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© 1999 Jessica Hart
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Tiempo de espera, n.º 1452 - febrero 2021
Título original: Married for a Month
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.:978-84-1375-220-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
TE ACUERDAS de Rosalind, ¿no?
Michael se quedó paralizado. Estaba agotado después de llevar horas metido en el avión, pero se había levantado cuando Emma fue a abrir la puerta; se hallaba junto a la ventana, frotándose el cuello con gesto de cansancio. Al sonar el timbre no había tenido ninguna advertencia previa, ninguna premonición de que la vida que había levantado con tanto cuidado durante los últimos cinco años estaba a punto de desmoronarse a su alrededor.
Muy despacio bajó la mano y se volvió con la absurda esperanza de haber oído mal el nombre, pero ahí estaba, entrando en la habitación como si fuera su dueña.
Rosalind, con el cabello largo del color de las hojas de la haya. Rosalind, con los hechiceros ojos verdes y la sonrisa que aún acosaba sus sueños. Rosalind, a quien se había esforzado en olvidar.
—Hola, Michael –dijo ella.
Sólo Rosalind había sido capaz de erguirse de esa manera, tan segura de su belleza, de conseguir lo que quisiera. Daba la impresión de que esperaba que él se postrara a sus pies.
«Si es así, ya puede esperar», se dijo. Ya había estado a sus pies, y había sido una experiencia amarga y humillante, que no tenía intención de repetir.
—Rosalind –replicó con voz impasible.
Se sentía sacudido, como si hubiera chocado contra una pared en la oscuridad, pero cuando miró con expresión acusadora a su hermana, ésta sonreía, mirándolos con satisfacción, anticipación y un creciente desconcierto por la respuesta apagada de él ante la sorpresa que le había preparado.
—Deben haber pasado muchos años desde la última vez que os visteis –decía Emma—. ¿Por qué no os ponéis al corriente mientras preparo café?
Rosalind observó a Michael con consternación. Se había sentido tan nerviosa por volver a verlo que experimentó un absurdo alivio cuando entró y descubrió que seguía igual. Mostraba la misma cara sosegada e inteligente de ojos grises y alertas. El mismo cuerpo compacto. El mismo aire de quietud e independencia que resultaba fascinante e intimidante al mismo tiempo.
Pero entonces pudo percibir que había cambiado. Tenía los ojos velados, la expresión reservada, la boca dura.
—Emma, no creo que sea una buena idea –comentó.
—Michael aún no me ha decepcionado nunca –sonrió desde la puerta—. Lo único que debes hacer es explicárselo. Y no te preocupes por Jamie, lo vigilaré –cerró la puerta a su espalda y Rosalind y Michael se quedaron mirándose.
Costaba creer que alguna vez habían reído juntos, se habían amado. Rosalind podía sentir la hostilidad erigida a su alrededor como una barrera invisible. En el pasado se habría sentido segura de su capacidad para hechizarlo en contra de su voluntad. Lo único que habría necesitado era una sonrisa, una mirada o un simple contacto para que Michael se dejara cautivar. Pero, al contemplar la figura quieta y atenta junto a la ventana, sabía que en ese momento no lo permitiría, que estaba en guardia contra ella.
Sin embargo, debía intentarlo.
—¿Cómo te ha ido, Michael? –preguntó al fin.
—Bien.
Ella suprimió un destello de irritación ante el tono sarcástico de su voz. Quizá hubiera sido una pregunta tonta, pero tenía que empezar en alguna parte.
—Bien –titubeó y se mordió el labio con incertidumbre. Se suponía que era su turno para preguntarle cómo estaba y brindarle la apertura que necesitaba, pero era evidente que no tenía intención de seguir los convencionalismos de una conversación agradable—. Y tu investigación –perseveró—. ¿Trabajas en algún emplazamiento interesante?
—Para mí sí –metió las manos en los bolsillos y la observó con creciente suspicacia—.Para ti lo dudo.
Rosalind reconoció para sí misma que antes no había mostrado ningún interés. Jamás había sido capaz de entender qué veía Michael en la arqueología, del mismo modo que