Anexo 1 Escalas y millas recorridas
Anexo 2 Pequeño diccionario de términos náuticos utilizados en el libro
A mis tripulantes Mario Soler, Nacho López-Dóriga,
Fernando Pascual y Daniel Tribaldos, porque sin
ellos no sería posible contar esta batallita.
Y especialmente a Ana, gracias por
acompañarme hasta aquí.
Prólogo
A bordo de un pequeño velero, el “Corto Maltés”, con muchas millas bajo la orza y afrontando toda suerte de circunstancias, Álvaro detalla con extremado cuidado todas las vicisitudes por las que va pasando, y al mismo tiempo incorpora muchos datos de los lugares que visita, incluso históricos. Ello convierte este libro no solo en una publicación de relatos náuticos en navegación, sino también en un auténtico derrotero de gran utilidad para quien pretenda seguir su estela en la vida real o en los sueños y expectativas futuras.
Una línea de vida, anudada cada dos metros y largada por la popa, representa la última oportunidad de alcanzar el barco en las peores condiciones, un hombre al agua. Y es ese cordón umbilical el que conecta la realidad con las ilusiones a bordo del “Corto Maltés”. Un texto excelentemente rico y fluido nos traslada en el tiempo y nos deposita sobre una cubierta frecuentemente bañada y salpicada por las olas cortas y profundas del Mediterráneo. Por la proa se atisba el perfil de un nuevo destino, un nuevo punto de referencia cuya experiencia será diseccionada magistralmente por este navegante intrépido, sensible, romántico y especialmente aventurero.
El “Corto Maltés” demuestra una vez más que las grandes travesías costeras son posibles incluso para las pequeñas embarcaciones, siempre que se utilice con facilidad y frecuencia el sentido común con el fin de aventajar al inseparable compañero “Murphy”. Álvaro sabe barajar correcta y satisfactoriamente esas condiciones de fuertes vientos y mares complicadas para un velero de menos de siete metros, y llegar con seguridad a destino habiendo sufrido tan solo emocionantes subidas de adrenalina.
Sin duda alguna se asumen riesgos al navegar con una unidad tan limitada en eslora, y sobre todo cuando la meteorología siempre acecha con sus imprevisibles cambios de humor mediterráneo. No obstante con un poco de suerte, y mucha pericia y experiencia, siempre se consigue vencer a las dificultades tanto en la mar... como en la vida. Este es un buen ejemplo de ello.
Isabel Navarro
Guillermo Cabal
Tripulación del Velero “Tin Tin” dando la vuelta al mundo
Capítulo 1
Naufragué en la A68
Cuando por el arcén me dirigía al remolque la visión de mi barco era de las de cortar la respiración. Uno de los apoyos, el de popa a estribor, se había clavado en el casco y le había perforado un agujero de unos 30 cm. El otro apoyo, el de proa a estribor, había cedido y estaba hundiendo el casco aunque sin perforarlo. Había ocurrido lo que siempre pensamos que solo le pasa a los demás. El día más negro del Corto Maltés tuvo que ser en la carretera en vez de en el mar. Habíamos salido de Santander por la mañana a las 8 h con dirección a Llançá, en Gerona, para allí iniciar una navegación costera de tres meses hasta la isla de Elba, en Italia. Y ahora nos encontrábamos desasistidos en el arcén de la autopista A68, pasado el peaje de Llodio, en Alava, con la sensación de habernos caído encima los cascotes de un edificio en demolición. Está claro que algunos minutos duran más que otros, y aquellos fueron de los largos.
El día anterior habíamos sacado el barco del agua en Puerto Chico, le habíamos desarbolado, y J. M., el transportista, lo había colocado cargando sus aproximadamente 1.500 kg en los cuatro apoyos del remolque, con el quillote al aire. A todos nos pareció imprudente en un barco diseñado para varar apoyado en el quillote, y hubiéramos preferido transportarlo apoyado en él y utilizando los apoyos del remolque solo para el equilibrio lateral. Pero la discreción propia de encontrarnos ante un supuesto profesional nos hizo limitarnos a un comentario al que respondió haciendo una mueca y diciendo que “así iba bien”, y nos impidió insistir más en ese asunto, de lo que nos arrepentiremos toda la vida. El caso es que el barco tenía clavado el apoyo como la estocada de un toro, y asomaba por el interior a la altura del mamparo que separa el aseo de la bañera. El otro apoyo había empujado el mamparo hacia el interior y desarticulado el mueble bajo la colchoneta de la camareta. En un momento pasaron por mi cabeza los largos meses de preparación del viaje, los gastos ya realizados, los amigos que iban a acompañarme en las distintas etapas que perderían sus billetes de avión, y hasta los planes alternativos para el verano si no conseguía reparar aquel destrozo. Es lo que tiene aterrizar los sueños: que a veces tropiezas con la dura realidad. Ya entonces empecé a sospechar que Murphy se había metido de polizón en el Corto Maltés en ese viaje y quería fastidiar mi forma de entender la navegación (y la vida): perseguir la serenidad y la felicidad superando el temor a los elementos, a los convencionalismos sociales, al paso del tiempo y a la muerte. Si era así, el combate empezaba mal. Murphy: 1, Corto Maltés: 0.
Lo que pasó el resto del día no es para describirse. Naturalmente mi primer pensamiento fue abandonar y volver sobre nuestras huellas con el lisiado, pero enseguida el Pepito Grillo que llevo dentro y que me hace ver las dificultades como un reto a superar, se puso en marcha. Por supuesto en esas condiciones el barco no podía continuar ni un kilómetro, so pena de perforarse por otro de los apoyos, y pasamos toda la mañana en el arcén gestionando un camión que lo recogiera y buscando dónde repararlo. J. M. estaba preso de un ataque de nervios y no paraba de encender un pitillo tras otro (“elegí mal día para dejar de fumar”) y de buscar un arbusto donde orinar una y otra vez. En Santander, mi tierra, los astilleros con los que contacté no se esforzaron, todos me daban largas y evasivas y lo más que me ofrecían era ponerme en la lista de espera para empezar a repararlo dentro de 2 o 4 semanas. Por suerte en Getxo, que además era el puerto más cercano, se volcaron conmigo, me admitieron el barco en el varadero de Getxo Kaia, su puerto deportivo, y reorganizaron su trabajo para empezar la reparación ese mismo día. Al parecer en 2 o 3 días podía estar reparado y si fuera así empezaba a divisar algo de luz al final del túnel, quiero decir, a ser un poco optimista después de ver todo el plan de ese verano arruinado tras tantos preparativos.
La compañía de seguros del remolque, que no nombraré (Allianz) tampoco se esmeró, y después de toda la mañana esperando que encontrase una solución sin éxito, decidimos llamar nosotros a un transportista. Se trataba de un camión con plataforma y su propia grúa de “Carmelo e hijos”, en Ortuella, que se presentó a las 16 h. Nosotros llevábamos ya siete horas en el arcén, sin comer, y todos los sistemas de seguridad de la autopista, que nos habían visto por las cámaras, se habían puesto en contacto con nosotros por si necesitábamos algo. La maniobra para pasar el Corto Maltés al camión fue limpia y rápida, con la salvedad de que no conseguimos desinsertar el apoyo del casco y tuvimos que desatornillarlo del remolque y dejarlo incrustado en el barco para su transporte. José Luis, el conductor, sabiendo que venía a recoger un barco había cargado en la plataforma un soporte en forma de V para la popa, procedente de la carga de carretes de cable, que se adaptó a la perfección a la línea del casco calzado con neumáticos. Llegamos a Getxo (43º 20,43’ N; 3º 1,19’ W) esa misma tarde donde nos estaban esperando con una cuna, y gracias a que llevábamos la grúa del camión pudimos posarlo en ella, pues su travelift estaba en labores de mantenimiento. La reparación no pudo comenzar ese mismo día