Historia de África desde 1940. Frederick Cooper. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Frederick Cooper
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432153174
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más como un epílogo que como una parte completa de la historia del continente. El presente libro procura satisfacer las necesidades del público general, estudiantes y profesores que deseen algo más y que quieran observar el pasado del presente con mayor coherencia. La línea divisoria entre la época colonial y la independencia a veces se asume de manera tan axiomática, que nadie se pregunta qué diferencia conllevó la adquisición de la soberanía —especialmente a tenor de las continuas desigualdades del orden mundial—, y qué procesos se han ido desarrollando a lo largo de un periodo de tiempo más dilatado. En muchos sentidos, los años de la Segunda Guerra Mundial —en realidad desde finales de la década de 1930 hasta finales de la década de 1940— constituyen una solución de continuidad tan importante como la época de la independencia. Para ser más concretos, diferentes aspectos de la historia africana presentan diferentes ritmos y rupturas, diferentes continuidades, adaptaciones e innovaciones —tema que se desarrolla en el «Interludio».

      El libro está estructurado para promover la discusión de tales cuestiones. Por eso, Historia de África desde 1940 está dirigido tanto a lectores interesados en la historia como a lectores interesados en los temas de actualidad; para estimular a los primeros a mirar más hacia adelante —y ver que la historia no llega a un punto final—, y a los segundos a mirar más hacia atrás —y ver que el desarrollo de los procesos a lo largo del tiempo es esencial para comprender el presente. He escrito este libro, tan dentro del género de los libros de texto, como en contra. Dentro del género, porque está dirigido a lectores, estudiantes y demás personas que demandan un libro de introducción a una materia académica —de la cual no se supone que tengan un conocimiento previo—, y en contra, porque he evitado tanto la exhaustividad como la flema típicas de los manuales de texto. Puesto que hay temas que van más allá de lo que aquí se aborda, puede que algunos lectores se topen con que una parte de África que les interesa en particular —por ejemplo, Etiopía— queda relegada, si bien deberán entender que es más fácil obtener información específica en otras fuentes que localizar un marco de estudio concreto con el que analizar y debatir el periodo de postguerra en su conjunto. La elección de ejemplos está determinada tanto por lo que conozco —y hay mucho más por conocer sobre África que lo que cualquier erudito puede asimilar—, como por lo que funciona adecuadamente dentro de la estructura temática y las limitaciones de espacio de este libro. Dichas elecciones no deben interpretarse en el sentido de que una parte de África sea más interesante o importante que cualquier otra.

      Historia de África desde 1940 es, a la vez y de igual manera, un ensayo interpretativo y un manual de texto, y su contenido está más dirigido a provocar discusión que a ser objeto de aprendizaje. Es controvertido e incluso contumaz, pero no conozco otra manera de escribir la historia de África que desde mi propio punto de vista, reconociendo que es una entre otras muchas formas de abordar el tema.

      Fue una innovadora idea de Martin Klein para una serie de textos reglados sobre diferentes temas de la historia de África lo que me inspiró para escribir este libro. Además, mi pretensión de hacerlo accesible para los estudiantes de ciencias políticas y de desarrollo social, y quizá también para los de historia universal, resulta —o eso creo— compatible con los objetivos de Marty para esta serie. Agradezco a Marty y a su comité asesor por varias rondas de sugerencias sobre mi propuesta y sobre el borrador del libro. También me gustaría dar las gracias a Mamadou Diouf, Devra Coren, Nancy Hunt, Andrew Ivaska, David Newbury, Luise White y Jennifer Widner, por sus útiles críticas de borradores previos.

      La habilidad de Devra Coren para construir y manejar bases de datos y presentarlas gráficamente merece que su nombre figure en los diagramas y tablas que aparecen en el capítulo 5. Muestro mi agradecimiento a la Agencia France Presse, Documentation Française, Bettmann/CORBIS, y al Archivo Fotográfico Eliot Elisofan del Museo Nacional de Arte Africano de Instituto Smithsonian por su permiso para reproducir fotografías. También me siento agradecido al personal de la Sala de Mapas de la Biblioteca de la Universidad de Michigan, y en particular a Karl Longstreth y a Chad Weinberg, por trabajar conmigo en los mapas.

      1. Introducción

      EL 27 DE ABRIL DE 1994, LOS SUDAFRICANOS negros votaron, por primera vez en su vida, en unas elecciones para decidir quién gobernaría su país. Las colas en los colegios electorales serpenteaban alrededor de muchos bloques de edificios. Hacía más de treinta años desde que los movimientos políticos africanos habían sido prohibidos, y el líder del movimiento más fuerte, Nelson Mandela, había pasado veintisiete de esos años en prisión. La mayoría de los activistas y observadores dentro y fuera de Sudáfrica habían pensado que el régimen del apartheid, con su política explícita de fomento de la supremacía blanca, se había atrincherado tanto y sus partidarios estaban tan apegados a sus privilegios, que solo una revolución violenta lo desalojaría. En un mundo que, unos treinta o cuarenta años antes, había comenzado a derribar imperios coloniales y a denunciar a gobiernos que practicaban la segregación racial, Sudáfrica se había convertido en un paria, sujeto a boicots de inversiones, eventos deportivos, viajes y comercio. Ahora estaba empezando a redimirse, ocupando su lugar entre las naciones que respetaban los derechos civiles y los procesos democráticos. Es más, aquello era una revolución cuyo acto final resultó pacífico.

      Tres semanas antes, una parte del vasto sector de prensa convocado para observar la revolución electoral en Sudáfrica se había desplazado para informar sobre otro tipo de acontecimiento en otra parte de África. El 6 de abril había comenzado en Kigali, la capital de Ruanda, lo que la prensa describió como un «baño de sangre tribal». Empezó cuando el avión en el que viajaba el presidente del país, Juvénal Habyarimana, que regresaba de las conversaciones de paz en Arusha (Tanzania), fue abatido. El gobierno estaba dominado por un grupo de personas que se hacían llamar «hutu», lo cual fue interpretado por la mayoría de la prensa como una «tribu» que durante mucho tiempo había estado enzarzada en disputas y, a la postre, en una guerra civil, contra otra «tribu» conocida como «tutsi». De hecho, un número significativo de tutsis había huido de las periódicas masacres de las décadas anteriores, y un grupo de exiliados estaba invadiendo Ruanda desde la vecina Uganda, con la intención de luchar para que los tutsis ocuparan un lugar en el gobierno y la sociedad de Ruanda. Las negociaciones de paz en Tanzania eran un intento por resolver el conflicto. Pero durante la noche del accidente aéreo comenzaron los asesinatos en masa de tutsis, que en pocos días se convirtieron en una matanza sistemática llevada a cabo por el ejército —que estaba dominado por los hutus—, por las milicias locales y, en apariencia, por turbas enfurecidas.

      La masacre se extendió por Ruanda, y pronto se hizo evidente que aquello era más que un estallido espontáneo de odio; era un intento planificado para destruir a toda la población tutsi al completo, desde bebés hasta ancianos. Cuando terminó unos meses más tarde, alrededor de 800.000 tutsis habían muerto —una muy amplia proporción de la población tutsi—, al igual que numerosos hutus que se habían opuesto a los líderes genocidas. Solo concluyó debido a que el ejército —dominado por los hutus, y profundamente involucrado en el genocidio— se había mostrado incapaz de rechazar a las fuerzas invasoras, las cuales habían llegado a capturar Kigali y estaban avanzando para tomar el control del resto del territorio. La victoria militar «tutsi» produjo entonces una oleada de refugiados «hutu» en el colindante Zaire. En otoño de 1994, muchos de los soldados, milicianos y matones responsables del genocidio se habían juntado en los campos de refugiados con niños, mujeres y hombres que huían. Aquellas milicias genocidas intimidaban a otros refugiados para que participaran en incursiones de castigo en Ruanda, y los contraataques del nuevo gobierno ruandés estaban causando estragos tanto entre los civiles como entre las milicias.

      Hace ya un cuarto de siglo desde las primeras elecciones plenamente libres en Sudáfrica y desde el genocidio en Ruanda. Desde entonces, Sudáfrica ha celebrado regularmente elecciones; los presidentes se han sucedido unos a otros de una forma ordenada. El poderoso aparato de discriminación racial se ha desmantelado; las odiadas leyes que obligaban a los sudafricanos negros a llevar pasaporte dentro del propio país, y que les restringían el lugar de residencia, han