Una nueva forma de ser Iglesia. José María Arnaiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Arnaiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428835251
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que tradicionalmente la reforma eclesial siempre se ha definido como un cambio para mejor y que se debe hacer cuando se da una urgente necesidad. Cuando eso ocurre, esa idea de reforma se convierte en un caballo de batalla y en una urgente necesidad, y «hay que ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir a día de hoy» (Francisco, en L’Osservatore Romano, 20 de junio de 2014). Esa es la situación presente, y tenemos que precisar los instrumentos con los que hay que llevar a cabo dicha reforma y cómo presentar esa nueva forma de ser Iglesia que se está pidiendo con voz fuerte. Ecclesia semper reformanda nos recuerda que el «siempre» de esta proclama nos pone a tono con lo que Dios quiere. Como afirma Francisco, «la Iglesia siempre se tiene que reformar, si no, se queda atrás. Hay cosas que servían para el pasado y otras épocas y ahora ya no sirven, entonces hay que reformarlas».

      Con esta reconfiguración de la Iglesia vamos a entrar en el tema desde la perspectiva de lo nuevo, de una nueva forma de ser Iglesia, del vino nuevo en odres nuevos (Mc 2,18-22). En la Iglesia estamos buscando algo nuevo, una nueva forma de ser Iglesia. Las primeras comunidades cristianas destacaron con mucha fuerza la novedad que para ellas representaban el mensaje y la actuación de Jesús. Con él se inicia una «nueva alianza»; se introduce el «mandamiento nuevo del amor»; es portador de un «espíritu nuevo» y una «vida nueva». Hace posible la esperanza de conocer un día el «nuevo cielo» y la «tierra nueva». Solo él puede decir: «Todo lo hago nuevo» (Ap 21,5). Bien sabemos que esta novedad exige nuevos esquemas mentales, nuevos modos de actuación, nuevas formas y estructuras que estén en sintonía con la vida y el espíritu nuevos que trae Jesús. Nos toca asumir la novedad de Jesús, que nos lleva a una vida más intensa, más honda y más gozosa. Según el mismo Jesús, es una equivocación poner un remiendo nuevo a un manto viejo o echar vino nuevo en odres viejos.

      La novedad tiene que llegar hasta el fondo; hay que renovar desde la raíz. «Nadie cose un remiendo de tela nueva a un vestido viejo, porque lo añadido hará encoger el vestido, lo nuevo hará encoger lo viejo y el desgarrón se hará mayor» (Mc 2,20-22). Una verdadera reforma de la Iglesia es algo nuevo; un vino nuevo para la misma Iglesia y para la humanidad. Es un error poner pequeños remiendos a una Iglesia que se presente como una realidad envejecida y deteriorada. Hemos de renovar nuestra Iglesia desde lo más hondo. No dudemos de que eso nos llevará a recuperar la alegría. Esto es un claro signo de lo valiosamente nuevo que ha conseguido la Iglesia. La alegría se descubre cuando se vive la vida con fuerza, desde dentro, con novedad. En la Iglesia que acompaña a lo nuevo se advierte el fruto de la novedad cuando se abre a las llamadas que nos invitan al amor, la adoración y la fe entregada. Para nada hay que tener miedo a la novedad que proviene de Cristo muerto y resucitado.

      Por supuesto, no podemos contentarnos con un pasado glorioso; la Iglesia no debe convertirse en monumento de lo que fue ni reducirse a alimentar la nostalgia de ese pasado. Hemos de pasar de bautizados a discípulos y de discípulos a misioneros. Estamos en una Iglesia, sobre todo en América Latina, de discípulos misioneros, que se proclama en estado de misión y que mira hacia adelante, que para nada quiere reducirse a una mera supervivencia. Tiene que tomar conciencia de que el futuro se está gestando en el presente.

      Hemos de purificar nuestro cristianismo de adherencias culturales en las que con frecuencia nos hemos quedado anclados e incrustados y, por tanto, paralizados o yendo hacia atrás. Nos toca abrirnos a lo nuevo que está aflorando y que marca el espíritu, las estructuras y los modos de proceder. Esa Iglesia tiene que acoger la diversidad sexual, cultural, generacional, religiosa, ecológica, socio-política y económica; y, por supuesto, nos tiene que orientar al Otro, al totalmente diverso, al Misterio, al Amor, al Padre de Jesús de Nazaret. En el fondo, lo que se le pide a esa nueva forma de ser Iglesia es ser la Iglesia de Jesús y, por tanto, permanecer en él y dar fruto.

      «El Espíritu Santo no es un Espíritu de innovación, sino de incesante renovación por la fuerza del origen, es decir, por el Evangelio de Jesucristo, porque la tarea del Espíritu Santo es continuar haciendo presente a Jesucristo en su novedad» (W. Kasper). Estas palabras del cardenal Kasper nos ayudan a clarificar de inmediato la perspectiva en la que nos vamos a orientar y con la que vamos a relacionar el Espíritu, el Evangelio y la renovación de la Iglesia. Se trata de precisar, en diálogo con los tiempos, la innovación, que se traduce en cambio de estructuras, de lenguajes, de comportamientos y otros muchos aspectos por el estilo. La auténtica renovación nos lleva constantemente al punto generador de la vida de la Iglesia, que es el Evangelio.

      Queremos juntar atinadamente en estas páginas innovación y renovación. Queremos recuperar el centro, la palabra iluminadora de Dios, y, a partir del centro, llegar al horizonte, a la misión, a la confrontación con la historia y la experiencia humana, que constituye lo cotidiano de la vida de la Iglesia. Así puede tener vida abundante la Iglesia, y para ello debe tener muy en cuenta las auténticas necesidades de las personas. En el fondo, se trata de «conformar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio, arraigada en nuestra historia desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo que genere discípulos y misioneros» (Aparecida 11).

      2

      ¿DE DÓNDE VENIMOS? ¿DÓNDE ESTAMOS?

      EN UNA IGLESIA EN CRISIS

      «Cuando teníamos todas las respuestas listas, nos cambiaron las preguntas» (E. Galiano). Eso ocurre en la Iglesia de nuestros días. De hecho, más que en una época de cambios estamos en un cambio de época, en la que tenemos la sensación de que «todo lo que es sólido se deshace en el aire» (J. Baudrillard). Estamos perplejos, incluidos los cristianos y la misma Iglesia. En esta época impera la razón técnico-industrial y el crecimiento económico sin ética y sin valores y, por tanto, sin límites. Por lo mismo, sus profundas transformaciones en curso, con sus singulares características y sus inquietantes síntomas, nos arrojan a lo imprevisible. Estamos en crisis. No es extraño que se eleven cada vez más voces clamando por la necesidad de una revolución más profunda que la que pueden aportar los sistemas ideológicos y también la misma Iglesia.

      Así es, ya que nos damos cuenta de que estamos caminando rápidamente, pero no sabemos bien hacia dónde. Solo presentimos que la intensidad y la cantidad de los cambios aluden a una nueva era. En ese sentido se habla de la era «posindustrial», «posmoderna» e incluso «poscristiana» y «poseclesial». Algunos se refieren a una especie de «cisma blanco» que se habría instalado en el seno de la institución eclesial y que hace que haya cristianos sin Iglesia, que «crean, pero no pertenezcan». Todos coinciden en que la comunidad eclesial actual se encuentra en una situación «tensionada» entre su realidad concreta y a veces contradictoria y la esperanza que brota de sus propios anhelos de reforma; se sitúa entre sus fragilidades y sus fortalezas, reto capaz de ser, difícilmente un testimonio capaz de despertar credibilidad.

      Sin ninguna duda, el llamamiento a vivir de una nueva forma como Iglesia le exige en este momento la capacidad de humildad suficiente para confrontarse audazmente con el fracaso y el límite, e incluso esto mismo hacerlo con sinceridad. Por supuesto, la tensión de la Iglesia es la propia de quien tiene una condición de peregrina y una meta escatológica, y la de alguien al que no le falta y vive el contraste de tener abusos y escándalos y, al mismo tiempo o por lo mismo, anhelos de reforma. Esto nos lleva a repensar, renovar y refundar la Iglesia para el presente y el futuro si queremos salir de la crisis, que por supuesto paraliza y desalienta. No son pocas las tentaciones y debilidades que frenan su misión, que de una u otra forma nos paralizan y que en la práctica nos hacen olvidar los indicios y los testimonios de santidad en crecimiento.

      La vida consagrada y los clérigos son parte de esta Iglesia y de su crisis, y en crisis están; y tienen conciencia de que les corresponde un aporte especial y significativo para afrontar esta situación, como lo han hecho muchas veces en su historia. Como religioso, tengo claro que los religiosos, en varios momentos de esa historia, tuvieron que testimoniar y anunciar que la Iglesia se encontraba en un callejón sin salida. Más aún, han tenido que vivir esos momentos como una época de transición y, mejor aún, como un tiempo pascual. Incluso lo han visto y transformado en una nueva síntesis, y no son pocos los que la consideran como una bendición y, por usar texto y contexto bíblico, como un nuevo Pentecostés. Así nació un nuevo carisma y, por supuesto,