Cuando había vuelto a Jackson, pensaba que le vendría bien recuperar el contacto con algunos amigos. Después de todo, estaba intentando de verdad volver al buen camino. Al principio, estaba tan hundida, que había pensado que el inicio de aquel buen camino estaba en el instituto, en la chica que era entonces. Una chica trabajadora y estudiosa, tan preocupada de ser como su madre, que ni siquiera salía con chicos.
Era evidente que en algún momento se había descarriado, así que, ¿por qué no iba a empezar en el momento en el que todo iba bien?
Sin embargo, había empezado a darse cuenta de que no todo había sido tan bueno. De hecho, se había pasado todos los años de instituto temiendo ser ella misma.
Musitando algunas palabrotas, se quitó el jersey mientras sujetaba el volante con las piernas, y lo arrojó al asiento trasero.
–A la mierda el jersey –dijo, triunfalmente, mientras llegaba al hotel.
Cinco minutos después estaba de nuevo en el coche, con el tipo de ropa que llevaba en Nevada: pantalones vaqueros ajustados, botas de tacón y una preciosa camiseta de rayas.
Aquel día iba a recuperar su buena forma, demonios, y la ropa era un pequeño paso hacia delante.
Puso la radio y condujo hacia el pueblo con las ventanillas bajadas. Hacía frío, pero no le importó. Cuando llegó a la dirección que le había dado Nate, se dio cuenta de que era la puerta de al lado del Crooked R Saloon. Su primo estaba delante del bar, en la acera, y la saludó con la mano.
Gracias a Dios que tenía a Nate. Ella tenía a un hermano en el pueblo, pero su hermano nunca le ofrecía ayuda a no ser que él también saliera beneficiado. Nate, por el contrario…
Charlie salió del coche de un bote y le dio un abrazo.
–¡Gracias, gracias!
–Eh, eh, calma. No es para tanto. Siento que no te saliera bien lo del alojamiento en el hotel.
–Bueno, es que… –dijo ella. Lo soltó y se cruzó de brazos para disimular su nerviosismo. No quería mentirle, pero tampoco sabía cómo explicárselo–. La construcción del hotel lleva retraso y, lógicamente, están terminando primero las habitaciones que van a ser para los clientes de pago. Espero que mi apartamento esté acabado dentro de pocos meses.
–Creo que Rayleen quiere alquilar el piso todo el invierno. Seis meses, según me ha dicho Jenny.
–Claro, lo entiendo. Por supuesto. No tengo ningún problema con eso. Te agradezco muchísimo que me hayas encontrado un apartamento.
–Bueno, en realidad, el que lo ha conseguido ha sido Walker.
Charlie se quedó asombrada.
–¿Walker Pearce?
–Sí, ¿te acuerdas de él?
–¡Claro que me acuerdo! ¿Sigue viviendo aquí?
–En la Granja de Sementales, precisamente.
Vaya, pues eso tenía sentido. Walker era todo un ligón cuando estaban en el instituto. A ella le gustaba muchísimo, aunque siempre había procurado que no se le notara. En realidad, la mitad de las chicas del instituto estaban locas por él. Cuando ella le daba clases de apoyo en la biblioteca, durante la hora de comer, las chicas se paseaban por allí, y había un desfile de rubias, morenas y pelirrojas, las chicas más guapas del instituto. Las animadoras y las reinas del rodeo. Y Walker se cercioraba de que sonreía a todas y cada una de ellas.
Charlie siguió a Nate. Entraron en el edificio de apartamentos y subieron al segundo piso. El rellano de doble altura estaba muy limpio y era luminoso, porque la luz entraba a raudales por las ventanas de la vieja granja que flanqueaban la puerta principal.
–Toma la llave. Tienes que ir al bar a recoger el contrato de alquiler.
–Muy bien.
–Una cosa, Charlie. Si está Rayleen Kisler, es mejor que le des la razón en todo. ¿Conoces a Rayleen?
–He oído hablar de ella.
–Walker la convenció para que te alquilara uno de los pisos, pero ella preferiría tener a un inquilino más… –Nate se detuvo delante de la puerta del apartamento C y cabeceó–. Más grande y peludo.
Charlie sonrió.
–Entonces, ¿no ha dejado sus aficiones?
–No. Le sigue gustando mirar. Pero ha hecho una excepción contigo. Aunque hay otra mujer viviendo en el apartamento que hay justo debajo del tuyo. Se llama Merry Kade. Así que ha sido un milagro que Walker consiguiera meterte aquí.
–Tendré que encontrar la manera de agradecérselo.
–No te será difícil. Vive justo ahí –dijo Nate, y señaló con la cabeza el apartamento del otro lado del rellano.
Ella miró con sorpresa hacia la otra puerta mientras abría la suya. ¿Walker vivía allí mismo? Eso podía ser interesante. O irritante, si, después de tantos años, continuaba el desfile de mujeres guapas. A lo mejor podía sentarse en un escalón con un libro y saludarlas a todas, para recuperar algo de la diversión de su adolescencia.
Charlie entró al apartamento y vio las sencillas paredes blancas y el brillo del suelo de madera. No se parecía en nada a su estudio del hotel. No tenía electrodomésticos de alta gama ni detalles de madera. No tenía una chimenea con el frente de piedra. Era modesto, estaba vacío y tenía privacidad.
Exhaló un suspiro de alivio.
–Tengo unas cuantas cosas en un guardamuebles. Voy a ir a buscarlas en cuanto firme el contrato.
–Avísame –le dijo Nate–. Te ayudo a traer lo que necesites.
–No tienes por qué hacerlo.
–Vamos. Ya sé que eres una experta en seguridad, pero no eres tan fuerte.
Ella le dio un puñetazo en el hombro, pero él ni siquiera se inmutó. Sí, no era tan fuerte. Ni tan experta en seguridad. En realidad, su punto fuerte era la observación. La vigilancia. La información. O, por lo menos, antes sí lo era.
Empezó a costarle esfuerzo sonreír, y se dio la vuelta para que su primo no la viera. Fingió que observaba con atención el apartamento.
–Bueno, de acuerdo. Te llamaré cuando necesite ayuda.
–Perfecto. Tienes la llave. Que no se te olvide ir a ver a Jenny por lo del contrato.
–Ah, la nueva novia, ¿eh?
Su primo se ruborizó.
–En realidad, no es tan nueva. Llevamos juntos desde febrero.
Charlie sonrió.
–Vaya. Tu madre debe de estar como loca. Y yo estoy deseando conocer a esa mujer. –¿Quieres venir al bar conmigo ahora?
Ah, qué encantador era. Qué maravilla ser una de esas personas que creían en el amor.
–Dame unos minutos. Iré enseguida.
En cuanto se marchó Nate, Charlie dejó de sonreír y recorrió el apartamento. Aunque sus entradas estaban separadas por el descansillo, se dio cuenta de que el apartamento de Walker y el suyo compartían la pared del salón, del baño y de la habitación. Esperaba que los muros fueran gruesos. El Walker a quien ella había conocido no le parecía un chico que favoreciera el silencio en el dormitorio.
Se rio suavemente al pensar aquello. Después, fue revisándolo todo para hacerse una idea de lo que necesitaba para que aquella casa fuera cómoda. Sus pasos resonaban en el suelo y en el techo, recordándole lo vacías que estaban las habitaciones.
El estudio que había ocupado en el hotel estaba completamente amueblado, así que todas sus cosas, salvo la ropa