Ese día, como siempre, no hubo ninguna. Pero Judd sorprendió a Hannah al redactar un mensaje para el telegrafista.
—Ese cable era para la agencia que contraté para que buscara a Quint —le explicó mientras se alejaba de la oficina.
—¿Qué les has dicho?
—Que ya no necesito sus servicios.
Hannah se lo quedó mirando asombrada.
—Vamos —la tomó del brazo—. Te lo explicaré de camino a casa.
Volvieron al centro del pueblo y aparcaron la calesa delante del banco. Se dirigieron directamente al despacho del director, el señor Brandon Calhoun. Hannah nunca había hablado con él, pero lo conocía, como todo el mundo en Dutchman’s Creek. Alto y de cabello plateado, era el hombre más rico de la región, propietario de una gran casa de ladrillo más grande todavía que la de los Seavers.
Levantándose de su inmenso sillón de cuero, saludó primero a Hannah y luego a Judd.
—¿En qué puedo ayudarlos, señor y señora Seavers? —preguntó con una sonrisa.
Hannah estaba impresionada.
Quince minutos después tenía su propia cuenta en el banco, con un cantidad tan generosa que se había mareado sólo de verla. Judd firmó una autorización para que recibiera mensualmente una transferencia de la cuenta del rancho, de manera que nunca le faltara efectivo.
—No sé qué decir… —susurró mientras se alejaban—. Nunca había tenido tanto dinero, Judd. Cuando vivía en casa, tenía que cambiar huevos por papel y sellos para enviar mis cartas a Quint. No he hecho nada para ganar esto, no me lo merezco…
Se volvió para mirarla con una extraña expresión de tristeza.
—El dinero no es por lo que has hecho, Hannah. Es para el futuro, cuando probablemente te habrás ganado hasta el último céntimo.
Y dicho eso la llevó a la gran tienda de coloniales. El viejo dependiente la trató con la misma deferencia con que la había atendido el señor Calhoun. No hacía tanto que Hannah le había llevado huevos y mantequilla para cambiar por los preciados artículos que la familia tanto necesitaba. Ahora, en cambio, llegaba allí como la señora Seavers y podía comprar cualquier cosa que se le antojara…
Judd había llevado la lista de la compra que le había hecho Gretel. Cuando llenó la bolsa, insistió en que Hannah eligiera también algo. Compró algunos metros de tela de buena calidad, hilo, agujas y botones con la idea de hacer unos vestidos para su madre y las niñas. Hannah firmó el recibo, consciente de que se trataba de un gesto de cara a la galería. En realidad, todo lo que Judd había hecho aquella mañana había sido de cara a la galería, como si quisiera mostrar a todo el mundo de qué manera esperaba que trataran a su esposa… ¿Pero por qué? ¿Y por qué ahora, cuando debería estar descansando en la cama?
Recordó el cable que había enviado a la agencia de detectives para dar por terminado su contracto. Sí, Judd sabía algo. Y antes de decírselo, la estaba preparando para ello. La sospecha de lo que podía ser le provocó un escalofrío.
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