Cuando florece el alforfón. Hyo-Seok Lee. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Hyo-Seok Lee
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640189
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      —Tuviste suerte. Una cosa extraordinaria como ésa no pasa todos los días. Lo típico es encontrarte una desgraciada, tener hijos y que aumenten las preocupaciones. Lo pienso y me dan escalofríos… Pero también es cosa dura pasarse la vida entera como vendedor ambulante. Yo voy a seguir hasta el otoño, y después me despediré de esta vida. Abriré una pequeña tienda en Daehwa y llamaré a mi familia. No es cosa fácil pasarse todo el año pateando estos caminos.

      —Tal vez si encontrara a esa muchacha, viviría con ella… No, yo caminaré por estos caminos contemplando esa luna hasta que me caiga muerto.

      Al dejar atrás el paso de montaña, la vía se ensanchó. Dong-i, que estaba último en la cola, vino hacia adelante y los tres burros se alinearon a lo ancho.

      —Tú, muchacho, eres joven y estás en la flor de la edad. Lo que pasó en casa de la de Chungju fue un error de mi parte y por eso ocurrió lo que ocurrió, pero no te lo tomes demasiado a pecho.

      —No, no diga eso. Yo soy el que está avergonzado. No estoy para pensar en mujeres, que me la paso día y noche pensando en mi madre.

      Conmovido por la historia de Heo sengwon, la voz de Dong-i sonaba abatida.

      —Me dolieron hasta lo más hondo las palabras madre y padre, pues no tengo padre. Mi único pariente es mi madre.

      —¿Falleció?

      —No lo tuve desde el principio.

      —¿Y eso cómo es posible?

      Al echarse a reír estrepitosamente sus compañeros de viaje, Dong-i se puso serio y reafirmó lo dicho:

      —No quería decir nada porque me daba vergüenza, pero es verdad. A mi madre la echaron de su casa antes de que pasara un mes después de parir un niño en el pueblo de Jecheon. Puede que suene a broma, pero nunca le vi la cara a mi padre ni sé dónde se encuentra.

      La cuesta se alzaba frente a ellos y los tres se bajaron de sus burros. Como la pendiente era pronunciada y costaba esfuerzo abrir la boca para hablar, la conversación se interrumpió durante un tiempo. El burro se resbalaba por nada. Heo sengwon, falto de aliento, no tenía más remedio que descansar a menudo sus piernas. Cada vez que cruzaba una cuesta, su edad se hacía más evidente. Envidiaba a los tipos jóvenes como Dong-i. El sudor le corría por la espalda empapándolo.

      Inmediatamente al otro lado de la cuesta estaba el riachuelo. Como el puente de tablas de madera que se había llevado por delante las inundaciones de verano seguía roto, había que quitarse la ropa para cruzar. Se quitaron los pantalones y los ataron a su espalda, y con ese aspecto risible se metieron al agua medio desnudos. A pesar de que habían estado sudando, el agua nocturna les caló hasta los huesos.

      —¿Y se puede saber quién te crió?

      —Mi madre no tuvo más remedio que buscarse otro marido y ponerse a vender vino en una cantina. Mi padrastro era un vago miserable que se la pasaba borracho como una cuba. Me pegaba desde que tuve uso de razón y no me dejó tranquilo un solo día. Mi madre también liaba golpes, patadas y cuchilladas tratando de pararlo, así que imagínese lo que era esa casa. Me escapé de allí a los dieciocho años y desde entonces vivo así.

      —Había pensado que para un muchacho de tu edad las cosas iban bien, pero ahora veo que tu situación es bastante triste.

      El agua era profunda y les llegaba hasta la cintura. La corriente era muy rápida y las piedras que pisaban, resbalosas, así que parecía que se caerían en cualquier momento. Cho seondal y su burro casi habían terminado de cruzar el río, pero como Dong-i iba sosteniendo a Heo sengwon, ambos se quedaron atrás.

      —¿Los familiares de tu madre eran originalmente de Jecheon?

      —No, para nada. Aunque nunca me lo dijo claramente, escuché que eran de Bongpyeong.

      —¿Bongpyeong? ¿Y sabes cuál era el apellido de tu padre?

      —¿Cómo lo voy a saber, si nunca supe de él?

      —Me… me lo imagino —murmuró Heo sengwon, quien abriendo y cerrando los ojos para aclararse la vista nublada terminó por pisar mal en un descuido. No bien se fue hacia adelante, cayó de cuerpo entero en el agua. Como manoteaba desesperado, cuando Dong-i pegó un grito y se acercó a él, había sido arrastrado una gran distancia por la corriente. Estaba completamente empapado y su aspecto era más miserable que el de un perro mojado. Dong-i lo cargó fácilmente sobre sus espaldas dentro del agua. Aunque estaba empapado, como era tan flaco, pesaba poco para un joven lleno de vigor.

      —Perdona que te haya hecho pasar por esto. Parece que no doy pie con bola.

      —No se preocupe.

      —¿Y tu madre no daba la impresión de buscar a tu padre?

      —Siempre decía que le gustaría verlo, aunque fuera una sola vez.

      —¿Dónde se encuentra ahora?

      —Se separó de mi padrastro, pero sigue en Jecheon. En otoño pienso traerla a vivir conmigo a Bongpyeong. Si me mato trabajando, más o menos podremos vivir.

      —Es en verdad una idea muy loable. ¿Has dicho que en otoño?

      Las anchas espaldas de Dong-i le transmitían calor a sus huesos. Cuando terminaron de cruzar, hasta le dio pena bajarse; le hubiera gustado seguir así por más tiempo.

      —¿Qué te pasa hoy que te la pasas cometiendo errores, Heo sengwon? —rompió a reír Cho sondal, mirándolo.

      —Es por el burro. Me resbalé pensando en él. ¿No se los dije? A pesar de su pinta, alguna vez fue padre. Tuvo una cría en el pueblo con la burra de los de Gangneung. No hay nada más gracioso que ver corretear de aquí para allá a un burrito con las orejas levantadas. A veces sólo para verlo me doy una vuelta por el pueblo.

      —Entonces es un burro especial que se puede dar el lujo de tirar a su dueño.

      Heo sengwon retorció cuanto pudo la ropa mojada y se la puso. Le castañeteaban los dientes y le temblaba el pecho del frío, pero sin saber por qué sentía su corazón ligero.

      —Apresurémonos hasta la posada. Encenderemos un fuego en el patio y descansaremos calentándonos un poco. Al burro le daremos agua caliente. Después del mercado de Daehwa mañana, iremos a Jecheon.

      —¿Tú también irás a Jecheon?

      —Sí, tengo ganas de ir, hace tiempo que no voy. ¿Me acompañarás, Dong-i?

      Cuando el burro retomó la marcha, el látigo de Dong-i estaba en su mano izquierda. Aunque Heo sengwon había sido miope como un cegato durante mucho tiempo, al menos esta vez no se le escapó que Dong-i era zurdo.

      El paso de los burros era regular y el sonido de los cascabeles se escuchaba aún más nítido en la llanura nocturna.

      La luna estaba menguando.

       El cerdo

      El cielo azulado parecía colgar del nido de urracas sobre el sauce, en un rincón de la vieja construcción. En el vivar, un conejo blanco estaba enroscado con los pelos hirsutos como un erizo. El viento del mar, que soplaba desde la llanura agitando las ramas de los manzanos, se estrellaba brutalmente en la porqueriza tras barrer el campo de centeno del criadero aún cubierto de nieve.

      Fuera del chiquero, sujeta entre cuatro estacas, la cerda chillaba de modo inusitado al sentir el viento.

      El semental, que daba vueltas a las estacas con la boca roja llena de espuma, se volvió