Estaba sentada en la mesa de su cocina reflexionando sobre el tema cuando oyó a alguien llamar tímidamente a su puerta. La abrió y allí se encontró a su cuñada.
—¿Qué haces aquí? —soltó antes de poder contenerse.
Karen esbozó una pequeña sonrisa.
—Tan hospitalaria como siempre por lo que veo.
Estremeciéndose de vergüenza, Adelia respiró hondo.
—Lo siento. Estoy de un humor pésimo y eres la primera persona que se ha cruzado en mi camino. Por favor, pasa. Puede que me venga bien tener algo de compañía civilizada para recordar mis modales.
Karen, algo intimidada a diferencia de cómo se había mostrado en el pasado, entró y le dio el vestido de fiesta de Selena.
—He pensado que debía devolvértelo.
Adelia la miró con pesar.
—Deberías haberlo hecho jirones. No me puedo creer que mi hija se comportara tan mal. ¿Está bien Daisy? No he dejado que Selena fuera a casa de mamá después del colegio. No quería dar pie a que las dos se enzarzaran otra vez —se encogió de hombros—. Además, Selena está castigada un mes y ahí van incluidas las chucherías y los bollitos de mamá para cuando salen del cole.
Karen sonrió.
—Te agradezco que te preocupes por Daisy —su expresión se volvió seria—. ¿Cómo está Selena? Elliott también ha estado preocupado por ella.
Ahora sí que se había complicado la cosa, pensó Adelia. Como poco, el estado emocional de Selena era más precario aún con la ausencia de Ernesto.
—Se pondrá bien —terminó diciendo.
—¿Y tú? —le preguntó Karen vacilante.
Adelia frunció el ceño.
—¿Por qué preguntas por mí? ¿Qué te ha cotilleado mi hermano?
—No hemos cotilleado —respondió Karen algo seria—. Está preocupado por ti, eso es todo.
—Bueno, pues no tiene nada de qué preocuparse —insistió Adelia—. Ernesto y yo siempre tendremos nuestros altibajos. Es un hombre volátil y, como imagino que habrás notado, yo también tengo mi carácter.
Karen asintió.
—Sé que no somos exactamente amigas, Adelia, aunque me gustaría que estuviéramos más unidas por el bien de Elliott. Además, se me da bien escuchar y, gracias a lo que pasé con mi primer marido, tengo cierta experiencia en matrimonios problemáticos. Al menos podría ser alguien a quien contarle tus cosas, si lo necesitas.
—Tengo hermanas y una madre —le respondió y, al instante, se encogió de vergüenza ante lo desdeñosas que habían sonado esas palabras, como si Karen no estuviera a la altura para escuchar sus problemas—. Lo siento. No quería expresarme así. De verdad que te agradezco el ofrecimiento.
Karen se encogió de hombros.
—Lo tienes para cuando quieras —la miró fijamente y añadió—: Y puede que quieras recordar que tal vez yo tenga una perspectiva que ellas no tienen dada su tendencia a hacer juicios de valor apresurados.
Impactada por la perspicacia de Karen, Adelia se rio.
—Lo has notado, ¿verdad?
—He sido víctima de eso —le recordó—. Créeme, lo noto.
—Lo tendré en cuenta —dijo Adelia con franqueza. Sentía que uno de estos días necesitaría un oído objetivo al que contarle todos los problemas de su matrimonio y Karen podría ser la persona ideal para escuchar sus quejas. La miró a los ojos—. Creo que tal vez te he juzgado mal —añadió en voz baja—. Lo siento.
—Y tal vez yo he estado a la defensiva contigo demasiado tiempo —contestó Karen apretándole la mano con cariño—. Las dos queremos a Elliott y él ve algo especial en las dos. Eso debería valernos como punto de partida, ¿no crees?
Adelia sonrió.
—La verdad es que sí.
Karen parecía complacida.
—Bueno, será mejor que me vaya. Me esperan en Sullivan’s. Hoy me toca el último turno. Llama a Elliott. A lo mejor podríais llevar a los niños a cenar a un territorio neutral, como el McDonald’s. Se cree que no sé que lleva a Daisy y a Mack, pero estoy enterada de todo. Nunca le confíes un secreto a un niño de siete años.
Por primera vez en lo que parecía una eternidad, Adelia se rio.
—¡Qué me vas a contar!
De hecho, eso era lo que la asustaba de la situación actual, que sus hijos le fueran contando a todo el mundo que su papá se había ido de casa. Y cuando las noticias se filtraban en su familia, podía desatarse un infierno.
Capítulo 7
Que Elliott le propusiera que volvieran a cenar en Rosalina’s el sábado después de la noche de margaritas la pilló por sorpresa.
—Ya está todo listo —le aseguró—. Mi madre se llevará a los niños a dormir y los llevará a la iglesia el domingo por la mañana.
—Pero los sábados sueles estar agotado —le respondió Karen—. Y yo tengo que trabajar por el día, así que seguro que también estaré cansadísima. ¿Seguro que quieres salir? Tal vez deberíamos pasar la noche con los niños.
—Les encanta quedarse a dormir en casa de mamá, y yo quiero algo de intimidad con mi mujer —le había dicho—. Los dos hemos tenido una semana muy ajetreada y prometimos sacar tiempo para estar juntos, ¿verdad? Estoy decidido a ceñirme a nuestro plan.
Ella había accedido porque estaba claro que para él era importante mantener su palabra sobre la promesa de hacer que esas llamadas «citas» fueran más frecuentes.
Sin embargo, ahora que estaban en Rosalina’s, se estaba preguntando si había sido lo más inteligente ir allí un sábado.
Hacía tanto que no salía un sábado por la noche que había olvidado cómo podía ser. El agradable establecimiento estaba lleno de familias y parejas de adolescentes y el nivel de ruido era una locura. Miró a su marido.
—Si contabas con una cena tranquila y romántica, no creo que este sea el lugar.
—Cualquier sitio donde esté contigo es romántico, cariño. Aquí estaremos bien.
Sorprendida de que quisiera quedarse, se encogió de hombros y lo siguió hasta una mesa libre. Cuando Elliott se sentó a su lado, y no enfrente, se rio.
—Creo que empiezo a captar tu estrategia. Si hay demasiado ruido, así tienes la excusa perfecta para sentarte prácticamente encima de mí y susurrarme al oído.
Él se rio a carcajadas.
—Me has pillado —respondió sin arrepentirse lo más mínimo.
Pidieron una ensalada, pizza y jarras de cerveza heladas y se acomodaron en el banco. Elliott le echó un brazo sobre los hombros y ella lo miró de reojo.
—A ver, señor, ¿qué está pasando?
Él intentó adoptar su mirada más inocente, pero no lo logró y al final, bajo el implacable examen de su mujer, se dio por vencido.
—Tenemos que hablar del gimnasio —confesó.
Karen se quedó paralizada ante su sombrío tono de voz.
—No me has contado mucho desde que os reunisteis la otra noche. ¿Hay algún problema?
Una parte de Karen esperaba sinceramente que lo hubiera.
Tal vez si los demás se echaban atrás, Elliott y ella podrían seguir adelante con sus planes de aumentar