Más vale que tomes conciencia de estos factores, para que evites que tu mente se abstraiga y prevengas una acción liberadora que acabarás por lamentar. Percibe también la irracionalidad de grado superior en los demás, a fin de hacerte a un lado o ayudarles a regresar a la realidad.
Disparadores en la infancia temprana
En nuestra infancia temprana éramos muy sensibles y vulnerables. La relación con nuestros padres tiene más impacto en nosotros entre más retrocedemos en el tiempo. Lo mismo podría decirse de cualquier otra experiencia temprana intensa. Estas vulnerabilidades y heridas permanecen ocultas en lo profundo de nuestra mente. En ocasiones intentamos reprimir el recuerdo de esas influencias, si fueron negativas, grandes temores o humillaciones. Otras se asocian con emociones positivas, experiencias de amor y atención que deseamos revivir. En un momento posterior de nuestra vida, una persona o suceso desencadena un recuerdo de esa experiencia positiva o negativa, y con él la liberación de las potentes sustancias químicas u hormonas consecuentes.
Piensa, por ejemplo, en un joven cuya madre fue distante y narcisista. Él experimentó de niño esa frialdad como abandono, lo que debe significar que no era digno de su amor. O bien, un nuevo hermano en la escena causó que su madre le concediera menos atención, lo que él experimentó igualmente como abandono. Más tarde, en el marco de una relación, una mujer podría insinuar el repudio de algún rasgo o acto de este joven, como parte de una relación sana. Pero esto activará en él un disparador: imagina que, como ella ha advertido sus defectos, lo abandonará. Experimenta una avalancha de emociones, una sensación de inminente traición. No ve la fuente de esto, está más allá de su control. Adopta una reacción exagerada, acusa, se aparta, todo lo cual desemboca justo en lo que temía: el abandono. Reaccionó a un reflejo en su mente, no a la realidad. Éste es el colmo de la irracionalidad.
Para reconocer esto en ti y en los demás, presta atención a una conducta de intensidad repentinamente infantil y aparentemente impropia de la persona. Esa conducta podría centrarse en una emoción clave. Podría ser temor: a perder el control, al fracaso. En estas condiciones reaccionamos apartándonos de la situación y de los demás, como un niño cuando se hace un ovillo. Una enfermedad súbita, provocada por ese temor intenso, nos obligará convenientemente a dejar la escena. O bien, tal emoción podría ser amor: la impaciencia de recrear en el presente una estrecha relación con un padre o hermano, detonada por alguien que nos recuerda vagamente ese paraíso perdido. O podría ser desconfianza extrema, originada en una figura de autoridad que nos defraudó o traicionó en nuestra infancia temprana, generalmente el padre. Esto desencadena con frecuencia una actitud rebelde.
El gran peligro aquí es que la mala interpretación del presente y la reacción a algo en el pasado generan conflicto, desilusión y desconfianza, lo que no hace sino abrir más la herida. En cierto sentido, estamos programados para repetir en el presente la experiencia remota. Nuestra única defensa es la conciencia de que esto ocurre. Reconoceremos un disparador si experimentamos emociones atípicamente primarias, más incontrolables de lo normal. Ellas provocan lágrimas, una honda depresión o demasiada esperanza. Las personas bajo el influjo de esas emociones suelen tener un tono de voz y un lenguaje corporal distintos, como si revivieran físicamente un momento de las primeras etapas de su vida.
En medio de un arrebato de esta índole, debemos distanciarnos y contemplar su fuente posible —una herida en la infancia temprana—, así como los patrones en que nos ha encerrado. Esta comprensión de nosotros y nuestras vulnerabilidades es un paso clave hacia la racionalidad.
Victorias o derrotas repentinas
Los éxitos o triunfos súbitos pueden ser muy peligrosos. Neurológicamente, las sustancias químicas que entonces se liberan en el cerebro nos propinan una fuerte sacudida de energía y excitación, lo que nos induce a repetir esa experiencia. Éste puede ser el inicio de una adicción o comportamiento obsesivo de cualquier clase. Asimismo, cuando conseguimos una victoria rápida, tendemos a ignorar que, para que sea duradero, el éxito debe ser producto del trabajo empeñoso; no tomamos en cuenta el papel que la suerte desempeña en esas repentinas victorias. Intentamos recuperar una y otra vez la viva emoción que nos produjo haber ganado tanto dinero o recibido tal atención. Nos volvemos presuntuosos. No hacemos caso a quien trata de prevenirnos: “No entiende”, nos decimos. Pero como ese estado es insostenible, experimentamos una caída inevitable y demasiado dolorosa, lo que nos conduce a la parte de decepción del ciclo. Pese a que esto es propio de los apostadores, se aplica por igual a personas de negocios durante burbujas económicas y a quienes reciben una inesperada atención del público.
Derrotas imprevistas o una cadena de ellas crean por igual reacciones irracionales. Imaginamos que estamos condenados a la mala suerte y que esto continuará de forma indefinida. Nos volvemos medrosos y vacilantes, lo que suele llevar a más errores o fracasos. En los deportes, esto puede causar lo que se conoce como asfixia, cuando fallas y derrotas previas pesan en la mente y la paralizan.
La solución aquí es simple: cada vez que experimentes triunfos o fracasos inusuales, da un paso atrás y compensa con algo de pesimismo u optimismo. Desconfía de un éxito o atención repentinos: no se basan en nada perdurable y tienen una fuerza adictiva. Y la caída es siempre muy dolorosa.
Presión en ascenso
Quienes te rodean tienden a parecer sensatos y en control de su vida. Pero coloca a cualquiera de ellos en situaciones estresantes, con una presión ascendente, y verás una realidad distinta. La serena máscara de autocontrol se eliminará. Caerán presas de la cólera, revelarán una vena paranoica y se volverán hipersensibles, y con frecuencia mezquinos. Bajo estrés o una amenaza, las partes más primitivas del cerebro se ven estimuladas e involucradas, lo que arrolla las facultades racionales de la gente. De hecho, el estrés o la tensión pueden revelar defectos que las personas han escondido con todo cuidado. Es aconsejable observar a la gente en esos momentos, como un medio para juzgar su verdadero carácter.
Cada vez que percibas una presión creciente y niveles de estrés en tu vida, obsérvate con atención. Monitorea toda señal de susceptibilidad o sensibilidad inusual, súbitos recelos, temores desproporcionados con las circunstancias. Observa con tanto desapego como puedas y busca tiempo y espacio para estar solo. Necesitas perspectiva. Jamás des por supuesto que puedes soportar un estrés gradual sin un escape emocional. Eso es imposible. Pero mediante tu conciencia y reflexión evitarás tomar decisiones que lamentarías después.
Individuos explosivos
Hay personas en el mundo que tienden por naturaleza a provocar intensas emociones en casi todos los que las rodean. Esas emociones van de un extremo a otro entre el amor, el odio, la confianza y el recelo. Algunos ejemplos en la historia incluirían al rey David en la Biblia, Alcibíades en la antigua Grecia, Julio César en la antigua Roma, Georges Danton durante la Revolución francesa y Bill Clinton. Estos individuos tienen cierto grado de carisma; poseen la capacidad para expresar con elocuencia lo que sienten, y esto despierta ineludiblemente en los demás emociones paralelas. Sin embargo, algunos de ellos pueden ser muy narcisistas; proyectan al exterior su drama y problemas internos y atrapan a la gente en la confusión que generan. Esto atrae a algunos y repele a otros.
Es mejor que reconozcas a estos sujetos explosivos por la forma en que afectan a los demás, no a ti. Nadie puede permanecer indiferente a ellos. La gente se descubre incapaz de razonar o guardar distancia en su presencia. Te hacen pensar continuamente en ellos cuando están ausentes. Tienen una naturaleza obsesiva y pueden inducir acciones extremas propias de un seguidor devoto o un enemigo inveterado. En cualquier extremo del espectro —atracción o repulsión—, tenderás a ser irracional y te verás en la desesperada necesidad de distanciarte. Una buena estrategia es ver más allá de la fachada que esos individuos exhiben. Intentan proyectar infaltablemente una imagen imponente, una cualidad mítica e intimidante; de hecho, sin embargo, son demasiado humanos, con las mismas inseguridades y debilidades que todos poseemos. Intenta reconocer estos rasgos tan humanos y desmitificarlos.
El efecto grupal
Ésta es la variedad de grado superior del sesgo grupal. Cuando