La publicación de un libro como el que el lector tiene ahora en sus manos quizá signifique un tercer momento en la recepción de su pensamiento. Y es que Tiempos trastornados, aparte de confirmar una influencia, abarca toda una serie de cuestiones fundamentales en el trabajo de Bal que hasta ahora no habían sido recibidas con propiedad en el ámbito hispanohablante. Cuestiones presentes en su obra desde los noventa, como la centralidad de la lectura, desarrollada en su polémico Reading Rembrandt,[8] la reflexión acerca de la «historia trastornada», la cita y lo barroco, desplegada en Quoting Caravaggio,[9] o el análisis de los espacios expositivos y el emplazamiento de las obras, recogido en Double Exposures[10], pero también cuestiones más recientes, como su preocupación por el videoarte y la reversión de las temporalidades hegemónicas, tal como aparece, por ejemplo, en la obra de Stan Douglas, o el análisis de la agencia política del arte más allá de lo temático, corazón de sus monografías sobre Doris Salcedo, Ann Veronica Janssens y Eija-Liisa Ahtila,[11] así como las implicaciones de la propia práctica artística como forma de análisis cultural a través de lo que ella ha llamado «auto-teoría».
Todas estas cuestiones, junto a la mencionada reflexión sobre los límites y alcance de los estudios de cultura visual o la consideración de las estéticas migratorias, se articulan y entrelazan en un libro que funciona como una constelación de ideas, preocupaciones, posicionamientos, intervenciones y teorías que conforman un pensamiento que, aunque se ha ido modulando a través de los años, ha mantenido unos centros de tensión constantes perfectamente reconocibles. En este sentido, Tiempos trastornados es mucho más que una compilación de artículos o capítulos de libro. A través de la relectura y la reescritura, Mieke Bal ha creado una nueva obra que no puede encontrarse en esa forma en ningún otro idioma y que ofrece al lector de habla hispana una imagen bastante completa de su modo particular de pensar el arte, la imagen y la cultura. Un libro en el que emerge de modo claro una preocupación central que atraviesa todas las demás y que actúa casi como aglutinante de problemas e intereses: el tiempo.
Como reconoce la autora, «todo el libro al final es sobre el tiempo: el anacronismo y la historia trastornada; la heterocronía y la experiencia migratoria; la duración y la adherencia de la instalación y de los espacios expositivos; la manera en la que los locos se quedan atascados en el tiempo. Todas estas facetas de la imagen de cristal del tiempo han sido reunidas en este libro». Esta preocupación por el tiempo adquiere una pertinencia aún mayor de la que tenía en origen si se observa a la luz de la reciente problematización de la temporalidad en las humanidades contemporáneas. Autores como Georges Didi-Huberman, Terry Smith, Keith Moxey, Christine Ross o Amelia Groom han dado cuenta en los últimos años de esa centralidad del tiempo en el ámbito del arte y la cultura visual[12]. Las cuestiones que han analizado en sus obras –anacronismo, tiempo alterado, heterocronía, multiciplicidad temporal, lectura discontinua de la historia, contemporaneidad del pasado…–, problemas que ahora pueblan los textos de un gran número de críticos y pensadores, aparecen en la obra de Mieke Bal desde un principio, mucho antes de que se convirtieran en «problemas del momento». Sin embargo, al enunciarse ahora desde el título del libro, la preocupación por el tiempo se hace aún más evidente y, casi en acción diferida, da un nuevo sentido a todo lo escrito, que, inmediatamente, se convierte en una meditación sobre la temporalidad.
Sin duda, el tiempo es aquí el centro; está en el título del libro y puede ser visto como la clave de lectura de todos los capítulos. Aun así, en esta introducción me gustaría sugerir otras dos constantes que actúan en la obra de Mieke Bal: el movimiento y el encuentro. Dos figuras que pertenecen a la lógica temporal, pero que me parece necesario identificar. Y es que el pensamiento temporal de Mieke puede ser visto como un pensamiento que surge a través del movimiento, que se inicia en el desplazamiento y que culmina, que actúa, en el encuentro, en el surgimiento de zonas de contacto. Un pensamiento movilizado, pero también un pensamiento de relación.
Movilizar la frontera
Desde sus inicios en la narratología hasta sus últimos trabajos como artista, Mieke Bal no ha cesado de moverse entre objetos, métodos y teorías. Su propia trayectoria es un ejemplo de ese viaje de los conceptos que de modo tan magistral ha analizado en más de una ocasión[13]. Un pensamiento limítrofe, in-disciplinado, difícil de situar en alguna disciplina concreta, que camina hacia las fronteras e intenta movilizarlas, revirtiendo la fijeza y la estructura anquilosada de las disciplinas tradicionales. Todos sus trabajos, desde un principio, se han caracterizado por esa ruptura de los límites de las disciplinas y por el cuestionamiento de los sentidos prefijados, por una necesidad de leer de nuevo y no dar nada nunca por sentado; ni las interpretaciones, ni los métodos, ni siquiera los objetos de estudio.
Su camino hacia las artes visuales y los estudios de cultura visual se origina precisamente en uno de esos cuestionamientos de lo establecido: el de los límites entre lo legible y lo visible, entre el texto y la imagen, entre el análisis literario y el análisis visual. Aunque este sentido de frontera está presente desde el principio de su producción teórica, es a partir de los años noventa cuando entra en escena gracias al tratamiento de un objeto hasta el momento reservado a los historiadores del arte, la obra de Rembrandt. Su Reading Rembrandt: Beyond the Word-Image Opposition[14], un libro sorprendentemente no traducido incluso en los fastos del quinto centenario del nacimiento del artista, pone en cuestión estas fronteras e introduce un modelo de lectura que impugna las interpretaciones tradicionales. A través del concepto de «focalización» y de su distinción entre el Rembrandt artista y el Rembrandt narrador de cada uno de sus cuadros, pero sobre todo a través de la importancia fundamental de la relación con el espectador presente, Mieke Bal revoluciona la Historia del arte desde el afuera de la disciplina. Es en el ahora cuando la obra sucede. Esta lectura, anclada en la relación que se produce en el presente, se encuentra también en la base de su concepto de «historia trastornada» –la acertada traducción que hace Remedios Perni de «preposterous history»–, desplegado en otro libro imprescindible, Quoting Caravaggio, donde la relación inter-temporal se hace aún más evidente: ya no tiene lugar tan sólo entre espectador presente y obra del pasado que habita el ahora, sino que es la propia obra la que, a través de la cita, incorpora el sentido de apertura y conexión temporal. En ambos casos: el presente es el momento de la lectura y el lugar de producción de sentido.
Volviendo a la cuestión del movimiento, la puesta en crisis de los límites que Bal desarrolla en Reading Rembrandt tiene su reverso en The Mottled Screen: Reading Proust Visually[15], donde observa la potencia de la imagen escrita y abre el campo de la literatura al análisis visual. Una ruptura de fronteras que será esencial en su entendimiento de los estudios de cultura visual como una disciplina que va mucho más allá de lo «esencialmente» visual[16]. Del mismo modo que lo visual está atravesado por la narración, la literatura no escapa a la visualidad. Este traqueteamiento de los límites abre posibilidades y sentidos donde en principio no los había. Con su puesta en crisis de la frontera moviliza los significados y los modos de leer e interpretar que se habían repetido e instaurado en las disciplinas.
El movimiento, el desplazamiento, se convierte así en un arma fundamental de su pensamiento. Y, en cierta manera, también en un objeto de análisis. Es lo que ocurre con Conceptos viajeros en humanidades, donde observa el desplazamiento y viaje de los conceptos entre las disciplinas y, sobre todo, las adherencias y las estelas que éstos dejan cuando pasan de un lugar a otro. En cierto modo, ese libro consolida el pensamiento autorreflexivo de Bal al que me he referido al inicio de esta introducción, el sentido de pensar el propio pensar, de no dar nada por sentado y de buscar cuál es el lugar del que provienen los conceptos a través de los cuales pensamos. Esta es una de las características de la obra de Mieke Bal, la reconsideración constante de su posición y sus objetivos. Esto es más claro en los textos en los que pretende pensar su práctica artística como videoartista o su implicación como comisaria, pero está presente en todos los lugares del texto. Una «auto-teoría» que hace