No tengas miedo... Actúa. Mª Amparo Gimeno Tamarit. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mª Amparo Gimeno Tamarit
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416848188
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dio cuenta que estaba en una renovada habitación de hospital.

      Entumecida, dolorida, avergonzada. Intentó moverse sin conseguirlo.

      Nadie la acompañaba, sola como siempre.

      Había despertado de su pesadilla, una vez más sola.

      Como pudo apretó el timbre de las enfermeras, no sabía bien para qué. Necesitaba hablar. Tal vez para que supieran que había vuelto. ¿De dónde? ¿De la nada? ¿Del infierno?, tal vez de la muerte.

      —Qué bien, ¿ya de regreso?— preguntó la joven enfermera con una adorable sonrisa.

      —¿Qué ha pasado?— dijo María.

      Solo sabía que le dolía cada hueso de su cuerpo, cada centímetro de su piel, cada trozo de carne desgarrada. La enfermera había recogido los medicamentos, sonrió, pero no quiso decirle nada.

      Tenía que hacer muchas preguntas.

      —Ahora el médico vendrá y hablará contigo— obtuvo por respuesta.

      Quedó pensativa, no lograba recordar que había sucedido. ¿Tal vez un accidente con el coche?, ¿a lo mejor un traspiés en casa? Nada, no había forma de recordar.

      —Buenos días María, por fin está con nosotros — sonrió el doctor.

      Ella intentó responder pero él hizo un gesto para que callase.

      —Espera que antes te mire— dijo escuchando los latidos de su corazón —esto está mucho mejor María, nos habías preocupado.

      —Doctor… yo… quiero saber que me ha pasado— interpeló ella tratando de incorporarse.

      —Espera, todo a su tiempo. Enseguida hablamos— le impidió moverse y siguió con la observación de cada una de las heridas que llevaba en su maltrecho cuerpo.

      —Verás, te encontró la policía en tu casa. Han detenido a tu marido— dijo y guardó silencio.

      Capitulo 1

      Su mundo era casi de color rosa, ella lo tenía todo, juventud, belleza, dinero, qué más podía pedir. La falta de su madre la había suplido todo el amor que su padre le daba. Le consentía, pero también le exigía y vigilaba por si había que intervenir. Nunca había sufrido una negativa. Nunca había tenido problemas. Su infancia había sido un cuento de hadas hasta que con quince años su madre murió. Ella solo veía como se iba apagando, pero desconocía todo el proceso de su enfermedad. Se lo habían ocultado porque así lo quiso su madre.

      Ahora con dieciocho años estaba estudiando, tenía coche, tenía amigas, y había conocido un chico guapísimo en la Universidad.

      —Que bien así lo veré todos los días— pensaba ella.

      Y así era. Cada mañana quedaban en la cafetería para desayunar juntos, pero así perdían una clase.

      —No importa— decía él— total no hacemos nada con ese profesor. Sus clases no nos sirven y al final nos va a aprobar a todos.

      Pero la verdad es que si importaba y María empezó por suspender esa asignatura.

      Su padre lo dejó pasar. Era la primera vez, solo una, pero no iba a dejar que volviera a ocurrir.

      En la cafetería de la Universidad les acompañaban amigos de Javier, compañeros de clase y de fuera. Cada vez el desayuno duraba más.

      “Me tengo que ir”, decía María, pero con cualquier excusa la retenía, y ella se dejaba convencer y se quedaba.

      Si su padre hubiera solamente sospechado lo que hacía en la Universidad, con toda seguridad estaría ya trabajando en lugar de estudiar. Nada de salidas, nada de coche y nada de novios.

      Dejó de salir con sus amigas, entre otras cosas porque ellas no querían salir con Javier. No les gustaba. Era muy mandón y se rodeaba de gente poco de fiar. Pero no se atrevían a decírselo. Solo evitaban estar con ellos.

      Pero María estaba ciega de amor, no veía o no quería ver nada de lo que rodeaba a su chico por mucho que los demás le dijeran

      Se cuidaba muy mucho de no llegar tarde a casa. Eso sí que su padre no se lo permitía.

      Era la niña de sus ojos, hija única y como tal él esperaba tanto de ella, que se veía muchas veces angustiada por si no era capaz de devolverle todo lo que él esperaba de ella. Que fuera culta, educada, independiente y que estudiase, entre otras cosas.

      Aquel novio que tenía, no le parecía mal, no lo conocía todavía, ni a su familia, pero era guapo, parecía educado y además estudiaba en la universidad. Aquello era sinónimo de buena familia. Al menos eso creía.

      Todas las tardes la recogía después de los estudios y salían un rato y nunca veía la hora de llevarla a casa. Siempre quería más.

      —Espera un rato— le decía.

      —No puedo, mi padre ya estará mirando por la ventana— contestaba ella.

      María insistía hasta que lo convencía: “No puedo llegar tarde, si lo hago mañana no salimos. Este fin de semana te compenso”.

      Siempre se sentía obligada a recompensarle por todo. Si salían, si iban al cine, si cenaban. Todo había que agradecérselo. Y ella lo veía bien. Al fin y al cabo él pagaba casi siempre. Pero cuando lo hacia ella nadie daba las gracias por nada.

      María fue dejando de lado a sus amigas. Ya estaban cansadas de llamarla para salir y que dijera que no. Ella había elegido a su novio, y ellas se fueron apartando de su lado.

      No se dio cuenta porque estaba siempre con Javier y para ella lo era todo, su amiga, su novio y su amante, pero dejaba atrás a la gente que la quería y que había estado toda la vida a su lado.

      —¿María no vienes a bailar? Lo pasaremos genial— insistía Laura.

      —No, salgo con ni novio— era siempre su respuesta.

      Laura era vecina suya, ambas vivían en el mismo edificio y se veían constantemente.

      —María deberías salir un poco con nosotras, ale vamos, tomamos algo y volvemos— le decía.

      —De verdad que no Laura, no insistas. Estoy esperando que venga Javier. Pero no le contaba que no salía porque él no la dejaba, si se enteraba le montaba una rabieta que ella no sabía cómo manejar, así que era mejor no salir.

      Nada, era inútil. Su única vida era él, nada había más allá de sus narices. Así que Laura también dejó de llamarla y de ir a su casa.

      Aquel fin de semana fueron a la playa, era la primera vez que lo hacían. Era de noche. Varios coches se ordenaban en fila mirando el mar y la luna. Todos con los cristales empañados por la pasión que se vivía dentro.

      Para María era la primera vez. Le parecía tan romántico.

      Había llovido y el olor a la tierra mojada… ummmm, como le gustaba ese olor.

      —Mira qué bello es mirar el cielo cuando lo ilumina la luz del rayo, ¿hay algo más hermoso?— decía.

      Mientras Javier empezó a acariciarla, casi sin tocarla, suavemente.

      Ella se dejaba hacer. Aquel era el dueño de sus sueños, de su cuerpo, de toda ella. Sabía que ya no podía decirle que no. Y casi sin tocar su ropa, la semidesnudo.

      Sus labios acariciaron los de él y ni escuchó el tintineo que hacían las gotas de lluvia al golpear en los cristales de las ventanas.

      “Qué hermoso, parece tan inocente”, pensaba mientras acariciaba su rostro.

      De repente se oyeron unos golpes fuertes en la puerta del coche.

      —Guardia Civil, Documentación.

      “¡Qué vergüenza! ¿Y si me conocen? No creo”, pensaba mientras se arreglaba la ropa como podía y le daba el Documento