Los árboles en la cuesta. [Sung-won Hwang. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: [Sung-won Hwang
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640905
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se lo pidió para distraerse—: A ver, ¿cómo es tu chica que tanto la cuidas? ¿Acaso con hablar de ella se desgasta? Mira, para mí, tu amor puro es peligroso.

      Tongjo, sin hacerle caso, miró el bosque de pinos hacia abajo, entre los altos había unos pequeños. Las puntas de las hojas afiladas estaban rojas. Quizá tendrían muchos gusanos.

      —Me preocupa hasta qué punto es tuya esa chica que tanto amas. Mira, ya pasó la época de considerar suya a una chica sólo con un amor platónico. Si no hay un recuerdo por el contacto directo con su cuerpo, ya no se puede pensar que es de uno. A ver, dinos, ¿qué recuerdo tienes de su cuerpo?

      —Si no tienes nada que hacer, duerme la siesta. No digas más tonterías.

      —Oye, te lo digo por tu bien. A ver, dime, ¿qué recuerdo inolvidable de ella tienes? ¿Los labios? ¿La palma de la mano? ¿Ese lugar? Hombre, ¿por qué escupes? Ah, conque mis palabras son sucias para ti, ¿eso es? Pero, mira, como dicen: el perro juicioso es el primero que mete el hocico en la comida; quizás un tipo como tú ya puso su huella digital en su espalda, como este señor —dijo señalando a Yungu que se fumaba todo el cigarrillo hasta la colilla.

      —Hombre, ¿por qué te metes conmigo? No tengo nada que ver con ese cuento —protestó Yungu. Quería permanecer ajeno.

      —¿Acaso no eres un bandido? Mides todo, hasta al elegir a una mujer. Siempre escoges las de cierta edad, ¿no? Es que ellas saben amar. Eres un conocedor.

      Con tres horas de intervalo hacían turnos de vigilancia en ambos lados de la ladera de la montaña.

      Cuando Tongjo volvió de su turno, el sol estaba en el occidente. Sus luces eran lánguidas y el viento fresco de la tarde ventilaba el uniforme. El 30 de marzo había caído mucha nieve en esta cordillera centro oriental de la península, lo cual impidió maniobras militares. Como ahora estaban en verano, apenas cuando se atenuaba la intensidad de los rayos solares, se sentía un poco de frío.

      Jyonte, sentado con los brazos cruzados, estaba detrás de la roca, que ahora lo defendía del viento.

      Tongjo se sentó a su lado y otra vez recordó a Sugui, de quien se había acordado mientras estaba de centinela hacía poco. Dos años antes, la noche anterior a su ingreso al ejército, los dos habían trasnochado en un hotel de la costa de Jeunde. Toda la noche cayeron copos de nieve, y se besaron tanto que sentían dolor alrededor de la boca; había dejado de nevar a la mañana siguiente. Cuando resplandeció el sol, los dos se morían de risa, como niños, al ver uno de los ojos de ella con tres líneas en el párpado en vez de dos. Cada vez que recordaba a Sugui le parecía más preciado su secreto y aquella risa por los párpados diferentes. Las caricias de los labios, el mentón, el cuello, el pecho, no eran los recuerdos más importan­tes. En su primera carta, Sugui también mencionaba ese ojo. Dijo que no había salido de casa durante dos días, hasta que su ojo tuvo dos líneas otra vez. Además, había evitado a sus familiares porque no quería que descubrieran su secreto. Esperaba el día de su salida para que le hiciera otra línea en el párpado como aquella noche.

      Cuando recordaba los ojos con párpados diferentes de Sugui, no podía dejar de sonreír.

      —¿Por qué sonríes? ¿Hay algo bueno…? ¡Caramba, qué frío! —Yungu se levantó y empezó a ejercitarse estirando sus brazos hacia adelante y a los lados.

      Llegó el anochecer entre las montañas. Antes de que el crepúscu­lo rojizo desapareciera detrás del monte, una sombra gris empezó a llenar el pequeño valle. Se apresuró a tapar todo y subió a la montaña. Parecía lenta, pero era rápida. En el cielo morado aparecían las estrellas una tras otra. Volvieron los soldados de turno desde su lugar de guardia. Todos esperaban la orden de Jyonte de volver al campamento.

      —Está calentando la casa… —comentó un soldado mirando el pueblo.

      Detrás de la sombra de los pinos ya oscuros, subía un hilo de humo de color más claro. Era el humo de una chimenea.

      —El humo me despierta el apetito —dijo otro soldado—. Quizás esté haciendo crema de maíz.

      —Se habían llevado todo, ¿te acuerdas? No había ni una papa —añadió el anterior.

      —Quisiera tomar siquiera un vaso de agua caliente.

      —Oye, y aquella mujer ¿no sería una espía?

      Jyonte se paró y dijo a Yungu:

      —Informa al campamento que ya volvemos —y luego bajó con su carabina a la espalda.

      Tongjo sabía por qué bajaba Jyonte. Iba a matar a la mujer. Aunque no fuera espía, como temían que avisara de sus movimientos a los enemigos, debían llevarla al campamento. Como eso significaba un fastidio, la desaparecería. Con razón había informado al campamento que no había ni un alma en el pueblo.

      Tongjo esperó el sonido de la bala mirando las sombras por donde se había ido Jyonte. Yungu se le acercó.

      —¿Qué miras con tanta seriedad? No pienses en otra cosa, sino en el regreso.

      No se oyó ningún disparo. Después de un buen rato, Jyonte volvió limpiándose las manos con algo. ¿Qué habría pasado?

      —¡Andando! —ordenó, luego miró a Tongjo y preguntó—: ¿Qué tanto miras como idiota?

      Tongjo siguió contemplando el pueblo y no contestó nada.

      Al día siguiente, Jyonte sintió que Tongjo lo miraba diferente.

      —Oye, ¿por qué me ves así? Tu mirada es como si vieras algo muy sucio y no me agrada.

      —¿Qué hiciste con la mujer ayer?

      —¡Caramba! Oye, ¿por ésa me miras así? Como quieres saber tanto, te lo diré. Bajé y la mujer no se asustó tanto como de día. No se resistió, pero cuando estaba por salir, agarró mi mano. Sabía lo que eso significaba: tenía miedo de quedarse sola. Entonces, ¿qué hacer? Le quité la vida. Eso fue todo.

       2

      Ocurrió después de unos días, el 13 de julio de 1953. Dos semanas antes de la firma del armisticio. A las 10 de la noche la tropa enemiga atacó masivamente a lo largo de unos cincuenta kilómetros del frente izquierdo de la península con ciento cincuenta mil soldados. Querían expandir la zona de ocupación, aunque fuera un palmo de tierra más hacia el sur. Al mismo tiempo, ansiaban apoderarse de la planta eléctrica de Kumali en Jwachon.

      La división a la que pertenecían Tongjo y sus compañeros estaba al este del frente de las colinas de disparo.

      Al principio el enemigo atacó a la división metropolitana bajo el mando de la sexta división estadunidense, pero como la metropolitana se retiró, y ocupó su lugar la tercera división estadunidense, atacó la segunda división del ejército sudcoreano. Luego se dirigió al este con el fin de cercar a la sexta y a la octava división de los sureños del frente centro-oriental.

      El 14 de julio, la división de Tongjo debía retirarse a la costa sureña del río Kumsonggang. Ese día, el fuerte viento llevaba las nubes blancas de verano hacia el sureste. El humo que salía del bombardeo enemigo —jamás experimentado antes— se juntó con las nubes, y el cielo, poco a poco, empezó a bajar. De repente, los aviones de guerra de la tropa de las Naciones Unidas, atravesando las nubes y el humo, empezaron a bombardear a los enemigos. Las bombas y las balas que reventaban estremecían la tierra y ensorde­cían a la gente. Las ráfagas, mezcladas con polvaredas y pedazos de plantas, arrasaban sin tregua. La tropa enemiga, aun así, seguía adelante. Usaba la táctica de la multitud.

      Yungu se acercó. Su cara negruzca estaba preocupada.

      —Anoche tuve un mal sueño. Soñé que el estómago se me hinchaba e iba al médico, y él me decía que estaba en el último mes de embarazo. Estoy seguro de que hoy me pasará algo malo.

      Jyonte intercedió por él y el jefe de su unidad