Tensión y tolerancia después de 1648
A partir de esta revisión de los aspectos clave, resulta obvio que el acuerdo westfaliano no desplazó la religión de la política imperial y menos aún inauguró un orden internacional plenamente secular. Pero lo que sí que hizo fue anunciar la derrota del confesionalismo militante. Entre 1648 y 1803, los Estados imperiales presentaron 750 protestas formales contra violaciones de las cláusulas religiosas, pero prácticamente todas estas trataban de cuestiones de jurisdicciones y propiedades. Muchas eran relativamente triviales: una quinta parte concernía a granjas o casas individuales y tan solo un 5 por ciento a distritos completos.135 Iglesia y Estado no habían sido separados, pero las cuestiones de doctrina habían quedado en cuarentena para así permitir que las cortes de justicia del imperio resolvieran disputas «religiosas» como si se tratasen de discrepancias acerca de la delimitación de derechos y privilegios legales. El Reichstag no ratificó ninguna de las 74 acusaciones de sesgo religioso presentadas entre 1663 y 1788 contra sentencias del Reichshofrat.136
Solo hubo tres cuestiones que plantearon dificultades. Una concernía a la inquietud protestante con respecto al resurgir católico posterior a 1648. La derrota política del calvinismo en la Guerra de los Treinta Años se sumó a su incapacidad de atraer nuevos conversos después de 1613, fecha de la conversión del elector de Brandeburgo. El luteranismo también perdió terreno. La única excepción fue el activismo de base denominado pietismo, que, salvo en Prusia, era visto con desconfianza por las autoridades.137 Por el contrario, los católicos, incluso abadías menores, se embarcaron en proyectos culturales y constructivos a gran escala asociados al Barroco y a la riqueza y prestigio del emperador (todos ellos pruebas de que no había perdido la guerra). Estos atraían a su servicio a nobles de todos los confines del imperio. La competición por el favor imperial llevó a 31 importantes príncipes a convertirse al catolicismo entre 1651 y 1769, entre los que se incluían Federico Augusto I el Fuerte, elector de Sajonia, que se convirtió en 1697; su hijo le siguió en 1712. Sajonia, cuna del protestantismo, se hallaba ahora bajo soberanía católica.138 Cada una de estas conversiones causó tensión momentánea, pero estos problemas constitucionales fueron resueltos con relativa facilidad, lo cual indica que el imperio continuó siendo flexible hasta entrado el siglo XVIII. La revisión de los años normativos impidió a los príncipes obligar a sus súbditos a abrazar su nueva fe. Por el contrario, a la familia soberana se le permitía practicar el culto en la capilla de palacio, pero debía firmar un documento denominado Reversalien que garantizaba la gestión sin impedimentos de su Iglesia territorial luterana por cargos que hubieran jurado mantener esa fe, con independencia de las creencias del príncipe local. Estos acuerdos solían ser sancionados por la asamblea territorial y a menudo por otros príncipes protestantes. Esto ampliaba la base sobre la cual, en caso de disputas, podían presentarse alegaciones ante las cortes imperiales.139
A pesar de las Reversalien, numerosos protestantes sospechaban que los príncipes fomentaban el catolicismo en secreto por mediación de los sacerdotes agregados a la capilla de corte. Esto ayuda a explicar el furor provocado por los acontecimientos del Palatinado, que constituyen la segunda de las dificultades mencionadas. Tras la extinción de la dinastía gobernante calvinista, en 1685 el Palatinado pasó a manos de una rama católica menor de los Wittelsbach. El nuevo elector colaboró con los franceses, que ocuparon sus tierras durante la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), en la reintroducción del catolicismo. Acto seguido, Francia se aseguró el reconocimiento internacional de los cambios hechos en la Paz de Rijswijk de 1697, pese a que tal cosa quebrantaba el año normativo de 1624 (que Francia, como garante de la Paz de Westfalia, debía hacer respetar). El impacto lo magnificó la coincidencia con la conversión al catolicismo del elector de Sajonia y la expulsión de los hugonotes de Francia ordenada por Luis XIV, después de la revocación de sus derechos religiosos en 1685. El grado de preocupación suscitado lo evidencia el hecho de que 258 de las 750 quejas oficiales versaban en torno a esta cuestión.
Esta respuesta dio lugar a la tercera gran dificultad: los protestantes invocaron su derecho a «debatir por partes» y dividir el Reichstag en dos grupos confesionales. Aunque tal medida era legal con la constitución de 1648, se corría el peligro de enquistar el debate en un momento en que el imperio necesitaba reaccionar al estallido de la Gran Guerra del Norte (1700-1721) y a la inminente disputa de la herencia española, que le implicó en una nueva contienda con Francia (1701-1714). A pesar de la intensidad del debate público, había escaso interés político por abandonar los consolidados métodos de trabajo del Reichstag y de otras instituciones. Los protestantes se reunieron por separado, como Corpus Evangelicorum, de 1712 a 1725, en 1750-1769 y en 1774-1778, pero continuaron participando en las demás instituciones imperiales. Los católicos se sentían satisfechos con las estructuras existentes y nunca convocaron un cuerpo separado. Además, el corpus protestante quedó maniatado por la lucha por su liderazgo entre Prusia, Hanover y Sajonia (cuyo elector, a pesar de hacerse católico, se negó a cederlo). La práctica de debatir por partes solo se empleó en cuatro ocasiones (1727, 1758, 1761 y 1764); básicamente, se trataba de un recurso táctico de Prusia para obstaculizar el dominio Habsburgo del imperio. A largo plazo, la manipulación prusiana de las cuestiones religiosas erosionó su capacidad de ocasionar problemas, por lo que, a finales del siglo XVIII, la constitución se consideraba garantía suficiente de las libertades religiosas.140
El acuerdo westfaliano también logró resolver disputas más cotidianas y locales, lo cual nos indica hasta qué punto el imperio siguió siendo importante para sus habitantes hasta comienzos de la Edad Contemporánea. El nuevo año normativo hizo que la confesionalidad de Brandeburgo, el Palatinado, varios principados de la Baja Renania y los obispados de Osnabrück, Lubeca e Hildesheim fuera mixta. Desde 1548, cuatro ciudades imperiales habían sido biconfesionales de forma oficial. El IPO impuso paridad en los cargos públicos y hubo indicios de que la identidad confesional se endureció, pues conformó una «frontera invisible» que separaba a ambas comunidades.141 El número de matrimonios interconfesionales declinó en Augsburgo y se llegó a decir que los puercos protestantes y los puercos católicos tenían pocilgas separadas. La adopción por parte de los católicos del calendario gregoriano en 1584 les había situado diez días por delante del de sus vecinos protestantes, que no se pusieron al día