Desde entonces se planteó el dilema de elegir entre dos caminos, el del este, contorneando África hasta el Índico, y el del oeste, cruzando el Atlántico. ¿Cuál era el mejor? Por de pronto, se inició una competencia entre los dos grandes países descubridores, España y Portugal. Para evitar choques peligrosos y a instancias de los Reyes Católicos, el papa Alejandro VI dividió las zonas de influencia fijando una línea que seguía el meridiano de las islas Azores y Cabo Verde. Al este de ese meridiano tendrían carta blanca los portugueses y al oeste los españoles. Es discutible que un papa tenga competencias para dividir el mundo en dos zonas de influencia o que dos naciones de Europa puedan usufructuarlas en exclusiva, pero este criterio no encontró contestación por el momento. España y Portugal se repartían la misión del descubrimiento del mundo, y, a la larga la conquista del mundo no europeo. Los portugueses intuyeron algo, y pidieron el desplazamiento de la línea divisoria más al oeste. En el tratado de Tordesillas (1494) se decidió colocarla 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Ambas partes esperaban salir ganando: España, porque suponía que podría alcanzar la parte oriental de Asia; Portugal, porque confiaba en aprovecharse de parte de las tierras descubiertas por Colón. Hoy sabemos muy bien que el tratado de Tordesillas favorecía extraordinariamente a Portugal: éste tendría derecho a la conquista de Brasil, en tanto España ganaría espacio en la inmensidad casi vacía del Pacífico. Pero eso no se supo hasta treinta o cuarenta años más tarde. Consecuencia todo ello, en gran parte, de la suposición de que la Tierra era más pequeña de lo que realmente es. Quizá convenga deshacer un equívoco en que se ha caído con frecuencia, incluso por personas relativamente cultas. Si se divide el mundo en dos hemisferios es porque se da por supuesto que la Tierra es redonda. Nadie lo dudaba. La tesis ya fue defendida por los griegos y por los sabios medievales, por lo menos desde el siglo XIII. No es un descubrimiento del hombre moderno. Tampoco es cierto, como a veces se ha afirmado, que Colón descubrió la esfericidad de la Tierra. En absoluto. Hizo su viaje, esperando llegar a Asia por la vía del oeste; pero como no llegó, no demostró nada; al contrario, salió de pronto con la disparatada teoría de que la Tierra tiene forma de pera. El que demostró experimentalmente que la Tierra es redonda fue Juan Sebastián Elcano, al darle la vuelta completa; pero tampoco descubrió una realidad que ya era conocida científicamente, sino que la comprobó de hecho. En fin, podía llegarse a «las Indias», es decir, al Extremo Oriente, tanto navegando en una dirección como en otra. Lo único que faltaba por descubrir a este respecto era qué dirección era más corta, o la que representaba una navegación más fácil y con menos riesgo.
Los portugueses llegaron desde el primer momento a tierras más apetecibles que los españoles. Es cierto que el regreso de Colón, anunciando que había descubierto «las Indias» causó entusiasmo, y miles de candidatos se postularon para el segundo viaje, en 1493. Fueron admitidos unos 1500, en una enorme flota de 17 barcos. Colón pretendía que Cuba era una península de Asia, y Haití, «la Española», era Japón. Pero las esperanzas quedaron pronto defraudadas. Las islas carecían de riquezas, los naturales eran salvajes e indolentes, el clima insano y muchos enfermaron, el trigo que llevaron y los árboles que plantaron no crecían en aquella tierra. El desánimo se apoderó de los colonos, y se generalizó la idea de que aquellas tierras nada tenían que ver con «las Indias», pese a la insistencia casi paranoica y contra toda evidencia del descubridor.
En tanto, los portugueses consiguieron llegar a la India de verdad. En julio de 1497, Vasco da Gama partía de Lisboa con cuatro naves, dispuesto a coronar la hazaña. Costeó trabajosamente África, surtiéndose en los enclaves ya establecidos en sesenta años de exploración. Llegó en diciembre al cabo de Buena Esperanza, valiéndose de las favorables condiciones del verano austral. En marzo estaba ya en Mozambique: nadie había llegado hasta entonces tan lejos. Siguió por la costa africana del Índico, hasta Mombasa, en la actual Kenya. ¿Dónde estaba la India? Probablemente hacia el este, pero ningún europeo lo sabía con certeza. Contrató varios pilotos árabes que conocían la travesía, y aprovechó el monzón favorable. El 20 de mayo de 1498 llegaba a Calicut, en la costa suroeste de la India. El sueño de don Enrique el Navegante y de Juan II, el gran rey descubridor, había sido realizado. Portugal había encontrado su destino histórico. El regreso, en agosto, contra el monzón y con mal tiempo, se hizo difícil: la travesía hasta África duró 132 días, contra los solo 23 de la ida. Murieron la mitad de los tripulantes de escorbuto, hambre y otras calamidades. Al fin en África, de nuevo. Vasco da Gama y los suyos sufrieron para cruzar hacia el oeste el cabo de Buena Esperanza, pero al fin lo consiguieron. Regresaron a Lisboa en mayo de 1499, después del viaje más largo de la historia hasta el momento, y solo superado en 1519-22 por el de Magallanes-Elcano. De los cuatro barcos llegaron dos, y de los 250 hombres, solo 55; pero fueron recibidos con indescriptible júbilo, y Vasco da Gama fue ennoblecido. Sigue siendo uno de los más grandes héroes de la historia de Portugal.
Colón «descubrió» América como un mundo distinto a Asia en 1500, dos años antes que Alberico o Americo Vespucci, pero Waldseemüller, el bautista por casualidad del Nuevo Continente, desconocía este detalle. Fue en el curso de su tercer viaje cuando don Cristóbal se adentró entre la costa venezolana y la isla Trinidad. Una sorprendente serie de contracorrientes abonó una sospecha. Hizo recoger un cubo de agua marina, y la probó: ¡era agua dulce! El misterio no tenía explicación si no se suponía la existencia de un enorme río que, como ya se sabía del Congo, endulzaba las aguas en torno a su desembocadura. Era el Orinoco. El descubridor no llegó a ver aquel río tan caudaloso, pero lo tenía claro: «Y tengo para mí que es esta una tierra grandísima, que se extiende latamente hacia el Austro, de la cual jamás se ha tenido noticia». Colón no solo se dio cuenta de la existencia de América del Sur, sino que se jacta —con justicia— de ser su descubridor. «Vuestras Altezas —concluye en su carta a los Reyes Católicos— tienen acá otro mundo. Un Nuevo Mundo». Qué pena que no quisiera explotar la fama de su descubrimiento. Obnubilado por su deseo de llegar a «las Indias» olvidó pronto la idea del gran continente, y se esforzó en encontrar un estrecho que condujera al Oriente asiático. Tal fue el sentido de su cuarto viaje, que se estrelló una y otra vez contra la costa centroamericana. Colón (estoy de acuerdo con un luminoso trabajo de Laura Balletto) se dio cuenta al final de su tremendo error, pero su afán contra toda evidencia de llegar por aquel camino a las Indias le impidió confesarlo.
La verdad es que las tierras descubiertas por Colón no parecían haber mostrado, a comienzos del siglo XVI, grandes posibilidades. Entretanto Vasco da Gama emprendía su segundo viaje en febrero de 1502, con veinte barcos de guerra y una hueste de casi dos mil hombres. Iba a asegurar el dominio portugués en Oriente, con base en la India. Llegó a Calicut el 30 de octubre. Allí, combatiendo unas veces, firmando tratados otras, fundó establecimientos y fortalezas. Los hindúes no eran enemigos en la mar, solo en tierra se oponían a los ocupantes. Pero nunca pasó por la mente de los portugueses ocupar un espacio tan inmenso como la India, que estaba ya entonces densamente poblada, aunque dividida en muchos pequeños señoríos, independientes y hasta rivales entre sí. Los portugueses preferían establecer factorías, al modo «fenicio», de acuerdo con la tradición mediterránea, y desde ellas comerciar, cambiando productos de la zona con los europeos. Los verdaderos rivales eran los árabes (entonces