Tal vez ella se hubiera equivocado al elegir el lugar para su encuentro. El manantial le recordaba a su época de instituto, al hecho de nadar con chicas que le volvían loco de lujuria, una época en la que el sexo le parecía algo inalcanzable, peligroso y romántico.
Pero el sexo ya no era inalcanzable, y el peligro de estar con Nicole no tenía nada de romántico. Ella le ponía triste. Además, le preocupaba que todo el mundo del rancho sospechara algo. Le habían despedido porque había vuelto a cometer un error en un asunto de papeleo, pero eso no era lo que más se comentaba alrededor de la hoguera del campamento. Había sido una excusa. Walker lo sabía, y su capataz, también. No sabía si eso significaba que el marido de Nicole sabía algo, o si el rumor se había extendido tanto que la dirección del rancho ya no podía pasarlo por alto.
Fuera cual fuera el motivo, le parecía mal volver a verla, pero su negativa había enfadado mucho a Nicole. Tal vez no volviera a llamarlo. Y eso solo le producía alivio.
Aparcó delante de su apartamento y bajó de la camioneta. No fue hacia su portal, sino hacia el bar estilo salón del Oeste que había en la puerta de al lado.
En realidad, echaba de menos el rancho. Echaba de menos a su perro. Necesitaba tomar algo, y rápido.
–¡Eh, hola!
Jenny Stone, la camarera, lo saludó desde el otro lado de la barra en cuanto él entró por la puerta.
–¡Eres precisamente el hombre a quien andaba buscando!
Walker sonrió sin poder evitarlo. Jenny era una rubia muy guapa.
–¿Ah, sí? ¿Es que hay algo que no te esté dando Nate, cariño? Yo estaría encantado de ayudar.
Jenny puso los ojos en blanco.
–Ya te gustaría.
–Es cierto. Pero intento mantenerme alejado de las mujeres cuyos novios tienen un arma. Dejan marca.
Se quitó el sombrero y se sentó en un taburete.
–¿Lo de siempre?
Él asintió, y ella se puso a tirar una cerveza. Después, miró con nerviosismo hacia al fondo del local. Walker se giró y miró, pero, como eran las tres de la tarde de un martes lluvioso, el bar estaba casi vacío.
Jenny le deslizó la cerveza por la barra y se inclinó hacia delante.
–¿Te acuerdas de Charlie Allington?
Al principio, él no supo de quién le estaba hablando Jenny. Había trabajado con muchos vaqueros, y algunos de ellos habían llegado y se habían ido tan rápidamente, que ni siquiera había tenido la ocasión de aprenderse sus nombres.
–Charlie –repitió, tratando de recordarlo. Sin embargo, la persona que le vino a la mente fue una gran sorpresa–. ¡Ah, Charlie! Claro.
Charlie Allington, conocida como Charlotte solo cuando uno trataba de irritarla, y él habían ido juntos al instituto. De hecho, ella había sido su tutora durante todo el tercer curso.
–Hace mucho tiempo que no la veía –dijo.
–Charlie es la prima de Nate. Prima segunda, o tercera, o algo así.
–¿Y le va bien? –preguntó él. Lo último que había sabido de Charlie era que se había ido a vivir a Las Vegas porque había encontrado un buen trabajo.
–Sí, muy bien. Ha vuelto al pueblo y está trabajando en uno de los hoteles de los Tetons, de responsable de seguridad, y ha llamado a Nate para preguntarle si conocía algún sitio donde pudiera alojarse.
–Ah, ¿y estás sugiriendo mi casa? –le preguntó él, guiñando el ojo automáticamente.
Sin embargo, se sintió culpable en cuanto lo dijo. La última vez que había visto a Charlie, ella era una adolescente muy maja cuyo principal interés era el equipo de atletismo.
–Bueno, ya sé que tu puerta siempre está abierta, pero necesito otra cosa.
–¿El qué?
Ella sonrió y ladeó la cabeza.
–Un favor.
Él la miró, y vio que ella lo abanicaba con las pestañas de un modo muy sospechoso.
–Rayleen lleva una temporada quejándose de que ha habido una invasión de mujeres en la Granja de Sementales.
–Bueno, yo no diría que Merry es una invasión de mujeres.
–Sí, bueno, pero Rayleen está enfadada porque Grace se marchase y consiguiera convencerla para que dejara quedarse a Merry. Quería que, para este invierno, los apartamentos siguieran como antes, llenos de tipos guapos y fuertes. Como de costumbre.
Él volvió a sonreír. La anciana Rayleen era la propietaria del edificio de apartamentos que había junto al salón. Solo alquilaba los apartamentos a hombres jóvenes y, por ese motivo, en el pueblo habían empezado a llamar al edificio «la Granja de Sementales».
El año anterior, Rayleen había roto la tradición de mala gana, porque había dejado que su sobrina nieta se quedara allí. Y, después, la mejor amiga de su sobrina nieta.
–¿Qué tiene eso que ver con Charlie? –preguntó Walker.
–Eh… Bueno, querría que tú convencieras a Rayleen de que le alquile un piso a tu vieja amiga Charlie. Ya sabes, otro vaquero que busca un refugio para este invierno…
–Otro… Ah, no. De eso, nada. Yo le caigo bien a Rayleen.
–¡Rayleen te adora! Por eso dejará que Charlie alquile uno de los apartamentos sin ni siquiera verla. Y, cuando ya se haya instalado, Rayleen no será tan mala como para echarla. Por no mencionar que sería ilegal echar a una inquilina solo por ser mujer.
–¿Y también sería ilegal echar a un inquilino por mentir sobre un nuevo arrendatario?
–Te lo perdonará. Eres demasiado grande, guapo y sexy como para que te tenga rencor durante demasiado tiempo –dijo Jenny, y volvió a abanicarlo con las pestañas.
–Me gusta mucho más que me llames sexy cuando no tienes un motivo oculto.
–Pero si es la única vez que te he llamado sexy, so bobo.
Él sonrió.
–¿Seguro, Jenny?
Jenny puso los ojos en blanco.
–Guárdate tu encanto para Rayleen, vaquero.
–Eh, tengo una idea. ¿Por qué no la engañas tú para que le alquile un piso a Charlie, y yo me mantengo al margen?
–Ni hablar. Rayleen es mi jefa, y podría despedirme. A ti no –dijo Jenny, y miró su vaso de cerveza vacío–. La casa invita si me haces el favor.
–¿A una miserable cerveza? No llevo tanto tiempo sin trabajo. No estoy tan desesperado.
–Una cerveza y el agradecimiento del ayudante del sheriff Nate Hendricks. Tener a un poli de tu parte podría serte muy útil. ¡Y piensa en tu vieja amiga Charlie!
Sí. Charlie, su compañera mona del instituto. Necesitaba un sitio en el que vivir, y la Granja de Sementales era una de las pocas opciones baratas y bonitas de un pueblo tan turístico como aquel.
–Mierda –murmuró.
Walker cabeceó y se pasó una mano por el pelo. Lo tenía demasiado largo y había empezado a rizársele por encima del cuello de la camisa. Llevaba varias semanas con la idea de afeitarse la barba y cortarse el pelo, pero había empezado a hacer frío, y se le habían quitado las ganas. Aunque, si lo hubiera hecho, Nicole habría tenido menos oportunidades de agarrarse a él…
Se terminó lo poco que quedaba de cerveza.
–No le voy a decir mentiras a