Para salir de este aparente callejón, podemos aplicar la muy antropológica distinción entre lo que la gente hace y lo que dice que hace a los investigadores mismos. Más allá de discutir en términos teóricos con sus pares académicos acerca de lo que dice que ha hecho en su investigación, el investigador sabe que necesita ofrecer sus datos de campo a riesgo de perder credibilidad y sabe, también, que esos datos los obtuvo en formas bastante ateóricas (o preteóricas), intuitivas, inesperadas y hasta casuales. Más aún: sabe que el baño de teoría es un arreglo a posteriori, un dispositivo que comienza a operar después de haber llegado, haber visto, hablado y escuchado no todo pero sí lo suficiente. Así, buena parte de sus esfuerzos reside, precisamente, en asignarle un valor teórico a la información obtenida a lo largo de un proceso que tiene su propia dinámica, jalonada por procedimientos y enmarcada en situaciones que quedan bastante alejadas de la concienzuda y minuciosa discusión conceptual.
Afortunadamente, hace mucho tiempo que la antropología viene haciendo dialogar datos y teoría de maneras muy fructíferas, aunque tal diálogo suela entablarse predominantemente en torno al texto final. Quizá por eso el papel de la teoría aparezca sobredimensionado frente al de las otras etapas de la investigación. En las fases que preceden a la redacción etnográfica, conceptos y prácticas teóricos, de sentido común y nativos se topan en distintas dosis y con diversos impulsos, presentándose en disposiciones no siempre planificadas. Aún no sabemos cómo sucede esto a lo largo de la investigación, pero sí sabemos que el famoso “marco teórico” está lejos de explicarlo. Si lo hiciera, todas las investigaciones encuadradas en una misma corriente serían demasiado similares y descubrirían más o menos lo mismo. Sin embargo, los modelos de redacción etnográfica presentan cierto aire de familia en el interior de las corrientes y las épocas, lo cual no llega a opacar la originalidad y la creatividad que resultan de los actores y de los autores. Entonces, ¿no residirá la unidad del proceso de investigación más en esa referencia tripartita del término “etnografía” –abarcando, claro está, su dimensión teórica–, que en un solo punto o aspecto de ese proceso (“la teoría”, “el trabajo de campo”)?
Para averiguarlo hemos decidido analizar una investigación específica y concreta en cuyo recorrido intentaremos reconocer lo que hemos llamado aquí “la articulación etnográfica” de sus segmentos y dimensiones, desde su concepción hasta su conclusión. En este libro nos proponemos reconstruir una investigación socioantropológica para comprender cómo se integran sus partes desde la perspectiva de quien la ha llevado a cabo, la antropóloga argentina Esther Hermitte. Su camino académico y personal de posgrado se inició en 1958, año de su partida a Estados Unidos, y culminó en 1965, año de su regreso a la Argentina. En el ínterin obtuvo su Master of Arts (maestría) y su Philosophical Doctor (doctorado) en el Departamento de Antropología de la Universidad de Chicago. Las razones de esta elección tienen algo de personal, algo de práctico y algo de académico.
En cuanto a lo personal, es éste un reconocimiento a quien fue una verdadera maestra de trabajo de campo etnográfico para una generación de antropólogos argentinos. Ella identificó para nosotros los hilos dorados del maravilloso estandarte antropológico, las palabras mágicas para ingresar a la gruta donde el Alí Babá del mundo social esconde los grandes tesoros de ser humanos; la llave maestra de, por eso, una disciplina a la vez social y humanística: la antropología. Fue en sus cursos sobre “Técnicas de trabajo de campo” en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de Buenos Aires donde varios, al escucharla, ingresábamos a una dimensión que solía estar ausente de libros y artículos y, sobre todo, de los debates públicos en aulas y congresos.
En cuanto a las razones de orden práctico, después de su fallecimiento en julio de 1990, quienes integrábamos el Centro de Antropología Social que ella había fundado en el IDES, en 1974, procedimos a guardar sus papeles personales y sus manuscritos, incluyendo los materiales de sus dos principales investigaciones, la de Chiapas y la de Catamarca (con Carlos Herrán). Esto es: disponíamos de todos los recursos para emprender una investigación sobre otra investigación acotada en el tiempo (y en las cajas).
En cuanto a lo académico, y contra la objeción de que ya no se investiga como en la década de 1960, señalamos, en primer lugar, que esta investigación se encuadra en una de las líneas dominantes con que la antropología se constituyó y “universalizó” como una ciencia moderna. En segundo lugar, toda investigación adopta alguna perspectiva, de manera que lo que importará aquí no es tomar la investigación de Hermitte como un modelo a reproducir, sino como una lógica a reconocer. Y en tercer lugar, es sorprendente cómo el campo y la flexibilidad de la investigadora permitieron llegar a conclusiones que no condicen ni con el equilibrio ni con la integración que se le suele atribuir al marco estructural-funcionalista de entonces.
Así, aun cuando una investigación etnográfica no pueda estandarizarse, los puntos en común con otras investigaciones provendrán, precisamente, de su singularidad, la que la hará comparable con el desarrollo y los resultados de otros trabajos. Para que esto sea posible, necesitamos reconocer dónde reside la singularidad de una investigación etnográfica. Esa singularidad, sugerimos, reside en su articulación, es decir, una serie de puentes que en forma de preguntas y apuestas (o hipótesis) va tendiendo el investigador desde que esboza su objetivo inicial en el proyecto hasta que presenta su trabajo final tras la enésima corrección. Precisamente, nos referimos a “investigación etnográfica” en tanto: a) trabajo de campo, etapa crucial e inexcusable; b) un proceso de conocimiento que incluye, como otros, una conceptualización inicial o proyecto, la identificación de un problema central y de problemas secundarios, la selección y articulación de conceptos; c) la perspectiva comparada con otros casos, la organización de los materiales empíricos obtenidos en terreno y su aplicación para resolver los problemas planteados y para descubrir otros nuevos, y d) nos referimos, también, a organización textual con argumento y sucesión de capítulos y secciones, con la inclusión del material empírico.
Cuando hablamos de “trabajo de campo”, estamos refiriéndonos a más cuestiones que las aplicadas a la obtención de información. Hablamos también de la articulación de lógicas que suelen ser distintas y a menudo contradictorias; incluimos aquí lógicas teóricas y socioculturales del mundo del investigador y del mundo de los investigados o, como hemos dicho en otra parte, correspondientes a la reflexividad1 del investigador en tanto ser académico, la reflexividad del investigador en tanto ciudadano y las reflexividades de los sujetos de estudio (Guber, 2011). El trabajo de campo suscita, además, los tiempos de esa articulación, los procesos de reconocimiento e identificación de esas diversas reflexividades, hasta que el investigador se da cuenta de que la reflexividad de sus interlocutores no es la suya propia; ni la personal, ni la ciudadana, ni la académica. Cuando hablamos de trabajo de campo, aludimos a pistas encontradas, reconocidas, olvidadas y negadas, hablamos de advertir problemas nuevos y de cómo hacerles un lugar en nuestros esquemas conceptuales, hablamos de descubrir vetas promisorias y, sobre todo, de darnos cuenta de que las hemos descubierto. Y, por supuesto, hablamos de situaciones de interacción y de participación, de reconocernos en ellas y de convertirlas en nuestras vías de conocimiento tratando, en lo posible, de no imponer patrones de observación, presencia y comunicación que les resulten ajenos o violentos a nuestros interlocutores (de campo).
En este libro, entonces, intentaremos reconstruir la articulación etnográfica de una investigación antropológica concreta, planteando lógicamente las preguntas que nos permitan reconocer el proceso de conocimiento de Hermitte y las preguntas que nos permitan bucear en los dilemas reales que se le plantearon a la investigadora a lo largo de su trayecto. Recorreremos para ello las etapas, las instancias y los materiales de la investigación socioantropológica que llevó a cabo esta candidata doctoral en antropología en la Universidad de Chicago, entre 1959 y 1964, y dispondremos de los materiales del archivo personal y de una de las colecciones especiales de la Universidad de Chicago, correspondientes a la investigación Man in Nature.
1958-1964: Esther Hermitte de Buenos Aires a Chicago-Chiapas2
En la Argentina conocíamos a María Esther Álvarez de Hermitte (1921-1990) como Esther Hermitte