Toda la mañana, Chen trabajó en su maltrecha máquina de escribir, terminando página tras página a la luz de su lámpara de kerosén, en la habitación sin ventanas. En su tarea de traducción, cuando llegaba a un lugar difícil del contenido, primero tenía que anotar sus pensamientos a mano en un papel, antes de escribir el texto en la máquina. Si había cometido un error al escribir, tenía que tomar una hojita de afeitar y raspar la tinta del papel, y luego corregir el error. Hacia el mediodía, había terminado cuatro páginas más, deteniéndose solo lo suficiente para comer apenas un poco de arroz hervido al vapor, con repollo y zanahorias ralladas.
Luego, volvió al trabajo. Esas largas horas en su máquina de escribir, a la luz de la tenue lumbre de la lámpara, eran cansadoras e intensas. A veces, lo único que lo mantenía en marcha era su devoción al evangelio y el pensamiento de que el pastor Lin contaba con él. Y, por supuesto, sabía que estaba ayudando a imprimir libros para salvar almas y acercarlas al Reino de Dios. Esa era la razón más importante de todas.
Nadie más llegó hasta el templo en todo el día, ni siquiera el pastor Lin, así que, Chen estuvo bastante solo. Hacia el final de la tarde, sintió la necesidad de tomar aire fresco y decidió arriesgarse a hacer una caminata. Salió de la iglesia por la puerta de atrás, mirando en ambas direcciones para estar seguro de que nadie lo veía, y luego caminó apresuradamente por una callejuela lateral.
Era maravilloso estar afuera, al fresco aire del otoño. Se dio cuenta de que no había estado afuera durante varios días, y el aire se sentía maravilloso. Fue hasta la zona del mercado, donde los vendedores ofrecían sus mercaderías y comidas. En uno de esos locales, vio toda clase de faroles de papel, y en otro, escobas para barrer el piso. Un poco más adelante, había locales de ropa, y más allá, se encontraba el área de comida al aire libre. Canastas de arroz estaban bajo los aleros de lona, y pilas de repollos, zanahorias y cebollas le recordaban que no había disfrutado de una buena comida casera desde hacía varios días. Más allá estaba la venta de carnes, con sus patos, gansos y cerdos colgados de ganchos.
Para ese tiempo, las sombras de la noche estaban acercándose, y Chen se dio vuelta y dirigió sus pasos hacia la iglesia. Pronto estaría oscuro. Cuando el pastor Lin llegara, Chen quería estar allí, para saludarlo y esperarlo con una comida caliente, una sopa de wantanes (especie de bolas rellenas).
Chen caminó de regreso a la iglesia por una ruta diferente, que le llevó más tiempo del necesario. Esta era una de sus muchas estrategias para evitar ser seguido, en caso de que la policía sospechara que él era obrero religioso. Siempre llevaba consigo sus papeles oficiales de identificación, y trataba de no llamar la atención, de modo que no estaba preocupado porque lo detuvieran. Solo tenía miedo de que lo siguieran hasta la iglesia y descubrieran las veintenas de valiosos libros religiosos almacenados allí.
El sol se había puesto sobre los techados rojos de Shangai, cuando Chen se acercó a la callejuela que pasaba detrás de la iglesia. Había retornado sin que lo detectaran, y agradeció a Dios por ello. En pocos minutos, estaba de nuevo adentro, con unas pocas llamas en el fogón con carbón e hirviendo agua para la sopa de wantanes que pensaba hacer.
De repente, oyó gritos y pies que corrían. Había estado trabajando en la oscuridad, sin otra luz excepto el fuego bajo la olla, de modo que se sentía seguro. Al instante se acercó a una pequeñita abertura que se encontraba a bastante altura, en una pared que daba hacia la callejuela, y lo que vio hizo que su corazón de detuviera por unos segundos. El pastor Lin estaba en la callejuela rodeado por cuatro policías del gobierno, con bandas rojas en las mangas de sus chaquetas. Uno de los policías tenía tomado al pastor por un brazo y lo estaba sacudiendo.
¡Chen quedó congelado! ¿Qué debía hacer? ¿Había seguido la policía al pastor Lin hasta allí? ¿Habían venido para allanar la iglesia? En un instante, él pensó en las Biblias y los libros escondidos bajo las tablas del piso. No había tiempo para adivinar lo que había que hacer: ¡él sabía que tenía que actuar con rapidez! Los segundos eran ahora muy importantes. ¿Podía escapar de la iglesia y llevarse escondidas algunas de las Biblias sin ser detectado? No era probable. Sin duda, la policía tendría para entonces rodeada toda la iglesia. A menos que, por supuesto, no supieran que Chen estaba en allí.
Rápidamente, Chen tomó una decisión. Escaparía –si podía– y se llevaría consigo tantos libros como le fuera posible. Parecía la única salida. Tomó su mochila y corrió hacia la esquina donde las tablas del piso estaban sueltas. Separándolas, saltó hacia el reducido espacio desde el que podía arrastrarse por debajo del piso, y comenzó a cargar Biblias y libros en su mochila. Esta era grande, pero igual se sorprendió por la cantidad libros entraban en ella: más de los que pensaba que era posible.
En menos de lo que a Chen le pareció un minuto, ya estaba saliendo de allí y puso las tablas otra vez en su lugar. Sus ojos recorrieron velozmente el lugar. No debía dejar ningún indicio del escondite. Rápidamente, arrastró una alfombra para cubrir las tablas sueltas, y luego colocó una mesa pequeña y una silla sobre la alfombra. Entonces, pensó en los manuscritos de los libros que él y el pastor Lin habían estado copiando en las máquinas de escribir. Si la policía veía páginas recién escritas, sospecharían y comenzarían a buscar esos libros preciosos, y también Biblias. Hasta podrían arrancar las tablas del piso buscando más libros, si sospechaban que había algún escondite en el lugar.
Capítulo 8
La policía todavía estaba gritando en la callejuela, y se le ocurrió a Chen que el pastor Lin estaría tratando de demorarlos, de modo que pudiera salir a tiempo para salvarse. ¿Y los libros? ¿Habría sospechado el pastor Lin que Chen podría estar tratando de rescatar algunos? Era probable. Chen y el pastor Lin pensaban en forma muy similar.
Chen tomó las páginas sin terminar de las máquinas de escribir y la pila de manuscritos que estaban sobre las mesas. Apretándolas en la mochila entre los libros, tomó su chaqueta y corrió a la puerta delantera de la iglesia. Cómo salir ahora de la iglesia era ahora el mayor problema. Cuando miró por la ventana delantera, se sorprendió de no ver a nadie allí. No había policías. Ni siquiera parados, para ver de qué se trataba toda la conmoción atrás de la iglesia.
Se puso el abrigo, acomodó la capucha sobre su cabeza y saltó hacia la oscuridad. El aire frío de la noche llenó sus pulmones, añadiendo emoción a la tensión del momento. Miró a un lado y a otro. ¿Adónde podría ir? ¿Dónde debía esconderse? Él no sabía exactamente qué debía hacer, pero sabía lo que no podía hacer: no podía volver a la iglesia, ni siquiera para recoger sus pocas pertenencias que había dejado atrás. ¡Era demasiado arriesgado! Los espías y los informantes lo estarían vigilando, sin duda, y podrían suponer que volvería una vez que la excitación del ataque hubiese pasado. ¿Debería ir a la casa de alguno de los otros instructores bíblicos o miembros de la junta? ¿Eran sus hogares lugares seguros, o los habrían buscado también? Chen sabía que no tenía tiempo para perder mientras caminaba rápidamente hacia el lugar más transitado de la ciudad. En esa parte de la ciudad, se podía perder fácilmente entre la multitud.
Al dar vuelta a la esquina, miró hacia atrás una vez más, para ver la iglesia, el lugar que había llegado a amar. ¿Regresaría alguna vez? Él sabía que, para él, no había nada más en Shanghai. No tenía trabajo, ni hogar ni familia. Con estas severas restricciones impuestas por el nuevo gobierno, debía salir de la ciudad. Tendría que comenzar de nuevo, en algún lugar alejado, donde nadie lo reconociera. Pero ¿dónde? Decir que necesitaba irse era una cosa; hacerlo era otra. Había tantas incógnitas.
En el este, la luna estaba asomando, de un color naranja pálido, por sobre la ciudad. Dios no me abandonará, pensó Chen, mientras cambiaba la mochila al otro hombro. Se detuvo para recostarse en una columna de luz, cerró los ojos y recordó las palabras de las Escrituras que el pastor Lin había repetido muchas veces. “Por mi causa los llevarán ante gobernadores y reyes para dar testimonio”,