Como Colón, fue un hombre que, desengañado en Portugal, cambió de fidelidad para cumplir sus propósitos. Su idea estaba clara: pedir autorización y ayuda para llegar a las Molucas, la tierra de la especiería. Las cartas de Serrano y las distancias exageradas por los portugueses le permitían suponer, o conjeturar al menos, que aquellas islas caían en el hemisferio español. No se conocía exactamente el tamaño del mundo, y justamente su viaje sería el primero que pudiera precisarlo. Bartolomé de Las Casas dice que Magallanes «trajo un globo bien pintado en que toda la tierra estaba, y el camino que había de llevar, salvo el Estrecho, que dejó de industria [a propósito] en blanco, para que nadie se lo saltase». Quizá demasiado parecido con el famoso mapa de Colón —al que también fray Bartolomé se refiere— para que sea cierto. La polémica sobre el famoso globo o mapa de Magallanes, que ha hecho correr ríos de tinta, más nos desorienta que otra cosa, y muchas veces roza el ridículo. No podía ser el globo de Martín Behaim, trazado en 1491, y basado probablemente en el de Toscanelli, sencillamente porque desconocía la existencia de América. Si más tarde hizo otro globo, no podía saber más que Vespucci, que solo conoció algo de la costa sudamericana, nada de un estrecho. Otra versión: el mapa de Magallanes no era el de Behaim, sino del de Waldseemüller, el primero que escribe «América». Es el que pinta una América muy estrecha, pero que termina, sin escotadura alguna, en el marco del dibujo. Nada permite adivinar.
Pedro Reinel fue el primero que dibujó, en 1504, un mapa con escala de latitudes: qué gran avance; pero de nada pudo servir a Magallanes, porque no representa la punta de Sudamérica, la única que hubiera podido interesarle. Llama a engaño de muchos historiadores una carta de Sebastián Alvarez, agente de Manuel I en Sevilla, que cuenta a su rey que Magallanes pretende navegar «de Sanlúcar a Cabo Frío, dejando Brasil a la derecha, hasta pasar la línea de partición; y de ahí navegar al oeste y oestenoroeste, derecho a las islas del Maluco, cual están asentadas en la carta que hizo Reinel...». Alvarez adelanta la ruta que va a seguir Magallanes, pero no dice en modo alguno por dónde va a atravesar América, si es que América es atravesable; sino que va a navegar más allá del continente hasta las islas Molucas, allí donde las representa el mapa de Reinel. Reinel había hecho efectivamente un mapa de África y Asia, y coloca las Molucas más allá de Malasia, pero no sabe si hay un estrecho que corte América ni dónde se encuentra... Total, una versión inútil, como todas. Tampoco nos sirve, como se ha dicho, el mapa de Johannes Schoner, discípulo de Waldseemüller, trazado en 1515, que presenta un estrecho... ¡por Panamá!, precisamente donde ya se sabe que no existe. También se habla de la carta mundial de Lopo Homem, dibujada en 1519, al tiempo que Magallanes salía de Sanlúcar. En aquel mapamundi, Brasil enlaza con la Terra Australis, que parece cortada en la costa del Atlántico, pero no se ve ni asomo de la cortadura en la parte correspondiente del Índico, donde la Terra Australis enlaza sin solución de continuidad con Catay, China. Nada de un estrecho continuado de un océano a otro. Lopo Homem, todavía en 1519 no concibe más que dos océanos: el Atlántico y el Índico, solo comunicados por el cabo de Buena Esperanza. Magallanes, que no tuvo tiempo siquiera de ver el mapa, no hubiera sacado nada en limpio.
Y es que los geógrafos conocían el mundo peor que los navegantes. Estos descubrían todos los años nuevas islas y tierras, pero la información de los eruditos marchaba con varios años de retraso. Qué disparate que Colón se hubiese dejado engañar por Toscanelli o Magallanes por Reinel o Lopo Homem. Que Magallanes, como Colón, estuviese movido por una intuición irracional e inconmovible es otra cosa. Ambos se equivocaron y acertaron a un tiempo. Y con sus conocimientos sí que obligaron a cambiar los mapas del mundo.
En España reinaba ya Carlos I, muy pronto emperador, el primer y único emperador europeo-americano de la historia, que dice Menéndez Pidal: un joven de 17 años, que soñaba aventuras caballerescas y destinos maravillosos, como su abuelo Carlos el Temerario. Magallanes consiguió entrevistarse con él, y el monarca se entusiasmó con la idea: ¡prolongar sus dominios hasta más allá del Nuevo Mundo! Muy pronto, el 22 de marzo de 1518, se firmaron en Valladolid las capitulaciones. Magallanes quedaba autorizado a mandar una flota de cinco naves, que buscarían un estrecho por la parte sur de las Indias y a través del nuevo mar habrían de dirigirse a las islas del Maluco. Tendrían sumo cuidado de no penetrar en la zona reservada al rey de Portugal. El jefe de la expedición tendría el título de capitán general, aunque habría de dar cuenta de sus decisiones a los demás capitanes y conferenciar con ellos. Se le concedía derecho a descubrir en la zona durante diez años, sin competidor alguno, obteniendo el beneficio de sus descubrimientos. Si encontraba más de seis islas, podría considerarse señor de dos de ellas, por supuesto, bajo la teórica soberanía superior del monarca español, y percibir sus rentas. Puente y Olea comenta que Fernando el Católico, siempre prudente y sabiamente desconfiado, no hubiera firmado una capitulación así. Carlos I era en 1518 un joven de 18 años, inexperto y soñador, y pudo permitirse un texto concesivo y ambiguo.
Ahora bien, y aquí está la primera contradicción: Magallanes no sería el único director de la operación. Había traído con él a un astrónomo sabio y según algunos medio loco, Ruy Faleiro, con el cual habría de compartir el mando y las responsabilidades. Es un hecho extraño en un hombre tan ambicioso y tan autoritario como Magallanes, y era evidente que Faleiro no poseía sus mismas dotes de mando ni su experiencia como navegante. Apenas se explica semejante dualidad, como no sea por una razón fundamental: Faleiro era un extraordinario calculista, que decía haber descubierto un medio infalible para medir las longitudes geográficas; y esta facultad era imprescindible para conocer si las islas que se descubrieran correspondían a la demarcación española o a la portuguesa. Entonces no existía un método seguro para determinar la longitud, como sí en cambio podía calcularse bastante bien la latitud. Este método no se encontraría hasta el siglo XVIII, y más aún en el XIX, cuando fuera posible llevar relojes precisos a bordo (relojes de volante, no de péndulo, que no soportaban los balanceos y cabeceos del barco). Parece ser que el método descubierto por Faleiro se basaba en medida de la variación de la brújula, que no apunta al norte geográfico, sino al norte magnético, y esta desviación es distinta según la longitud del lugar. Realmente, no conocemos el método de Faleiro, ni lo sabremos nunca, porque no llegó a embarcar; parece que se volvió loco o así se dijo, y acabaría llevándose su secreto a la tumba: si es que realmente tenía un método secreto, que eso tampoco lo sabemos, y hasta no parece muy probable. Faleiro es el primer misterio de la aventura de Magallanes.
Lo que nos cuentan
No se trata de elaborar o analizar un elenco de fuentes en que se han inspirado los historiadores para contar la extraordinaria aventura de la primera vuelta al mundo. Pero en este momento parece oportuna, más bien necesaria, una breve reseña de los escritos de aquellos que vivieron la odisea, o de aquellos que la conocieron de primera mano cuando los pocos protagonistas que pudieron sobrevivir regresaron a Europa. Sabemos que Magallanes llevaba un detallado Diario de Navegación, sin duda menos literario y emocionante que el de Colón, pero que nos hubiera sido de inestimable utilidad, por más que el director de la empresa muriera antes de poder coronarla. Por desgracia, este relato se ha perdido, y no contamos de él ni la menor referencia. De todas formas, no podemos quejarnos. Cinco de los viajeros dejaron escritos más o menos extensos, pero todos interesantes; y por lo menos una docena de personas interesadas escucharon de labios de ellos o de otros expedicionarios detalles sumamente expresivos, capaces de completar nuestro conocimiento de lo ocurrido. Entre los que oyeron hablar de la aventura figuran varios conocidos cronistas de Indias, que tuvieron trato con los protagonistas o con quienes les habían oído. Valga aquí una somera enumeración, siquiera sea para recuerdo por parte del lector de nombres que con seguridad le sonarán a lo largo de los siguientes capítulos.
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