Esto no es una canción de amor. Abril Posas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Abril Posas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078646661
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y de pobres parroquianos que solo querían cumplir con la cuota semanal de adoración. Mis primos, todos, asistieron. Algunos ya con bebés, ya de la mano de quienes serían sus parejas eternas años después. Esa fue la última vez que nos vimos con la intensidad que todavía tienen algunos de mis compañeros de la oficina, esos veinteañeros que dicen que nunca se separarán de sus grupos de amigos. Como si la Metástasis del Tiempo fuera un invento de ancianas locas.

      Pero ya no somos así. Porque ellos ya están justo ahí, donde se supone que debían estar, y yo estoy acá, en donde no sé si debería. Al pasar los años, mientras se empezaron a acumular estos domingos de desayuno, aprendí cómo se construyó mi lugar. Una epifanía más a la lista. El sitio de la prima que no se entera de todos los chismes porque no está en el chat grupal. Y que tampoco quiere estar ahí, por dios. La silla en la mesa para la tía de un montón de niños que no saben su nombre. Y honestamente no los reconocería si se los encuentra en la calle. La sobrina que los más viejos dan por muerta. O por lesbiana, porque no se ha casado. La pariente a la que invitan a algunas bodas, a casi todos los funerales, a ninguna Navidad, pero sí a todos los desayunos dominicales. La que lleva el pan y las cocas, pues. ¿Pero oveja negra? Nah. Más bien incómoda.

      De pronto ya es domingo otra vez y estoy pensando en lo mismo, con la mirada perdida, ignorando a no sé quién que acaba de hacer algo que yo no. «Mira, hija», se me acerca la tía anfitriona y me regresa a mi café tibio. Lleva en la mano una foto vieja, más vieja que mis recuerdos de adolescencia, y la deja frente a mí, junto al cenicero improvisado con una servilleta. La imagen está desenfocada, los colores deslavados, es el sueño húmedo de cualquier instagramero que busca el filtro perfecto antes de subir la foto de los huevos benedictinos que acostumbra en su brunch, mientras yo estoy acá, engordando con la deliciosa receta de la abuela. En los bordes blancos aparece una fecha: mayo, 1966. Dios santo, es viejísima. No reconozco a nadie, excepto a una joven que está justo al centro del grupo de otros seis, supongo que son sus amigos. Es mi madre. Así, sin sacarle mucho análisis, reconozco de inmediato su sonrisa torcida y su cabello rojizo. Aparece al final de una fila de tres chicas, todas con falda a la rodilla, y ella es la única con pantalones y una blusa tejida, seguro hecha por mi abuela. Cualquiera puede concluirlo: es la más cool del grupo. Si hubiera sido mi compañera de clases habría intentado unirme a su pandilla, cómo no. Sería la protagonista de sus bromas y sus chistes, me invitaría a caminar por el bosque, a robarnos unos tragos del gabinete de los licores de mi abuelo, a fumar en el jardín de las fiestas a las que iba. También sé que hubiera sido la amiga más sincera, dulce y honesta que pudiera tener. Quizá después de Anto. Ella tampoco se guarda lo que piensa de mí, aunque me duela. «¿De dónde sacaste la foto, tía?», y no es que me importe mucho, nada más quiero dar pie a lo siguiente: que si me la puedo llevar, pero se me adelanta y me dice que la rescató de una de las cajas que había tirado después de su muerte y que ahora ya es parte de su álbum familiar. Con que restregándomelo, ¿verdad?, quiero decirle, sin embargo me contengo, porque mi tía no es de ese tipo y, bueno, la oportunidad la había perdido yo. Mejor le sonrío y miro un momento más a esa jovencita que, según mis cálculos, era mucho más joven en ese mayo de 1966 de lo que soy actualmente, y me esfuerzo en guardármela en la cabeza. Mi tía la regresa a un cajón del comedor (¿es eso un álbum de fotos, acaso?) y en el contonear de sus caderas recuerdo el ritmo de una canción que mi madre cantaba mucho cuando estaba por sentarse a leer uno de sus libros. Las caderas van «¿qué será, será? Whatever wil be, will be. The future is not for us to see. Qué será, será» en perfecta sincronía con la música entre mis oídos.

      Esa es mi señal para despedirme.

      Pedaleando de regreso, mis pulmones me reclaman el abuso de los cigarrillos esa semana. Se va a poner peor, pienso, porque en los ensayos fumo más de lo que bebo cerveza. Pero siempre me invade un golpe de energía cuando ya estoy cerca de la casa de Gonzalo, siento que estoy por iniciar una sesión espiritista. Cada quien toma un instrumento, me aferro al micrófono y tomo el primer aliento porque sé que a partir de ahí va a ser un viaje para atrás y, posiblemente, sufra algún golpe de nostalgia. Pero del bueno. Algo así como un escalofrío que te recorre la boca, te adormece la lengua, te nubla la vista un segundo y un ligero mareo te impide mantener los ojos abiertos, que te lloran sin que te des cuenta. Igualito a Homero Simpson comiendo huevo revuelto con gas pimienta. «Here comes the kick»; ya lo estoy saboreando.

      Me acerco a la casa de Gonzalo y veo a los demás guardando sus instrumentos en la camioneta de Yanni. Anto me ve llegar y no deja que me desmonte de la bicicleta para decirme «Estaba escribiéndote un mensaje», me muestra la pantalla estrellada de su celular, «Gon no puede ensayar hoy». Yanni, que ya cerró la cajuela suelta me da la causa: lo llamaron a una entrevista de trabajo de una empresa de software muy importante. «Es la segunda entrevista, Romina. La segunda llamada». Se me va la sangre hasta los pies. Está sucediendo, si le va bien a él, se nos va de aquí y la banda se queda sin sala de ensayo y sin baterista. «Ámonos a mi casa, Rom», dice Anto mientras avienta mi bicicleta en la parte trasera de su Tsuru, «nomás abate el asiento de atrás y ya».

      ¿La burbuja? Truena en mi cara y todavía escucho el pitido de la explosión dentro de mis oídos camino al diminuto departamento de Antofagasta si la canción en turno muere o guarda silencio un instante en la bocina reventada de su auto. Siempre me pasa, odio el silencio. Por eso tengo más listas de reproducción que contactos en Twitter. O en mi teléfono, si a esas vamos.

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