10. Nunca tengo prisa, si la conversación se extiende o cambia de tema o llega más gente o la charla se transforma, yo estoy ahí. Nunca hago sentir a la gente que tengo prisa o que me cansa la charla ni nada de eso. Generalmente dispongo un día entero para mis entrevistas.
11. Trato de empaparme lo más posible del tema, saber a quién voy a entrevistar y tener conciencia del asunto ayuda mucho.
El antropólogo Christian Rasmunssen hizo un libro a partir de una serie de entrevistas realizadas a prostitutas. Su mecánica fue ir a una zona de prostitución muy conocida en Mérida, contactar a las sexoservidoras, pagarles “el turno” y el cuarto de hotel y usar el tiempo que dura ese turno para realizarlas. Christian es un hombre muy cercano al arte, particularmente al teatro.
Un recuerdo de Christian Rasmunssen:
“En una ocasión viajamos a Xocén, ahí conocimos al comisario Gaspar Canul. Él nos contó de las denuncias que le hacían, muchas relacionadas con el misticismo de Yucatán. Un hombre denunciaba a su esposa porque se convertía en gata en las noches y salía a la calle. Decía que si no dejaba de convertirse en gata la iba a machetear porque él se había casado con una mujer, no con un animal. Le dijimos al comisario que escribiera un diario con todas las denuncias que le llegaban. Un diario es algo íntimo, no se debe publicar, pero como el texto eran tan poderoso, decidimos publicarlo cambiando los nombres y apellidos de las personas reales. El libro lleva como título: El diario del comisario.
Un recuerdo sobre Christian Rasmussen:
Habíamos terminado una función de Mestiza Power cuando un tipo muy alto, rubio, de ojos azules, se acercó abruptamente a mí. Me dijo que yo podía hacer una obra de teatro adaptada de su libro El diario del comisario. Me pareció imprudente su manera de acercarse, yo tenía mis propios proyectos, pero el libro me encantó e hice la obra. Nos fue muy mal, creo que no le gustó ni a Christian. De cualquier modo, ese encuentro significó un afecto que ha perdurado por años. Tanto le gustó el teatro a Christian que llegué a verlo de actor en una obra.
Cuando lo vi entrar a escena de la misma forma abrupta en la que me abordó, chocando con la escenografía y sin saber por dónde salir me reí mucho. Entendí que ese hombre no tenía límites y que el teatro lo había hechizado. Después de la función lo esperé para saludarlo. Pensé que se sentiría apenado por los accidentes que tuvo en el escenario, pero él estaba feliz de haber estado ahí. Me abrazó con fuerza y me dio tremendas palmadas en la espalda. Sí, mi amigo Christian tiene un lugar en la escena, estoy segura de que sería un clown magnífico, construido a prueba de error.
RECUERDO DE UN CLOWN
“Me encantan los clowns. Seres paradójicos: frágiles y poderosos por igual, encarnaciones de la vulnerabilidad y de la magia, metáforas vivientes de la pureza humana, niños eternos, guardianes de la risa, consuelo de la humanidad, luces en la noche del mundo. Me conmueve hondamente que existan seres humanos que dediquen su vida a perfeccionar el error. Mientras que todas las personas rehuimos el fracaso, los clowns nos muestran que no es tan grave. Pueden querer levantar algo que se les cae una y otra vez hasta que lo logran… o no. Pero sea cual sea el resultado no se rinden. Falla tras falla ellos siguen adelante. Encarnaciones también de la voluntad y la esperanza.
“En una época muy triste de mi vida iba cada fin de semana a ver a un clown en un espectáculo suyo. Sentí que me fue curando poco a poco. Le escribí para compartirle mi experiencia y me contó sobre su creación. Esta había surgido de la partida de un amor que siempre viviría en él. Agregó que quizá esa era la razón por la cual me había conectado, porque ese espectáculo conservaba aquel lúgubre estado de soledad del que son presa todos a quienes les llega el final de una relación en donde habrían deseado permanecer para siempre. Con su dolor me había curado. Con su tristeza había creado un espacio para la risa y el asombro. Es una de las obras más entrañables que jamás vi. De tantas veces que estuve entre los espectadores, aún puedo regresar ahí; solo con cerrar los ojos puedo volver a experimentar la música, las atmósferas, los aromas, los gestos… Recordar es una forma de viajar en el tiempo.
“Desde entonces me surgieron algunas dudas: los clowns, ¿son almas atormentadas que ofrendan su sufrimiento para sacar un poco de luz desde las profundidades del abismo? ¿Seres a quienes les duele la vida y en vez de expresar el absurdo existencial como tragedia lo exponen como comedia? Clowns, ¿mártires del mundo?
“Gracias a esto aprendí que en lo recóndito del dolor siempre persiste un poco de esperanza, y que la alegría que alguien te regala permanece más allá de cualquier tristeza. Ya no recuerdo qué era aquello por lo que estuve tan mal en esa época, de esos tiempos solo me quedan risas”.
Ricardo Ruiz Lezama. Dramaturgo.
LA INTIMIDAD DEL OTRO
A veces siento que hay estudiantes de teatro, incluso artistas con cierta trayectoria, que en la búsqueda de testimonios para sus obras terminan haciendo turismo social; están ahí por sacar su historia y no les importa para nada la persona que tienen enfrente, ni todo lo que remueven en los recuerdos de la gente. Los he visto hablarme de sus entrevistas a mujeres violentadas, madres con hijos muertos o desaparecidos, contando que lograron sacar un buen material con el que harán una obra muy exitosa y ellos siempre con la sonrisa. ¿Y lo humano? ¿Y la empatía? Creo que cuando hay esa indiferencia, cuando el interés solo radica en su propia historia, se hace obvio en la puesta en escena. Creo que si vamos detrás de un testimonio es porque algo en esa problemática nos habla y tenemos una necesidad tremenda de ir por ello. Creo que hay una línea intuitiva que nos une a la imagen irradiante que nos habla en la calle, que vamos por esos temas porque nos importan, porque algo de nuestra huella de dolor parece dolerle al otro. Creo que esa es la diferencia: lo que nos mueve, lo que nos importa, lo que nos duele.
Uno de mis alumnos me dijo que quería escribir sobre el abuso sexual que sufrió su hermano, pero no pensaba decirle nada, quería que su hermano viera la puesta en escena y ahí se enterara. Me pareció delicado hacer algo así. ¿Qué pasa con los sentimientos del otro al ver expuesto un episodio de su vida que quizá prefiere olvidar? Le sugerí a mi alumno que escribiera la obra y se la leyera a su hermano, y solo si él estaba listo la llevara a escena. Hay tanto material para escribir, que no me parece adecuado exhibir algo que puede transgredir la intimidad del otro, o distanciarnos de nuestra propia familia.
Me preguntan si nunca he tenido problema al llevar a escena la vida de los otros. La verdad es que no, nunca, quizá porque tomo solo algunos hechos del relato compartido y los dejo atravesar por el hilo de la ficción; construyo códigos teatrales que no cambian el discurso, nada más lo acentúan o ponen en primer plano situaciones específicas. No busco exponer o causar compasión hacia mis personajes, y es que creo que es importante tener claridad del proceso entre la persona que nos cuenta una historia y el personaje que vamos a mostrar al público.
Comparto las reglas que me parecen básicas cuando se escribe sobre la vida propia o la de alguien más.
1. No victimizarme ni victimizar al otro.
2. Los tiempos del teatro son distintos a los tiempos de la vida. En la vida podemos pasar horas escuchando el relato de quien nos comparte su historia, en el teatro, si la obra excede de la hora y media, el espectador empieza a inquietarse. Aquí es cuando la capacidad de síntesis de la que tanto nos hablan debe hacerse presente.
3. Distinguir qué recuerdos, imágenes o situaciones son lo suficientemente poderosos para escribir una historia.
4. Atravesar la historia (sin pervertirla) por los hilos de la ficción.
5. Construir la obra a partir de los códigos y signos de la teatralidad y no a partir del relato únicamente. Ese me parece