Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Irina Podgorny
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789876286039
Скачать книгу
Ameghino principiaba su colección. Algunos diarios anunciaron la probable visita de Burmeister a Mercedes. Quien llegaría para examinar el sitio de hallazgo de un supuesto hombre fósil sería, en cambio, Giovanni Ramorino, una conexión allanada por la afinidad genovesa. Lombardos y franceses, tanto en Europa como en América, estaban interesados en la posibilidad de establecer una rama argentina de la arqueología prehistórica, cuyos hallazgos se sucedían en el espacio geográfico de los Alpes mediterráneos. Gracias al dialecto se reencontrarían en las pampas, donde, a pesar de no poder recrear las cuevas y el mar ligur, recompondrían vínculos y proyectos. Ramorino practicó excavaciones con Ameghino y planificó proseguirlas “de modo formal”.

      A sabiendas de las diversas colecciones vendidas en el pasado al Muséum de Historia Natural de París, Ameghino, en octubre de 1875, le escribiría al zoólogo Paul Gervais, profesor de la cátedra de Anatomía Comparada, preguntando por el paradero del hombre fósil de la colección de Séguin. Le pedía, además, varias cosas: la primera, una descripción de los objetos para adjuntar a la publicación que preparaba sobre la antigüedad del hombre en las pampas argentinas; la segunda, si podía preguntarle a Séguin –siempre que viviera– por la procedencia exacta de sus hallazgos para poder emprender nuevas excavaciones; la tercera, si en el siguiente número de su revista, el Journal de Zoologie, podría incluir la noticia de sus descubrimientos y el anuncio de la obra en preparación. Gervais, en sus inicios, había sido hostil al transformismo, adepto a una creación progresiva de los seres vivos; sólo sobre el fin de su vida –es decir, en los años del intercambio con Ameghino– admitió, pero apenas a título de hipótesis, una cierta forma de evolución lenta de las especies, una posición bastante cercana a la sostenida por Burmeister en Buenos Aires. Siguiendo la costumbre de dar a conocer las cartas de los corresponsales de las partes más remotas del globo, Gervais cumplió con esta parte del pedido.

      Ameghino, a través de Pozzi que viajaba a Europa, le escribiría en los mismos términos a Antonio Stoppani, uno de los principales promotores de los estudios prehistóricos, responsable de las colecciones paleontológicas y geológicas del Museo de Milán. Le contaba, en italiano, los mismos detalles que a Gervais, agregando una de las ideas por las que se lo recuerda hasta hoy: a raíz del hallazgo de sílices y de huesos trabajados dentro de la coraza de un gliptodonte, Ameghino pensaba que, a falta de cavernas, los hombres antiguos de la pampa habrían habitado dentro de estos caparazones gigantescos. Como a Gervais, le solicitaba la descripción del esqueleto que él mismo había remitido.

      Ameghino guardó las copias de estas cartas y, dedicado a compilar las noticias de los hallazgos prehistóricos rioplatenses, armó una carpeta de recortes de periódicos, moviéndose de acuerdo con las novedades que se iban publicando. Los hombres coleccionaban objetos, pero las cosas también reunían –y desunían– personas. Así, al leer en La Libertad de Buenos Aires que en diciembre de 1875 cerca de Bosque Alegre, en la falda oriental de la sierra de Córdoba, unos señores habían descubierto huesos humanos antediluvianos, los contactó, explicándoles cuánto le interesaba ese tipo de descubrimiento. Si, como decía el periódico, su extracción era fácil, les solicitaba remitir en una cajita a Ramorino los huesos de la cabeza. Se trataba de un favor a la ciencia, de cuyo transporte y costes él se haría cargo.

      La colaboración con Ramorino produjo más frutos: a partir de su visita a Mercedes, el periódico La Aspiración se puso a disposición. Se trataba del primer diario de la mañana del interior de la provincia de Buenos Aires, complementado desde 1876 con el diario La Reforma, que en 1877 trasladó su redacción a Chivilcoy. Ambos estaban dirigidos por Luis A. Mohr, un antiguo guerrero del Paraguay que luego se haría conocido por su defensa de los derechos de la mujer. Mohr, nieto de Francisco José Mohr, primer cónsul prusiano, exsocio de la casa Mohr & Ludovici, comerciantes de Buenos Aires, ofrecía difundir gratuitamente la obra de ese educacionista que invertía el poco dinero obtenido de su trabajo en una ciencia combatida “por la vulgaridad y el egoísmo de los sabios”. Que, a la hora de la verdad, no era tanto: en noviembre de 1875, “por sus investigaciones científicas, por su contracción y anhelo en la investigación de los secretos de la ciencia paleontológica”, recibía una mención honorífica en el primer concurso y exposición de la Sociedad Científica Argentina reunida en el gabinete de Física del Colegio Nacional de Buenos Aires.

      La Aspiración, poco después, anunciaría un “descubrimiento importante” en la cañada de Rocha, afluente del Luján: un “paradero de hombres prehistóricos, de una época muy remota”. En quince días de excavaciones, Ameghino había encontrado más de doscientos cincuenta pedazos de antiguos vasos y utensilios de barro, cincuenta instrumentos de piedra y hueso en forma de puntas de flecha, punzones, cuchillos y raspaderas, cuarenta cuernos de ciervo trabajados por el hombre, un millar de huesos largos y más de cinco mil huesos de diversos animales, muchos de ellos rotos longitudinalmente para extraer la médula. Mamíferos, reptiles, pájaros y pescados, un centenar de cráneos y mandíbulas de ciervos, guanacos, armadillos, perros, zorros, vizcachas, lagartos mezclados con cenizas, carbón, huesos quemados y conchillas. Además, había un mustélido y un caballo de pequeña talla, ambos extintos. Estas noticias, gracias a los contactos de Mohr, prontamente aparecieron en los diarios de Buenos Aires. Otro inspector de escuelas, el señor Timoteo Fontova, atraído por el asunto, escribió planteando, palabras más, palabras menos, las mismas preguntas que Ameghino les hacía a sus corresponsales cordobeses: ¿es cierto el hecho, o no? ¿A qué distancia se encuentra del pueblo el sitio con las osamentas? ¿Cómo se llega, qué medios de locomoción hay disponibles? ¿Hay huesos de hombre? ¿Se permite estudiarlos? Quería ir a verlos un domingo, su día libre. Ameghino le contestaba desde la casa familiar de Luján –era verano y estaba de vacaciones, instalado con sus padres y con Juan y Carlos, sus hermanos menores, quienes lo ayudaban en sus excursiones–: las noticias de los diarios eran ciertas; el sitio estaba a una legua de la villa y se podía llegar a caballo o en carruaje; los objetos, guardados en Mercedes, a disposición.

      Poco antes, un amigo de Buenos Aires lo había visitado, maravillado por esas “curiosidades” que en Europa se pagarían a peso de oro. El joven tenía condiciones para sabio, se pasaba tres días en el agua con peligro para su salud, para extraer del fondo del lodo los restos de algún animal antediluviano. Con perseverancia y una fe inspirada por la ciencia, había conseguido descubrir cuarenta especies completamente desconocidas.

      Donde ningún ojo profano descubre nada, él ve un vestigio, un utensilio, un arma, un esqueleto prehistórico. Así ha podido armar más de veinte esqueletos de mamíferos que causarían la delicia y el éxtasis científico de Burmeister. Así ha podido coleccionar más de mil ejemplares de sílex trabajados, pertenecientes a la edad de la piedra. Así ha podido remitir a la Sociedad Científica Argentina, la más rica colección de instrumentos de hueso que existe en el país, con la cual prueba la existencia del hombre fósil, en esta parte del mundo llamada nueva, y que la palabra inflexible de la ciencia, viene a revelar que quizás es la más vieja.

      Se trataba de un joven muy modesto, muy sencillo y, sobre todo, muy estudioso, tanto que los mozos de su edad juzgaban su despreocupación por infelicidad y lo saludaban con una sonrisita de lástima.

      En abril de 1876, estimulado por sus hallazgos, la prensa y Ramorino, Ameghino presentaría a la Sociedad Científica otra memoria sobre El hombre cuaternario en la Pampa para demostrar la convivencia, en las pampas argentinas y en una época geológica anterior a la presente, del hombre cuaternario con los animales colosales cuyos restos ornamentaban los museos de Europa y América. Se basaba en el examen de los huesos animales con huellas humanas, los pedernales tallados, el carbón vegetal, la tierra cocida y los fósiles humanos. Ramorino, sin embargo, no pudo cumplir con su promesa de defenderlo: enfermo, se iría a morir a Génova. Ameghino, con sus protectores débiles o al borde de la muerte, envió “todas las clases de pruebas” para que hablaran por sí solas.

      La Sociedad Científica Argentina era el tribunal para los hallazgos de carácter dudoso, como el realizado por los hermanos Breton, unos franceses de la provincia de Buenos Aires que desde 1866 proveían de fósiles al Museo Público y también sostenían contar con restos del hombre fósil de las pampas: una punta de flecha, extraída en presencia del juez de paz de Luján y otros testigos, quienes