rebajó sus proyectos y en 1939 presentaba un ambicioso panorama a Dolores Fisac y a Amparo Rodríguez Casado, las dos mujeres con las que podía contar por el momento:
El Padre [J. Escrivá] estuvo hablándonos a las dos y nos explicó a grandes rasgos el Opus Dei, que nos pareció sobrecogedor y precioso. Me asustó un poco: me veía realmente muy inútil, incapaz de estar a la altura de las circunstancias, que quizá me sobreexcedía y no era para mí... El Padre me quitó toda la inseguridad: la Obra saldría adelante, no con sabios ni con genios, sino con personas escogidas por Dios con la vocación peculiar que Dios nos concedía; y yo la tenía... ¡y grandísima!
Nos habló de la expansión de la Obra, de los apostolados que pondríamos en marcha, del crecimiento de la labor, exactamente como ahora —treinta años después— lo vemos realizado[43].
Unos horizontes amplios que nunca dejó de plantear, aunque al principio el crecimiento fuera lento. En julio de 1942, un grupo de jóvenes empezó a vivir en un centro en la calle Jorge Manrique. Solo un mes más tarde compartía con dos de ellas la proyección de los apostolados que realizarían. Nisa González Guzmán[44] (la directora del centro), por ejemplo, dejó constancia de sus impresiones sobre esa conversación en el Diario:
Nos ha hecho dar un vistazo a la Obra (a vista de pájaro) a Encarnita [Ortega] y a mí. Es maravilloso. Desde luego sin una inspiración divina a nadie se le puede ocurrir cosa semejante. Me explico perfectamente que nos odien los enemigos de la Iglesia. Antes pensaba muchas veces en el fracaso, ahora desde que veo cómo es esto por dentro nunca se me ocurre semejante cosa. Solamente que yo tal vez no vea los frutos de este árbol, porque soy bastante vieja para ello, pero no me importa mucho, casi es mejor sembrar para que otros recojan[45].
Y lo cierto es que llegó a ver todo eso. González Guzmán murió en 1998. Para entonces las mujeres del Opus Dei estaban en los cinco continentes desarrollando todo tipo de profesiones, iniciativas sociales y de evangelización en todos los ambientes. Ella misma había estado en Italia, Estados Unidos, Canadá e Inglaterra.
Encarnación Ortega, la otra asistente, jamás olvidó aquellas palabras y en 1975, cuando muchas de las cosas que Escrivá les propuso ya eran una realidad, recordaba con detalle:
Sobre la mesa extendió un cuadro que exponía las distintas labores que la Sección femenina del Opus Dei iba a realizar en el mundo. Sólo el hecho de seguir al Padre, que nos las explicaba con viveza, casi producía sensación de vértigo: granjas para campesinas; distintas casas de capacitación profesional para la mujer; residencias de universitarias; actividades de la moda; casas de maternidad en distintas ciudades del mundo; bibliotecas circulantes que harían llegar lectura sana y formativa hasta los pueblos más remotos; librerías... Y, como lo más importante, el apostolado personal de cada una de las asociadas, que no se puede registrar ni medir[46].
Puede considerarse que la actividad de estas mujeres fue un trabajo pionero, puesto que se lanzaron con fe y valentía a hacer realidad un mensaje que en esos años chocaba con la mentalidad del momento. Una vez que Escrivá comprobó que las mujeres habían asumido lo esencial del mensaje, las dejó actuar con autonomía, dando rienda suelta a su creatividad y, a la vez, estando cerca para ayudarles a sacar experiencias.
Aunque ya fuera de nuestro marco cronológico, las ideas de José María Escrivá sobre el papel de la mujer quedan expresadas en la entrevista concedida a la revista Telva en 1968. Siempre apostó por el liderazgo femenino en el hogar, convencido de su mayor capacidad para crear un entorno familiar, agradable y formativo. También veía necesaria la contribución de la mujer a la sociedad entera a través de una participación política y social más activa. «Una sociedad moderna democrática ha de reconocer a la mujer su derecho a tomar parte activa en la vida pública y crear condiciones favorables para que ejerciten ese derecho tantas como lo deseen». Señalaba que, si la atención de la mujer debía centrarse en el marido y los hijos, de la misma manera debía centrarse el marido en la mujer y los hijos[47].
Es importante traer a colación estas últimas ideas porque señalan un aspecto del mensaje del Opus Dei que el fundador fue madurando con el tiempo y que tiene que ver con su visión de la Obra como una familia. Me parece conveniente detenerme a explicar el origen de lo que se conoce como la Administración (ver Glosario), algo que va más allá de la gestión doméstica de una casa, pues tiene la misión de hacer familia.
Nacimiento y desarrollo de la Administración de los centros
En 1935 Escrivá había escrito que un centro «no es colegio, ni convento, ni cuartel, ni asilo, ni pensión: es familia»[48]. Cuando escribió estas palabras, la única casa que