Avaritia. José Manuel Aspas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Manuel Aspas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225631
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dueños —aseguró David.

      —¿Qué pasa, no entran a limpiar?

      —Puse en su lugar láminas. Mientras más tarden en descubrir el robo, menos gente recordará cosas.

      —Eres el mejor —le alabó. No lo necesitaba, solía decirle que era un artista del oficio porque así lo creía. Además, eran amigos.

      —No lo olvides, Pedro, un día se nos puede acabar la buena estrella. Los dos tenemos suficiente dinero para afrontar el resto de nuestros días sin problemas y me estoy planteando dejar el tema por un tiempo.

      En la mirada de su socio apareció un signo de inquietud.

      —Tú decides. Pero podemos disminuir el riesgo si aceptamos menos trabajos. Escogiéndolos con cuidado, con un golpe al año, no hay problemas.

      —Ya hablaremos. Tú, igual que siempre y no bajes la guardia, no quiero que te confíes. ¿De acuerdo?

      —Claro.

      * * *

      En esta ocasión, la suerte no les acompañó. El propietario no tenía previsto ir a descansar a su adorada casa de campo hasta dentro de dos meses, era un hombre muy ocupado. Pero al salir del baño, resbaló y se partió el radio y el cúbito de su brazo derecho, una rotura limpia. Con el brazo escayolado, no podía ni firmar, y decidió irse a descansar; por lo menos, en el campo podría dar largos paseos y relajarse. Su mujer maldijo por lo bajo, tendría que anular un par de salidas previstas con sus amigas. Ese mismo día llamaron por teléfono a los empleados para que tuviesen prevista su llegada al día siguiente y preparasen la casa. Así se hizo. Al entrar, se reflejó en la cara del propietario la satisfacción de encontrar la chimenea encendida a pesar de que no hacía excesivo frío. Tras los saludos y el interés de los empleados por el brazo escayolado, mientras estos subían las maletas a las habitaciones, él, como siempre, fue a contemplar su pequeña pero extraordinaria colección de pintura. En ocasiones sentía remordimientos de que obras tan maravillosas permaneciesen en el ostracismo, en la oscuridad.

      Entró al salón y encendió las luces. Fue directo a uno de sus preferidos, un extraordinario lienzo de José de Ribera que siempre le emocionaba. Se puso frente a él y quedó pasmado. Se aproximó y durante unos instantes no pudo articular palabra. Estaba contemplando una simple lámina sin vida. Sus ojos se movieron inquietos e inquisitivos por el resto. No podía ser cierto, vulgares láminas decoraban el salón. Corrió como un poseso en dirección al despacho en el que colgaba su verdadera pasión, un autorretrato de Rembrandt. Al entrar, encendió la luz y no hizo falta ni acercarse.

      Les habían robado.

      * * *

      Cuando a Stefano Rusconi le preguntaban su lugar de nacimiento siempre respondía Florencia. No era del todo cierto, en realidad nació en Montevarchi, una población cercana a la maravillosa ciudad de los Medici.

      Cursó estudios en Bellas Artes, se especializó en pintura italiana y holandesa del siglo XVII. Todo indicaba que su destino le encaminaría a la docencia. Cosas de la vida, un día, un investigador privado dedicado a localizar obras de arte robadas o falsificadas solicitó su asesoramiento sobre una pintura de Guido Reni. Fue como una revelación, en esos días, junto al investigador, entre falsificaciones extraordinarias y hombres que en vez de crear obras propias dedicaban su virtuosismo a duplicar lo creado por otros, se vio inmerso en un mundo nuevo: colecciones de arte privadas para el placer de un hombre rico. Otros, también con dinero, que las desean para el gozo de contemplarlas en su pinacoteca privada y secreta y que pagan por cumplir su deseo verdaderas fortunas. Los ladrones, embaucadores, timadores y conseguidores que se mueven entre ambos, siempre dispuestos a proporcionar lo que otros desean, por dinero. Y entre todos ellos, los investigadores de las compañías de seguros. Verdaderos profesionales con profundos conocimientos en arte y de todas las personas que se mueven en los tres apartados anteriores.

      Fue fichado inmediatamente por la más importante compañía especializada en asegurar arte. Pronto destacó entre el equipo de investigadores. A los dos años conocía a todas las bandas dedicadas a este tipo de robos, todos los datos de sus principales especialistas en apertura de cajas de seguridad, anular sistemas de alarmas y sortear procedimientos de alta seguridad; conocía su modus operandi hasta en los más pequeños detalles. A los grandes copistas, verdaderos artistas que ganaban fortunas por sus falsificaciones; no era la primera vez que un coleccionista privado llevaba años admirando una obra sin saber que le habían robado el original y que lo que colgaba en su pared era una copia.

      Su compañía aseguraba obras de arte y joyas en todas las partes del mundo. Los clientes pagaban importantes cantidades por ello, pero cuando una de estas desaparecía, las indemnizaciones eran astronómicas. Stefano se aseguraba de que las medidas de seguridad descritas en la póliza fuesen reales y, en muchos casos, asesoraba al cliente para que adoptase las adecuadas. Cuando se producía un robo, colaboraba con las autoridades para la detención de los culpables, además de iniciar su propia investigación. Con toda probabilidad, esas piezas robadas viajaban en cuestión de horas a otros países y él seguía su rastro como un perro de caza. En ocasiones se trataba de falsos robos, el propietario ocultaba la obra con el propósito de cobrar la indemnización. Eran los más fáciles de resolver, Stefano tenía un instinto detectivesco muy agudizado; en su mundo, entre colegas, le llamaban el Inquisidor. Tenía en su haber importantísimas victorias.

      Llegó a los dos días del descubrimiento del robo. El guardia civil responsable de la investigación le esperaba, la aseguradora le había informado de su llegada y solicitaron su colaboración. Era lo normal en estos casos. Bajó del todoterreno y en el rostro de los que esperaban se reflejó una sonrisa generalizada. Alto, delgado, con un traje de color marrón que costaría una fortuna, zapatos de piel color crema a juego con el traje. Todo él transmitía pulcritud.

      Caminó hacia el grupo con los pasos de un modelo en la pasarela. Cuando se presentó, fue en un castellano perfecto, su tono de voz parecía la de un banquero transmitiendo confianza a unos desconfiados clientes. No era amanerado, pero sí delicado. Únicamente su mirada era como la de un ave de presa, penetrante, perspicaz, con una inteligente viveza que no pasaba desapercibida y dejaba perplejo a quien pensase, en un primer momento, que podía tratarse de un simple figurín. Eso, justamente, le estaba sucediendo al responsable de la investigación que le esperaba; tras unos minutos de conversación, la sonrisa desapareció.

      —No sabemos cuándo exactamente se produjo el robo. Los propietarios se fueron por última vez hace dos meses, volvieron hace dos días y, entonces, descubrieron el robo. Dos matrimonios cuidan de la propiedad, viven en la casa anexa a la principal —informó señalando la vivienda junto a la que se encontraban—. Y ellos no han observado nada anormal. Aseguran a pies juntillas que desconectan la alarma cuando entran y siempre la vuelven a conectar cuando terminan, y no ha saltado ni una sola vez durante este periodo de tiempo. Por el día mantienen dos perros sueltos, imposible que alguien se colase mientras ellos estaban trabajando y lo robase. Por último, son de absoluta confianza, se lo aseguro.

      Stefano los podía ver, se encontraban los cuatro juntos, bajo el porche. Asintió.

      —Únicamente hemos encontrado unos arañazos en la cerradura de la puerta principal. Los de la científica aseguran que han sido producidos por las ganzúas al forzarla y que ha sido un profesional muy cualificado.

      —Comprendo. Es raro que durante las labores de limpieza no se percatasen de la desaparición de las pinturas de esos cuadros.

      —Pasemos dentro y lo comprenderá.

      —¿Los propietarios se encuentran aquí?

      —No, anoche se marcharon. Mejor. Hemos podido trabajar con más seguridad. ¿Quería hablar con ellos?

      — De momento no es necesario.

      No podrían aportar ningún dato sobre lo sucedido y de su honestidad no tenía ninguna duda. Al entrar, no le pasó desapercibido el pequeño cuadro que ocultaba el teclado de la alarma. Todas las cortinas estaban descorridas y entraba la luz del exterior. Pasaron al salón, una sala amplia con muebles de maderas nobles, algo recargado para el gusto de Stefano. El agente de