—Puede que entonces haya sido mejor que no me casara contigo –sonrió con expresión frágil.
—Es posible –coincidió él.
—Espero que estés agradecido por haberme negado.
—Desde luego no lo estuve en aquel momento, pero no te equivocaste al decir que no encajábamos juntos.
Rosalind sabía que había hecho lo correcto, pero, de algún modo, eso no la consoló después de que Michael se fuera, y seguía sucediéndole lo mismo. La súbita y vigorizadora oleada de furia desapareció casi al instante, dejándola cansada e inexplicablemente deprimida.
—Debe ser la primera vez que coincides conmigo en algo –había querido que sonara como una broma, pero sonó como algo triste.
—¿Sí?
Su voz sonó extraña, y Rosalind se preguntó si también él pensaba en las veces que habían discutido y peleado, para luego besarse y reconciliarse. Al menos en la cama siempre habían coincidido. Aún podía sentir el tembloroso deleite de su boca sobre su piel, de sus manos lentas y seguras explorándole el cuerpo.
El silencio, cargado de recuerdos, se estiró entre ellos. Rosalind se encontró recordando el vigésimo primer cumpleaños de Emma. Se había puesto un vestido verde mar que mostraba sus largas piernas y casi toda su espalda; reía mientras alguien volvía a llenarle la copa con champán cuando su vista se posó en Michael en el otro lado del salón. Los ojos de él estaban particularmente vivos en su austero rostro, y, sobresaltada, tuvo que apartar la vista y beber un sorbo de champán.
Cuando volvió a alzar los ojos, no estaba. Un poco irritada por su propio interés, había circulado por la fiesta con la esperanza de verlo de nuevo, pero daba la impresión de haber desaparecido. Y entonces, justo cuando se había rendido, Emma la había llevado a un lado para presentarle a su hermano.
—Éste es Michael.
Rosalind había vuelto a mirar los mismos ojos grises y sosegados y el corazón le dio un vuelco.
Si Michael la había reconocido por la breve y ardiente mirada que intercambiaron, no dio señal de ello. Se mostró educado pero nada impresionado, y Rosalind, que había aprendido a aceptar sin cuestionar una admiración universal y absoluta, se había sentido molesta. Él había irradiado un leve aire de desaprobación, un ligero deje de burla en su voz, que la irritó. ¿Quién era Michael Brooke para mostrar desaprobación? No era atractivo; no era encantador. Sólo era el hermano de una amiga del colegio. Entonces, ¿por qué le resultaba tan fascinante?
Por supuesto, su relación había estado predestinada desde el principio. Michael no pertenecía a su ingenioso y superficial mundo social; ella era una criatura extraña y exótica en el suyo. Cuando llegó el momento, descubrieron que no tenían absolutamente nada en común. Sin embargo… Rosalind no pudo evitar recordar cómo las diferencias existentes entre ellos se habían disuelto en cuanto se tocaron. Cinco años después, aún podía sentir el cosquilleo de excitación que le había recorrido la espalda cada vez que Michael apenas la rozaba.
Casi contra su voluntad, miró de reojo las manos de él, controladas y competentes sobre el volante, y el recuerdo hirvió en su interior al pensar en esas mismas manos recorriendo con gesto posesivo su cuerpo, derritiéndole los huesos con su dura promesa, despacio…
Apartó los ojos para encontrarse con su boca, y contuvo el aliento. En ese momento se veía comprimida en una línea fina, pero ella sabía cómo podía relajarse y exhibir una rara e inesperada sonrisa que jamás había fracasado en marearla de placer, como si de la nada hubiera recibido un regalo maravilloso. Y esos labios en el pasado se habían demorado tentadoramente sobre su piel.
Respiró entrecortadamente y se obligó a desviar la vista. Era estúpido sentirse tan nerviosa. Otras parejas rompían y lograban volver a verse sin experimentar una tensión aguda. Acomodó los hombros en el respaldo y se esforzó por relajarse. Quizá no pudieran olvidar el pasado, pero al menos podían fingirlo.
—¿Tuviste la oportunidad de llamar a tu tía? –preguntó en un intento por mitigar la atmósfera.
—Le dije que llegaría un poco más tarde –repuso sin mirarla—, y que conmigo llevaría a mi esposa e hijo –puso énfasis con cierto desagrado al anunciar el papel que desempeñaría ella.
—¿Le importó? –prosiguió Rosalind, decidida a mantener la conversación lo más neutral posible.
—No lo sé –se encogió de hombros—. Por teléfono se mostró brusca, aunque quizá sea así todo el tiempo.
—Emma me ha dicho que es más bien excéntrica –se sintió animada por el hecho de que Michael al fin le hablara.
—Eso nos han comentado siempre, pero ninguno de nosotros sabe mucho sobre ella. No la veo desde los nueve años. Recuerdo que me llevaron a tomar el té a su casa. Resultaba un poco intimidante, pero me cayó bien de un modo algo peculiar. A los niños nos hablaba del mismo modo que a los adultos.
—Pero si tenías nueve años la última vez que la viste, eso significa que han pasado veinte años desde entonces.
—Veintidós –corrigió Michael—. Maud se casó con el hermano de mi abuelo, y hubo una especie de separación con mi abuela. No sé a qué se debió… probablemente a algo trivial, pero se dijeron algunas palabras y ambos lados se ofendieron, y la tía Maud rompió todo contacto con la familia. Mi tío abuelo murió hace unos cinco o seis años, y he de reconocer que también la di por muerta a ella hasta que de repente me escribió una carta hace unos meses.
—¿Una carta? ¿Qué ponía?
—Que ya no podía ocuparse de los asuntos de mi tío, y prácticamente me ordenaba, al ser el último varón de la familia, que fuera y asumiera esa responsabilidad.
—No es normal que te dejes ordenar –la tía Maud debía ser una mujer valiente. Por recompensa recibió una leve sonrisa, más un esbozo que algo real, pero Rosalind sintió como si hubiera ascendido una montaña.
—No puedo decir que me gustara –reconoció Michael, ajeno al efecto que había tenido sobre ella—. Mi primer impulso fue escribirle y recomendarle que contratara a un buen abogado, pero su carta me inquietó. Al leer entre líneas me pareció que pedía ayuda, pero que era demasiado orgullosa para hacerlo de forma clara. Ahora es una mujer mayor; no tiene hijos y está sola –calló unos instantes al meterse en el carril veloz—. Me dio la impresión de que los asuntos de mi tío eran una excusa para reconstruir algunos puentes, así que le escribí y le expliqué que me hallaba en el extranjero, pero que iría a verla en cuanto tuviera unas semanas libres. Ésta ha sido la primera oportunidad que se me ha presentado de venir.
—De modo que has regresado al Reino Unido por el bien de una anciana tía que no has visto en veintidós años.
—Emma y yo somos la única familia que tiene –repuso un poco a la defensiva—, y como mi padre murió, supongo que también es la última familia que nos queda. No puedo ignorarla.
—No –miró por encima del hombro al pequeño, que aún dormía—. No, sé a qué te refieres. Yo pensé que podría hacerlo con Jamie, pero cuando llegó el momento, no fui capaz.
—¿Por qué querrías ignorar a tu hermano pequeño? –la miró con incredulidad.
Rosalind no respondió de inmediato. Juntó las manos en el regazo y contempló sus dedos.
—Supongo que estaba celosa –repuso despacio—. Sé que es terrible decirlo. No me gustaba Natasha, ni yo a ella, y cuando se casó con mi padre me sentí tan excluida que me marché y me compré mi propia casa. Empeoró cuando nació Jamie. Estaba acostumbrada a ser la única niña de papá, y de pronto apareció un bebé…
—¿Y encima un niño? No me extraña que estuvieras furiosa.