Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jonathan Maberry
Издательство: Bookwire
Серия: Ruina y putrefacción
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9786075572116
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dedicó a eso un par de minutos.

      —Hay muchas teorías, pero eso es todo lo que tenemos: teorías. Algunas personas dicen que los muertos no tienen la inteligencia para pensar que existe algo más que la tierra donde están parados. Si nada los atrae o los mueve, simplemente se quedan donde están.

      —Pero necesitan cazar, ¿no?

      —“Necesitar” es un concepto complejo. La mayoría de los expertos está de acuerdo en que los muertos atacan y matan, pero no se ha comprobado que realmente cacen. Como dices, cazar deriva de una necesidad concreta, y no sabemos que los muertos necesiten algo en realidad.

      —No entiendo.

      Llegaron a la cima de una colina y miraron hacia un camino de tierra, sobre el que una vieja gasolinera se alzaba debajo de un sauce llorón.

      —¿Alguna vez has oído que alguno se quede sin comer y muera de hambre? —preguntó Tom.

      —No, pero…

      —La gente del pueblo cree que los muertos sobreviven comiéndose a los vivos, ¿no?

      —Bueno, sí, pero…

      —¿Qué “vivos” crees que se coman?

      —¿Eh?

      —Piénsalo un poco. Hay poco más de trescientos millones de muertos vivientes sólo en Estados Unidos. Agrégale unos treinta y tantos millones más en Canadá y ciento diez millones en México, y tienes algo así como cuatrocientos cincuenta millones de muertos vivientes. La Caída ocurrió hace unos catorce años. Así que… ¿qué es lo que comen para mantenerse con vida?

      Benny lo pensó.

      —El señor Feeney dice que se comen unos a otros.

      —No lo hacen —dijo Tom—. Una vez que un cuerpo empieza a enfriarse, dejan de comerlo. Por eso hay tantos muertos vivientes parcialmente comidos. No se atacan ni se comen unos a otros, incluso si los encierras en la misma casa durante años. Hay gente que lo ha hecho.

      —¿Qué les pasa?

      —¿A los atrapados? Nada.

      —¿Nada? ¿No se pudren y se mueren?

      —Ya están muertos, Benny —una sombra pasó sobre el valle y oscureció momentáneamente el rostro de Tom—. Pero ése es uno de los misterios. No se pudren. No por completo. Se deterioran hasta cierto punto, y luego simplemente dejan de pudrirse. Nadie sabe por qué.

      —¿Qué quieres decir? ¿Cómo puede algo nada más dejar de pudrirse? Eso es estúpido.

      —No es estúpido, niño. Es un misterio. Tanto como el misterio de por qué se levantan los muertos. Por qué atacan a los humanos. Por qué no se atacan entre ellos. Todo eso es un misterio.

      —Quizá comen, no sé, vacas y esas cosas.

      Tom encogió los hombros.

      —Algunos lo hacen, si pueden atraparlas. Mucha gente no lo sabe, por cierto, pero es verdad… Comen cualquier cosa viva que puedan atrapar. Perros, gatos, pájaros… hasta insectos.

      —Ah, bueno, entonces eso explica…

      —No —lo interrumpió Tom—. La mayoría de los animales son demasiado rápidos. ¿Has intentado atrapar un gato? Ahora imagínate hacer eso si sólo eres capaz de caminar arrastrando los pies y no puedes pensar para diseñar una estrategia. Si un montón de muertos llegara hasta unas vacas en un corral o un campo cercado, podrían ser capaces de matarlas y comérselas. Pero todos los animales de corral escaparon hace mucho, o murieron en los primeros meses. No… Los muertos no necesitan alimentarse en absoluto. Simplemente existen.

      —Morgie dice que aquí los animales salvajes se convierten en zoms.

      —Nop. Hasta donde se ha podido averiguar, sólo los humanos regresan. No tenemos la ciencia para intentar averiguar el porqué, y no sé si esto será verdad en todas partes, pero sabemos que es cierto aquí. De lo contrario, cada vez que mordieras un hot dog, éste te devolvería la mordida.

      Llegaron a la gasolinera. Tom se detuvo ante el antiguo despachador y golpeó la superficie de metal tres veces, luego dos, y luego cuatro veces más.

      —¿Qué haces?

      —Saludar.

      —¿Saludar a…?

      Se produjo un gemido bajo, y Benny se volvió para ver a un hombre de piel gris dando despacio la vuelta a la esquina del edificio. Vestía un viejo overol con manchas oscuras y, de modo incongruente, una guirnalda de flores frescas alrededor del cuello. Caléndulas y madreselvas. El rostro del hombre quedó en la sombra durante algunos pasos, pero entonces caminó hasta quedar bajo la luz del sol y Benny casi gritó. La boca gimiente no tenía dientes, los labios y las mejillas estaban hundidos. Lo peor de todo: a medida que el zombi alzaba las manos hacia ellos, Benny vio que todos sus dedos habían sido cortados a la altura de las falanges.

      Benny hizo un ruido de asco y se echó hacia atrás, con los músculos tensos para darse vuelta y correr, pero Tom le puso una mano en el hombro y le dio un apretón para tranquilizarlo.

      —Espera —dijo.

      Un momento después la puerta de la pequeña tienda de la gasolinera se abrió, y un par de mujeres de ojos adormilados salieron, seguidas por un hombre un poco mayor con una barba larga y marrón. Eran todos delgados y estaban vestidos con túnicas que parecían hechas de sábanas viejas. Cada uno llevaba una gruesa guirnalda de flores. El trío miró a Benny y Tom y luego al zombi.

      —¡Déjenlo en paz! —gritó la más joven, una chica negra en sus últimos años de adolescencia, mientras corría por el suelo de tierra hacia el hombre muerto para quedar entre él y los hermanos Imura, con los pies bien plantados y los brazos extendidos para escudar al zombi.

      Tom levantó una mano y se quitó el sombrero para que pudieran verle la cara.

      —Paz, hermanita —dijo—. Nadie ha venido a hacer daño.

      El hombre barbado sacó unos lentes de un bolsillo bajo su túnica, y miró con los ojos entrecerrados a través de los cristales sucios.

      —¿Tom…? —dijo— ¿Tom Imura?

      —Hola, Hermano David —puso la mano en el hombro de Benny—. Éste es mi hermano Benjamin.

      —¿Qué haces por aquí?

      —Vamos de paso —dijo Tom—. Pero quería venir a dar mis respetos. Y enseñarle a Benny los modos de este mundo. Nunca antes había estado fuera de la cerca.

      Benny notó el énfasis que ponía Tom a la palabra este.

      El Hermano David caminó hacia ellos rascándose la barba. De cerca era más viejo de lo que parecía. Tal vez cuarenta años, con ojos profundos y marrones y unos cuantos dientes de menos. Su ropa estaba limpia pero desgastada. Olía a flores, ajo y menta. El hombre estudió a Benny durante un largo momento, durante el que Tom nada hizo y Benny se agitó, nervioso.

      —No es un creyente —dijo el Hermano David.

      —La fe es difícil de conseguir en estos tiempos —dijo Tom.

      —Tú crees.

      —Hay que ver para creer.

      Benny pensó que el intercambio tenía la cadencia de una letanía de iglesia, como si fuera algo que hubieran dicho antes y que volverían a decir.

      El Hermano David se inclinó hacia Benny.

      —Dime, joven hermano, ¿vienes aquí trayendo daño y dolor para los Hijos de Dios?

      —Eh… ¿no?

      —¿Traes daño y dolor para los Hijos de Lázaro?

      —No sé quiénes son, señor. Sólo estoy aquí con mi hermano.

      El Hermano David dio vuelta hacia las