Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que todo el mundo estaba a otra cosa. Rayleen había vuelto a su solitario. Nate y Merry estaban sentados en unos taburetes, apoyados en la barra, riéndose con Jenny, y Charlie… Charlie había despejado de sillas una pequeña zona junto a la jukebox y había convencido a un vaquero para que bailara con ella.
–Tenías razón –le dijo Rayleen, sin alzar la vista–. Es una chica maja. Me ha invitado a una copa y todo. En mi propio bar. De mi mejor whiskey.
–Me alegro de oír eso.
Rayleen asintió.
–Sí. Tenías razón. Me cae bien esa chica.
Pues sí. Por desgracia para su orgullo, a él también le gustaba Charlie.
Capítulo 4
A la mañana siguiente, Charlie se puso delante del espejo del baño y observó los efectos de su resaca. Tenía un color muy poco atractivo en la cara y el estómago, muy revuelto.
Hacía años que no tenía una resaca. Durante el primer año que había pasado en Las Vegas, después de unas cuantas noches muy poco recomendables, había aprendido a dosificar el alcohol.
Sin embargo, la resaca no era lo que le importaba. Hubiera temido ir al trabajo de cualquier forma. Iba a ser un mal día, con o sin el estómago revuelto y un buen dolor de cabeza. Por lo menos, la noche anterior se lo había pasado muy bien flirteando con Walker.
Con resignación, se bebió un buen vaso de agua, se duchó, se vistió y se maquilló para disimular las ojeras. Después, salió de casa y se puso en camino al Meridian Resort.
Al principio, había creído que aquel trabajo era su tabla de salvación, que Dawn iba a ayudarla porque era una vieja amiga suya. Sin embargo, ahora se sentía como si estuviera atada a las vías del tren, preguntándose qué había ocurrido.
Claro que,aquella situación no era exactamente algo que había ocurrido por casualidad. Ella era la que se lo había hecho a sí misma. No deliberadamente, claro, sino por su estupidez. Se había pasado veintinueve años pensando que no era tonta y, en un abrir y cerrar de ojos, la habían detenido por conspiración para cometer un delito. Y había aprendido la lección.
Llegó al pueblo de Teton enseguida, en menos de un cuarto de hora. Era una zona llena de preciosos hoteles y enormes casas de campo. La arquitectura era exquisita y el paisajismo estaba diseñado para mezclarse a la perfección con la nieve y el hielo. Hacía tres semanas, sentía entusiasmo mientras recorría aquel camino hacia el Meridian Resort, pensando que era estupendo tener aquella oportunidad.
Apretó los dientes mientras esperaba a que se abrieran las puertas del aparcamiento de empleados, mirando fijamente hacia delante para no fulminar con los ojos la diminuta cámara que había a su izquierda. Entró en el garaje y aparcó en su plaza. Otra pequeña cámara la observó durante su camino hacia la puerta de acero del muro de hormigón. En el piso de los huéspedes del hotel, las paredes de cemento estaban pintadas de un bonito color beis, y las puertas de emergencia estaban chapadas en madera. Sin embargo, el piso de los empleados tenía el aspecto de una cárcel. Apropiado.
Subió un tramo de escaleras y se dirigió a las oficinas del sótano, donde estaba el departamento de seguridad.
El despacho de Dawn estaba dos pisos más arriba. Tenía los techos muy altos y unas preciosas vistas. Sin embargo, Charlie no se sorprendió al verla sentada en una de las sillas de metal que había junto a la puerta de su despacho.
Dawn sonrió.
–Vaya, qué rápida eres, Charlotte.
–¿De qué estás hablando? –preguntó ella, con un suspiro, mientras abría la puerta de su despacho. En realidad, era tonta por molestarse en cerrar con llave, puesto que Dawn tenía las llaves de todas las cerraduras, y las utilizaba.
–No has pisado tu apartamento desde ayer. Supongo que ya has hecho nuevos amigos.
Charlie tuvo que contenerse para no poner cara de frustración mientras rodeaba su pequeño escritorio para sentarse.
–Lo que yo haga fuera del horario de trabajo no es asunto tuyo.
–Siempre y cuando no te acuestes con otros empleados del hotel, querrás decir. Ni con nadie de la dirección.
Su tono de voz siempre era amable, como si quisiera ayudar, lo cual hacía que sus palabras sonaran aún más amenazantes.
–No te preocupes por eso.
–Con tu historial, hay que tener cuidado, ¿no crees?
Charlie cerró los ojos con fuerza para no tener que ver la cara de angelito de Dawn.
–Ya te he explicado lo del encargado de mantenimiento. Dos veces. Y tu marido…
–No, no, a mí no me preocupa mi marido, Charlotte. A él le gustan las chicas buenas, como yo. No se arriesgaría a perder todo lo que ha conseguido solo por unos momentos de sórdido… ¿Cuál es la palabra que estoy buscando?
–¿Placer? –murmuró Charlie, pensando que Dawn debía de ser un auténtico aburrimiento en la cama, dado que era tan estirada que, seguramente, ni siquiera se rebajaría a decir algo sucio y, mucho menos, a hacerlo.
–No –dijo Dawn, secamente–. Vicio. O depravación.
–Deberías probar algo nuevo. A lo mejor te gustaría.
Dawn ya no tenía una expresión angelical. Se le habían puesto las mejillas muy rojas.
–Intercedí para que te dieran este trabajo, a pesar de tu reputación. No te querían en ningún otro sitio. No deberías olvidarlo.
Como si pudiera olvidarlo. Aquel era el único motivo por el que estaba sentada allí.
–¿Por qué?
–Porque, si se te olvida, vas a…
–No, me refiero a por qué quisiste tú contratarme.
Dawn respiró profundamente y se atusó la melenita rubia. Después, volvió a sonreír.
–Porque somos amigas. Y yo no soy de la clase de personas que le dan la espalda a una amiga en apuros.
Estaba loca. Esa era la única explicación. Dawn debía de haber perdido el juicio después del instituto. En aquel tiempo, sí, ya era un poco estirada y estaba en posesión de la verdad, pero era normal. Sin embargo, lo de ahora no era nada normal.
–Nadie más te habría contratado, Charlotee.
–Sí, eso ya me lo has recordado –dijo ella.
Era la verdad. Había enviado muchos currículum vítae y, con su educación y su experiencia profesional, debería haber conseguido entrevistas rápidamente. Sin embargo, no había recibido ni una sola llamada de teléfono. Hasta que Dawn se había puesto en contacto con ella.
–Y nadie volverá a darte trabajo si te marchas de aquí de mala manera.
Eso también era cierto. Tenía que aguantar, aunque solo fuese una temporada. Solo hasta que empezara a olvidarse lo que había ocurrido en Tahoe. Si consiguiera seguir trabajando allí uno o dos años, entonces sí podría empezar a buscar otro puesto, discretamente. Incluso, tal vez, marcharse al Este.
–Tienes que conseguir que esto funcione, Charlotte. Y yo estoy encantada de ayudarte, pero esperaba que cooperaras un poco más. Hoy estás muy desagradable. No sé qué te pasa –le dijo, y señaló con una mano la sexy falda negra de tubo que Charlie se había atrevido a ponerse–, pero tienes que cambiar de actitud.
Ella respiró profundamente. Sí, tenía que cambiar de actitud. Dawn era su jefa, al fin y al cabo.
–Y deja de confraternizar con los ejecutivos.
–Cuando