Dados los extremos de semejante situación, las actitudes hacia la riqueza y la pobreza eran una parte importante del mundo social. Algunas personas religiosas de la época de Jesús creían que la riqueza podía verse como una señal de la bendición de Dios, y que la pobreza podía entenderse como una consecuencia de la desaprobación de Dios. Sin embargo, es difícil saber cuán generalizada era esa noción. Lo que parece más acertado es que prácticamente todos en ese tiempo se aferraban a lo que ahora se llama la teoría del «bien limitado». La gente creía que el dinero y las cosas que el dinero puede comprar eran escasos (o por lo menos finitos); la percepción común, en total contraste al capitalismo moderno, era que la adquisición de riqueza o recursos por algunos precisaba del agotamiento de riqueza o recursos para otros. Para decirlo de forma sencilla, prácticamente todos en la época del Nuevo Testamento creían que solamente había una cantidad determinada de «cosas» para todos, y que algunas personas tenían menos de lo que necesitaban porque otras personas tenían más de lo que necesitaban.
Patrocinio y lealtad
La sociedad romana (en Palestina y en todas las demás partes) funcionaba de acuerdo a expectativas fuertes en cuanto a la beneficencia y la obligación. Al nivel más simple, el intercambio de favores era prácticamente definitivo en los amigos. Los «amigos» eran personas que hacían cosas los unos por los otros y, aunque no se suponía que nadie llevara la cuenta, la ayuda y el apoyo tenían que ser mutuos a largo plazo, si no, la amistad se rompería. Sin embargo, a otro nivel, casi toda la gente estaba involucrada en las relaciones de patrón-cliente, con gente que no era similar socialmente. Muy pocas personas tenían dinero o poder, pero se esperaba que quienes los tuvieran fueran benefactores de los que no los tuviesen. Por ejemplo, los ricos podían permitir que los campesinos vivieran en su tierra o les daban comida, granos o empleo. En términos sociológicos, a esos benefactores se les llama «patrones» y a los recipientes se les llama «clientes». En esa relación, el intercambio de favores no podía ser mutuo, pero se esperaba que los clientes dieran a su patrón lo que podían: gratitud y, por encima de todo, lealtad.
relación patrón-cliente: el sistema social según el cual la gente con poder es benefactora de los que carecen de poder, de quienes se espera que respondan con gratitud, servicio y lealtad.
Se esperaba que alabaran a su patrón, que hablaran bien de él y que realzaran su reputación social. Se esperaba que confiaran en que su patrón seguiría proveyéndoles. Y, cuando fuera necesario, se esperaba que prestaran varios servicios que el patrón pudiera requerirles. Esas relaciones no estaban constituidas legalmente, pero a un nivel básico, representaban la forma en la cual la mayoría de la gente pensaba que el mundo debía funcionar y, en efecto, la manera en que funcionaba.
Las relaciones de patrón-cliente formarían un escenario significativo para el desarrollo de la teología cristiana. El término que se usaba más frecuentemente para la concesión de beneficios del patrón es charis (que típicamente se traduce como «gracia» en el Nuevo Testamento), y el término que frecuentemente se usaba para la actitud de lealtad hacia el patrón, que se esperaba del cliente, es pistis (que frecuentemente se traduce como «fe» en el Nuevo Testamento). De esa manera, el fenómeno de las relaciones patrón-cliente parece que ha servido como una analogía severa para los encuentros divino-humanos, en los cuales los elementos constitutivos son gracia y fe: Dios da a la gente gratuita y generosamente (gracia), y esto despierta dentro de la gente una respuesta apropiada de confianza, devoción y disposición a servir (fe).
Honor y vergüenza
El valor social crucial del mundo del Nuevo Testamento (entre los griegos, romanos, judíos y todos los demás) era el honor, es decir, la condición que uno tiene ante las personas cuya opinión uno considera importante. Hasta cierto punto, el honor se asignaba por medio de factores que estaban más allá del control de la persona: la edad, el sexo, la nacionalidad, la etnicidad, la altura, la salud física, la clase económica y cosas similares podían establecer ciertos parámetros que definían los límites de cuánto honor uno podía esperar obtener. Sin embargo, de acuerdo a esos parámetros, muchas cosas podían incrementar el honor de alguien (la piedad religiosa, el valor, el comportamiento virtuoso, una disposición agradable o caritativa, etc.), y muchas cosas podían precipitar la pérdida de honor o incluso ocasionar lo opuesto: la vergüenza.
Semejante sistema de valores puede no parecernos extraño, porque incluso en la sociedad moderna occidental a todos les gusta recibir honor y nadie quiere ser avergonzado. Sin embargo, la diferencia podría ser de magnitud: el mundo del Nuevo Testamento era un mundo en el cual el honor debía valorarse por encima de todo lo demás, y la vergüenza debía evitarse a toda costa. Por ejemplo, la gente quería ser adinerada, no principalmente porque la riqueza les permitiera vivir con lujos, sino porque casi todos creían que era honorable tener dinero para gastar. De igual manera, era vergonzoso ser necesitado; Ben Sira, un prominente maestro judío del período del Segundo Templo enseñaba que «es mejor morir que mendigar» (Sir. 40:28). Él decía eso no porque mendigar fuera inmoral o pecaminoso, sino porque era deshonroso y no valía la pena vivir la vida sin honor. Todos en el tiempo de Jesús (incluso los mendigos) probablemente creían eso.
El lenguaje de honor y vergüenza se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Algunas voces del Nuevo Testamento se aprovechan del lenguaje para presentar la fidelidad como un camino para alcanzar el honor y evitar la vergüenza (1 P. 1:7; 2:6). Otras voces buscan anular la sabiduría convencional en cuanto a cómo se aplican estos valores y afirman, por ejemplo, que es más honorable comportarse como siervo que tratar con prepotencia a otros como una persona de poder y privilegio (Mr. 10:42-43; cf. Lc. 14:7-11). Y algunos documentos del Nuevo Testamento repudian totalmente la obsesión con el honor y apelan a los lectores a desarrollar un nuevo sistema de valores definido por Cristo, que no buscó honor ni gloria, sino más bien llevó la vergüenza de la cruz (He. 12:2).
La vida bajo el gobierno romano
¿Cómo era la vida bajo el gobierno romano? Por un lado, los romanos eran excelentes en la administración, y muchas cosas probablemente funcionaban de mejor manera bajo su control que lo que habría sido de otra manera. Ellos despejaron el mar de piratas, construyeron acueductos y caminos, mantuvieron el crimen a un mínimo y dieron muchas oportunidades de empleo. La extensión del Imperio romano, y su estabilidad básica, llevó al mundo a una unidad sin precedentes, un fenómeno que a veces se le llama la Pax Romana. El comercio fluía más libremente que nunca antes, y tanto los viajes como las comunicaciones (p. ej., el envío de cartas) llegó a ser relativamente fácil, un factor esencial para el rápido esparcimiento del cristianismo.
Sin embargo, en Palestina estos beneficios llegaron a un precio muy alto. Primero, la carga de impuestos parece haber sido increíblemente opresora, que introducía a la mayoría de la gente a la pobreza y la mantenía allí. En efecto, se ha estimado que, en la era del Nuevo