Las almas rotas. Patricia Gibney. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia Gibney
Издательство: Bookwire
Серия: Lottie Parker
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418216077
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parecía probable. ¿La habían dejado plantada? ¿O había cambiado de opinión y decidido que esta era la única manera de escapar de la boda? Lottie tenía la sospecha de que no todo era lo que parecía. El garda Thornton tenía razón. Había algo extraño.

      Se oyó un golpe en la puerta y Boyd dijo:

      —¿Puedo entrar?

      —No hay espacio, espera a que salga. Llama a los forenses. Pregunta por Jim McGlynn.

      Con dificultad, salió al pasillo. Mientras Boyd hacía la llamada, echó otro vistazo al salón en busca de señales de pelea, pero no encontró nada fuera de lugar. Sobre el radiador había un gorro, como si lo hubieran dejado allí para que se secara. Puso la mano sobre el aparato; descubrió que estaba apagado y sintió el frío en el aire. Sobre el respaldo de la silla colgaba una manta y en el asiento, encontró un teléfono móvil. Sin cogerlo, apretó el botón de inicio. No hacía falta pin. La pantalla mostraba una aplicación para contactos e iconos para llamadas y mensajes. Nada más. A Lottie le pareció un poco extraño. Toda la gente que conocía tenía varias aplicaciones, incluso su madre usaba el correo electrónico en el móvil.

      El único otro mueble era una televisión sobre una mesita, bajo la cual descansaba una vieja maleta marrón. En la cocina todo estaba limpio y ordenado. No había platos en el fregadero ni en el escurridor. El frigorífico estaba bien abastecido. El cartón de leche no estaba caducado, ni tampoco la bandeja de filetes de pollo.

      —No encuentro ninguna nota de suicidio —anunció—. Tendré que echar otro vistazo al dormitorio.

      Boyd la siguió.

      En la mesita de noche había un volumen forrado en cuero negro que parecía una Biblia. Al abrirlo, Lottie descubrió que era un libro de oraciones. Las páginas eran suaves y livianas al tacto, como plumas, y sintió que pasarlas era reconfortante. Dejó el libro y abrió el cajón. Contenía una botella de pastillas para dormir y un paquete de paracetamol. Si Cara había querido suicidarse, ¿por qué no se había tomado las pastillas? Habría sido mucho más fácil.

      Fue hasta el armario, que tenía la puerta abierta. El olor a lavanda flotaba en el aire. De la barra colgaban vaqueros, camisas y blusas. En el suelo había un par de zapatillas Nike. La funda de plástico sería del vestido, pensó.

      Boyd se arrodilló, levantó la colcha de la cama de patas de acero y buscó debajo.

      —Aquí no hay nada.

      Lottie regresó al salón y abrió la hoja lateral de la ventana. Los sonidos llenaron de vida la habitación. Abajo, el canal estaba congelado. Un tren salió de la estación con fuertes chirridos. Junto al puente había un bote amarrado, en algún lugar a su derecha se oía un claxon y escuchaba el ruido característico de los albañiles que trabajaban cerca de allí. Aspiró el frescor de la mañana.

      —Si hubiera querido suicidarme sin una sobredosis, habría saltado por la ventana. ¿Qué opinas?

      —No te gustan las alturas —apuntó Boyd, con los brazos cruzados—, así que no lo habrías hecho.

      —No me dan miedo las alturas.

      —Estoy hablando hipotéticamente. Pensaba que tú también.

      —Estamos en una tercera planta… Oh, bueno, no importa. —Cerró la ventana y se volvió hacia Boyd—. ¿Has llamado a McGlynn?

      —Está de camino. —El sargento bostezó y separó los brazos—. ¿Hace falta avisar a la patóloga forense?

      Lottie pensó un momento. ¿Necesitaban a Jane Dore? Pese a que todo indicaba que había sido un suicidio, la ausencia de nota le molestaba, al igual que los arañazos en el cuello de Cara.

      —Llama a su asistente. Si mi intuición falla, me haré cargo de las consecuencias.

      —La puerta no ha sido forzada. ¿Crees que dejó entrar a alguien?

      —Si lo hizo, entonces tal vez conocía a la persona que la mató.

      Boyd suspiró.

      —Eso es si alguien la mató.

      Lottie sacudió la cabeza y pasó junto a él.

      —Voy a charlar con la vecina. Comprueba si puedes encontrar algo que indique una muerte sospechosa… y trata de quitarte la resaca de encima, te está volviendo lento. ¿De acuerdo?

      Lo dejó allí, con la boca abierta, en el reducido y abarrotado pasillo, con una mujer vestida de novia colgada detrás de la puerta.

      5

      Aunque en la oficina hacía tanto calor como de costumbre, Beth no tenía permitido apagar el radiador. Su superior, el jefe de redacción Nick Downes, estaba sentado con una bufanda al cuello y el abrigo sobre los hombros. «Ese hombre siempre tiene frío», criticó.

      Escribir el informe sobre la inauguración oficial de los mercados navideños le había llevado cinco minutos. Tendría que inventarse algo para llenar las cuatro columnas de la página principal. A menos que Ryan hubiera sacado una foto decente, estaba jodida. ¿Qué más podía escribir? Distraída, miró el móvil. Más le valía acordarse de llevar un par de botellas de agua a casa, por si su padre no había arreglado las tuberías congeladas.

      Cuando estaba a punto de redactar una nota, recibió un mensaje en el teléfono. Lo leyó y miró a su alrededor en busca de Ryan. Sus miradas se encontraron cuando el fotógrafo entraba por la puerta.

      —Déjate el abrigo puesto y coge la cámara —indicó Beth.

      —¿Por qué?

      —Tenemos trabajo. —Se volvió hacia el editor—. Nick, hay un posible suicidio. ¿Te parece bien si vamos a echar un vistazo y tal vez sacar algunas fotos?

      Nick giró su silla mientras chupaba ruidosamente el extremo de un bolígrafo. La barba ocultaba sus labios delgados.

      —No creo que tenga mucho que ver con el espíritu navideño violar la privacidad de la familia de una víctima de suicidio, ¿no te parece?

      Beth se quedó pasmada en medio de la atestada oficina, con las mangas de la chaqueta a medio poner y el bolso entre las piernas.

      —¿Qué?

      —Ya me has oído. Ten un poco de compasión.

      ¿De qué diablos hablaba?

      —Es el segundo en tres semanas. Tal vez esté ocurriendo algo sospechoso.

      —¿Segundo qué?

      Beligerante era una palabra que Beth usaba a menudo para describir a su padre, y ahora su jefe se estaba ganando la misma distinción.

      —El segundo suicidio —explicó.

      —Ya causaste bastante revuelo con el artículo sobre el primero hace unas semanas. No debería haberte dado el visto bueno —arguyó Nick—. ¿Y quién te ha dicho que ha habido otro?

      Beth se subió la cremallera de la chaqueta, evitando su mirada, y contuvo la réplica malsonante que quería lanzarle mientras consideraba su situación. Tenía un contrato renovable de seis meses. Necesitaba el trabajo y no podía permitirse cagarla por enfadar al jefe. Pero no podía decir que había sido un mensaje anónimo.

      —Lo he visto en Twitter —mintió.

      —Enséñamelo.

      Buscó en su teléfono.

      —Oh, lo han quitado.

      —¿Qué quieres decir con «quitado»?

      Era un dinosaurio.

      —A veces los administradores de Twitter borran contenido inapropiado. Ya sabes, si alguien pone una queja.

      —¡Ajá! Ves, y tú querías difundir contenido inapropiado en la primera página de nuestra próxima edición. Quítate el abrigo y siéntate.