Avaritia. José Manuel Aspas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Manuel Aspas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225631
Скачать книгу
antes de marcharse, y las de los empleados, para descartar.

      —No encontrarán ninguna de la persona que realizó el robo, pero comprendo que es el procedimiento.

      De camino había leído los informes preliminares, conocía los detalles y las obras que faltaban. Cogió el cuadro que colgaba frente a él, le dio la vuelta y observó detenidamente las grapas que sujetaban la lámina.

      —En el informe he leído que solo faltan los cuadros de este salón y del despacho.

      —Que sepamos, no falta nada en ninguna otra habitación. ¿Por qué deduce que solo ha entrado una persona?

      —No se necesita más de una persona para este robo. Es un profesional y esto es un robo por encargo. Únicamente se llevó lo que le solicitaron. Las láminas pretendían simplemente demorar el descubrimiento. No estaría de más que los propietarios realizasen una lista con las personas, amantes de la pintura, que han visitado, en calidad de invitados, esta casa en los últimos cinco años.

      —Vendrán mañana y confeccionaremos esa lista lo más detalladamente posible.

      —Perfecto, no olvide que en ella estará el nombre de la persona que ha pagado el robo.

      Dando la vuelta, Stefano se dirigió a la salida, no necesitaba ver más. Le seguían los agentes. En la puerta, uno de los empleados se les acercó.

      —Le aseguro, señor, que somos muy cuidadosos con la alarma. Siempre, al terminar, la dejamos conectada —se justificó, algo que repetía incesantemente a la Guardia Civil.

      —No se preocupe —le respondió, poniéndole la mano sobre el hombro—. ¿Quiere conectar la alarma, por favor? —le pidió. Se encontraban en la entrada, sin llegar a salir, y todos permanecieron inmóviles.

      —Funciona, se lo aseguro —certificó el oficial junto a él—. No somos tan tontos, es lo primero que se comprobó.

      El tono fue justamente reflejo de lo que pensaba, no solo él, también el resto de agentes. No necesitaban un listillo para decirles lo primero que tenían que comprobar.

      —Lo sé. Conéctela —volvió a pedirle al hombre.

      Antes hizo ademán de cerrar la puerta. Algo, por cierto, incoherente, pues los detectores de presencia detectarían a todos en la entrada, independientemente de que la puerta estuviese cerrada.

      —Déjela abierta —le ordenó adelantándose.

      Retiró el cuadrito y la conectó. Esta emitió los pitidos de tiempo de conexión y enseguida saltó, la sirena ensordeció a los presentes y los perros, en sus perreras, se pusieron a ladrar desaforadamente.

      —Desconéctela.

      Pulsó los números de desconexión y la alarma acústica se silenció. Ante la expectación de todos, el italiano quitó la tapa que protegía el teclado e inspeccionó el interior. Después, como si hubiese entrado en trance, salió y caminando, seguido del resto, bordeó el porche de la casa. En la parte trasera se dirigió a la tapia sin importarle el barro. En esta ocasión le esperaron observándolo desde el porche. Inspeccionó unos veinte metros de vallado, este medía sobre un metro setenta de altura, un poco más bajo que él mismo, lo que le permitió explorar su parte alta y ver el bosque que se extendía a continuación. También miró con detenimiento el suelo en busca de posibles huellas, pensaron todos. Cuando dio por finalizado su examen, regresó. No le importó mancharse los zapatos, ni siquiera hizo ademán de limpiárselos al llegar al porche.

      —Si no estoy equivocado, hace unas dos semanas tuvieron unos días de lluvia. ¿Cierto?

      —Sí, cuatro días. No llovió fuerte, pero lo cierto es que prácticamente no paró de llover —aseguró el oficial.

      —Sospecho que cruzando ese bosque —y señaló la zona que había estado observando— nos encontraremos algún camino que vaya al pueblo.

      —Varios, rutas para senderistas. Al menos dos salen del pueblo y pasan cerca, calculo que a un par de kilómetros.

      —Él contaba con esos días de lluvia, no fue casual. Vendría con anterioridad, haría el recorrido a pie o en bicicleta, como un senderista cualquiera mientras inspeccionaba el terreno. Dejó el coche en el pueblo, en un lugar que no llamase la atención, probablemente cerca de un hotel. Caminó por el sendero hasta introducirse en el bosque. Seguramente habrá pasado varios días en él, comprobando las rutinas de los dos matrimonios. Escogió esos días de lluvia porque por la noche a nadie le apetece salir, y seguro que los perros no duermen fuera.

      Los empleados al fondo, asintieron, confirmando su hipótesis.

      —Si los dejas fuera, al día siguiente están perdidos y lo marranean todo —confirmó el empleado.

      —Lo supongo, y nuestro ladrón también. La alarma es de última generación y, no obstante, pudo desconectarla sin problemas. Puso láminas con la esperanza de que el servicio no se percatase; cuanto más tiempo se tarda en descubrir el robo, menos gente recuerda cosas. Es un profesional, como le he dicho antes. Si su gente peina el bosque, entre la tapia y el camino, es posible que descubran dónde montó la tienda. Pero no encontrarán nada relevante que sirva para su identificación. Saltó el vallado, ha dejado un par de huellas. Da igual, se habrá desecho del calzado utilizado y será un par de números más grande del que en realidad necesita. Es un tipo minucioso y cuida los detalles. Pregunte a los vecinos a ver si recuerdan algo fuera de lo normal, y esa lista. Es lo único que tenemos y, lo más importante, en ella estará la persona que realmente nos interesa.

      —Me ocuparé personalmente de ello. ¿Se queda a comer?

      —No puedo, lo siento. Pero recuerde que me ha invitado, no dudo que será un buen anfitrión.

      —Si se decide, le prometo que no quedará desilusionado. —Y ambos se estrecharon la mano. En los ojos del oficial se detectaba un destello de admiración que no existía en los primeros momentos.

      Y con los zapatos embarrados, se despidió con un buen día y se dirigió a su vehículo. No necesitaba ver más. Unos días después recibió la lista detallada de personas, huéspedes de los propietarios que les visitaron, invitados y acompañantes de estos que recordaba el dueño, y sus fechas aproximadas de visita. Un informe bastante preciso. También el testimonio de dos hombres del pueblo que recordaban haber visto salir un vehículo de madrugada y a alguien desde dentro que les saludaba, pero sin recordar ningún otro detalle.

      * * *

      —¿Cómo te encuentras?

      —Hasta los cojones —contestó el joven mientras terminaba de cepillar al caballo.

      —La verdad, no sé lo que tiene el jefe contra ti. Es un gilipollas malcriado, un imbécil que no ha pegado palo al agua nunca y un soberbio, pero contigo se pasa tres pueblos.

      Tomás trabajaba en las cuadras desde hacía años, por no decir toda su vida. Además de empleado de confianza, también se consideraba amigo de Cristóbal Ursola. En multitud de ocasiones habían cabalgado juntos, los caballos eran una de las pasiones de su difunto jefe. Juntos gestionaban el tema de las cuadras y Tomás contaba con plena autonomía en ellas. Por supuesto, siempre le informaba y la decisión era de don Cristóbal, pero jamás rechazó sus propuestas; confiaba plenamente en su criterio. Cuando determinaban vender algún animal, juntos tomaban la decisión de cuál era el más adecuado.

      Su inesperado fallecimiento modificó el rumbo de sus vidas y el trato que recibían los pocos empleados que trabajaban para la propiedad. Una caída por las escaleras, un maldito accidente, y el día pasó a ser noche para todos. Don Cristóbal nunca se casó y siempre vivió solo. Eran como una gran familia y así los trataba. Antes eran más, ahora solo cinco. Lourdes, la cocinera, y su marido, Pedro. Fernanda hacía las veces de criada, a pesar de sus sesenta y dos años, y ellos dos. Juan no solo estaba a cargo de las caballerizas, también ayudaba a un jardinero autónomo cuando venía y Pedro estaba ocupado, aunque Tomás intentaba que pasase el día en las cuadras. Sabía que un día se enzarzaría con el nuevo jefe