Las almas rotas. Patricia Gibney. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia Gibney
Издательство: Bookwire
Серия: Lottie Parker
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418216077
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ocurre algo es en ese cerebro tuyo. Ahora crees en teorías conspiratorias.

      —No te preocupes. Me llevaré a McKeown. —Lottie cogió el bolso y se lo colgó del hombro.

      —Vale, vale —dijo Boyd—. Iré contigo.

      —Bien, pero será mejor que dejes los comentarios de listillo.

      Lottie pasó junto a él y captó el brillo en su mirada cuando sus manos se rozaron. Ella lo había sentido y él, también. La súbita emoción provocada por el contacto físico. No importaba que fuera fugaz y casual. Estaba allí. Y a Lottie, tenía que admitirlo, le encantaba.

      * * *

      Kirby metió la bolsa bajo la mesa y trató de aplastar su pelo rebelde con los dedos temblorosos. La ducha de los vestuarios solo escupía agua fría, y ni siquiera eso había conseguido aplacar demasiado sus tripas revueltas ni el dolor que le atenazaba la cabeza. Miró a McKeown para comprobar si había oído los ruidos que su estómago profería. Pero tenía la cabeza gacha y parecía no haber escuchado nada. Bien.

      Apoyó un pie sobre la bolsa y al sentir el dolor subirle por el otro, esperó que los excesos de la noche anterior no hubieran despertado su gota. Era un condenado dolor de muelas; o, mejor dicho, de pies.

      —¿Dónde está la jefa? —Esperó a que McKeown levantara la cabeza para mirar por encima del ordenador. Dios, se lo veía lozano, y ahí estaba el propio Kirby, con aspecto de algo pasado que hay que tirar a la basura.

      —Ha salido.

      —Ya lo suponía. ¿A dónde?

      —Ha mencionado un suicidio.

      —¿No trabajaste en un suicidio hace unas semanas? —Kirby entrecerró los ojos, e hizo memoria del caso.

      —Así es. Nada sospechoso.

      —¿De quién se trata esta vez?

      McKeown dejó lo que estaba haciendo y se puso en pie. Se inclinó sobre el escritorio de Kirby y respondió:

      —No sé quién es porque no me lo han dicho y, para que lo sepas, tengo una pila de informes que llega hasta el techo que me mantienen más que ocupado, sin necesidad de que me involucre en asuntos en los que no se me requiere.

      Tomó asiento. Kirby cambió de opinión; su colega, como él mismo, estaba en plena resaca.

      4

      Los bloques de apartamentos de Hill Point se construyeron durante lo que se conoció como los años del boom del Tigre Celta. Había sido un proyecto excitante para la ciudad de Ragmullin, en la región central de Irlanda. Sin embargo, una vez el complejo estuvo construido y pese al hecho de que ofrecía muchas viviendas, se hizo evidente que a Ragmullin no le hacía falta esa mancha en el paisaje. Lo salvaba el hecho de ser el único rascacielos de la ciudad, si no se contaba la catedral de 1930 con los dos capiteles que arrojaban su sombra en todas direcciones, visible estuvieras donde estuvieras.

      El bloque que buscaban era fácil de encontrar, con dos coches de policía y una ambulancia estacionados delante de cualquier manera.

      Boyd aparcó el coche. Lottie salió de un salto y se adelantó. Dentro, se encontró con que el ascensor no funcionaba, y subió por las escaleras de cemento hasta el tercer piso.

      En el estrecho pasillo, dos paramédicos redundantes estaban apoyados contra una pared con una camilla plegada entre ellos. Un policía se encontraba frente a la puerta del apartamento.

      —Buenos días, garda Thornton. Ponme al tanto —pidió Lottie en cuanto hubo recuperado el aliento. Se puso los guantes y patucos protectores.

      —Buenos días, inspectora. —El garda no necesitó consultar sus notas; era lo que Lottie llamaba un perro viejo del cuerpo—. La vecina del piso contiguo a la izquierda ha denunciado el suceso. La he enviado de regreso a su apartamento con un agente. He echado un vistazo dentro y hay algo extraño.

      —¿Extraño?

      —Cuando entre, usted misma lo verá.

      —¿Habéis llamado a los forenses?

      —He pensado que querría evaluarlo usted primero. A estas alturas, ya ha pasado todo quisqui por aquí. Quizá sea un simple suicidio, pero… no lo sé. La difunta se llama Cara Dunne. El cuerpo está en el baño.

      —¿Ha venido un médico?

      —Ya se ha marchado.

      —¿Lo has interrogado?

      —Sí. Afirma que la mujer está muerta.

      Lottie esperó a que Boyd llegara. Estaba sin aliento, cosa inusual en él ya que era un adicto al deporte. Mientras su compañero se ponía los guantes, la inspectora empujó la puerta. Al primer vistazo, notó que era un apartamento pequeño. Un abrigo azul marino colgaba de un gancho en el estrecho pasillo. Pasó la mano por la prenda. Estaba húmeda.

      Entró. Postergando lo inevitable, pasó por delante del baño, donde se encontraba el cadáver, y se quedó quieta sobre un trozo cuadrado de moqueta marrón que designaba un salón sin paredes interiores, con una pequeña cocina americana a la derecha. Abrió la puerta más cercana y echó un vistazo. Una habitación compacta. La cama estaba hecha con pulcritud y un camisón de algodón estaba doblado sobre la almohada. Una mesita de noche y un armario. Las persianas venecianas oscurecían la ventana. Sobre el radiador había un par de vaqueros, y habían arrojado una camisa roja sobre la cama. En el suelo vio, arrugado, un plástico de los que se usan para proteger la ropa.

      Regresó al baño. La puerta estaba entreabierta. La empujó con la punta del dedo y se movió solo un poco. Espió a través de la rendija. Una bañera de cerámica blanca con una alcachofa de ducha oxidada, un retrete y un lavabo. Las baldosas color crema del suelo estaban mojadas. Aparte de eso, nada parecía fuera de lugar. Pero… el olor. Lottie retrocedió al notar el olor ácido de la orina.

      —No veo el cuerpo —dijo.

      —Detrás de la puerta —indicó Boyd.

      Rodeó la puerta medio abierta y entró en el reducido espacio. Al girar, se quedó inmóvil. Se llevó la mano a la boca y sintió que se le aflojaban las rodillas. Un grito ahogado escapó entre sus dedos.

      Detrás de la puerta, colgado por el cuello de un cinturón de cuero negro, estaba el cuerpo de la mujer. Tenía la boca abierta, al igual que los ojos, inyectados en sangre. En el cuello se veían arañazos intermitentes donde el cinturón le había cortado la piel. Los brazos colgaban a los costados; los puños habían quedado apretados al morir. Lottie había visto las cosas inimaginables que la muerte puede hacer al cuerpo humano, pero esto era grotesco. Se sacudió para mantener la profesionalidad.

      Estimar la edad de la difunta no era fácil; no obstante, para su mirada experta, Cara Dunne parecía tener poco más de treinta y cinco años.

      Un vestido de satén blanco, salpicado de diamantes que brillaban bajo la luz, envolvía la figura como un sudario. Le llegaba hasta los tobillos, donde asomaban los pies descalzos. Por el charco en el suelo, era evidente que Cara Dunne se había orinado mientras agonizaba.

      Lottie estudió el vestido. Era un vestido de novia. Nuevo, sin usar. Hasta ahora. De la cremallera bajo el brazo de la víctima colgaba la etiqueta con el precio. Quería tocarlo, sentir la suavidad de la tela entre los dedos, pero no movió ni un músculo. Solo permitió que sus sentidos especularan qué habría ocurrido en ese baño pequeño y anodino, donde el moho negro se expandía por los azulejos sobre la bañera.

      El olor a muerte era tan intenso en el diminuto recinto que Lottie lo notaba en la lengua. Examinó el rostro de Cara Dunne. La piel era suave, sin arrugas. ¿Era producto de la muerte o su piel había sido siempre así? Tenía el pelo rubio, corto y liso. Mientras subía la mirada, Lottie se fijó en que el otro extremo del cinturón estaba fuertemente atado a una válvula cromada que sobresalía