Avaritia. José Manuel Aspas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Manuel Aspas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225631
Скачать книгу
También he visitado los escenarios de los tres expedientes que se encontraban en sus registros.

      —Y ¿en calidad de qué los investigó? No están relacionados con la compañía que usted representa. ¿Cómo le dejaron entrar?

      —Soy como un historiador, me gusta perderme entre los misteriosos recovecos de la investigación como el historiador se pierde en las bibliotecas estudiando viejos manuscritos. Disfruto aprendiendo los trucos de mis adversarios profesionales, conociéndolos. Y tengo recursos.

      —Como veo que os entendéis a la perfección, os dejo. —Y Borja tendió la mano al italiano—. Supongo que, en estos días, nos veremos.

      —Seguro.

      —¿Cuál es su firma? — preguntó en cuanto quedaron solos.

      —Siempre roba por encargo, no es avaricioso y no se lleva otras cosas de los lugares que visita, a excepción de que robe algo del lugar con la pretensión de despistarnos. De esa forma, no tiene que salir al mercado con mercancía robada. En ese chalé de Cantabria alguien pagó, supongo que un coleccionista privado, un dinero por el manuscrito que desapareció. Ese era el objetivo de nuestro hombre. El resto fue el truco de mago para despistar. No se trató de un asalto precipitado. Entró y desconectó la alarma, con lo cual se tomó su tiempo en preparar el escenario. Encontró la colección de relojes y las joyas, las cogió y aparentó que el ladrón subió corriendo y fue a los lugares adecuados porque sabía dónde se encontraba algo de valor. Fue la primera línea de investigación que se siguió, se trataba de un robo con colaboración interna. Las huellas dejadas indicaban que eran tres y de procedencia concreta. Contaba con muchas probabilidades de que esta gente hubiese contado entre el personal de servicio con una mujer del norte de Europa. El cuadro dejado en el jardín indicando, sin duda, la precipitación de la acción. Todo preparado para focalizar la atención del investigador en puntos concretos y seguir pautas establecidas. Esos relojes estarán bien enterrados o en el fondo del mar, mientras nosotros mantenemos, todavía hoy, la esperanza de que uno de los chorizos, como usted los ha denominado, intente vender uno o se le estropee e intente arreglarlo.

      —Me ha dejado atónita, menudo tío tenemos entre manos.

      —Es meticuloso, minucioso, un experto en el arte de robar.

      —Parece que lo admira.

      —En cierto modo, así es.

      —Pero esa no es su verdadera firma, ¿verdad? —Elena intuía que le ocultaba otro detalle mucho más importante. Lo expuesto no era concluyente, era su método. Pero la firma tenía que ser un signo rotundo, determinante.

      —Perdón. Su verdadera firma es algo que, de momento, nadie ha advertido y así debe seguir siendo. En caso de que averigüe que la tenemos identificada, simplemente la modificará. Entonces, cuando actúe, sobre esa ineludible pista sembrará otros indicios para confundirnos. Él piensa que, hasta este momento, sus trabajos no se han relacionado entre sí, que los investigadores mantienen en cada uno de ellos diferentes pistas, imputándoselos a grupos o personas sin vínculos entre sí y esperando nuevos datos para volver a reabrir los casos.

      —Ha tejido una compleja red de pistas falsas para pasar desapercibido.

      —Efectivamente.

      —Me va a revelar, aunque sea muy bajito, para que nadie se entere y prometiéndole que mantendré el secreto como una tumba, cuál es su firma.

      —La forma en que anula las alarmas. Hay sistemas muy sofisticados, donde el decodificador no tiene tiempo material de descifrar el código dada su complejidad. Este individuo sabotea primero, y de forma rápida, el mecanismo del aplex, y de forma muy sutil, manipula el tiempo de retardo de la alarma. La mayoría ponen doce o quince segundos, como mucho veinte, pero el sistema cuenta con un tope de cincuenta y nueve segundos. Es el tiempo de que dispone después de su manipulación. Él se añade otros cuarenta y cuatro, y eso es mucho tiempo. Lo indispensable es que su interferencia en los cables no se note y eso, junto a la recreación de un escenario ficticio, engañe al investigador. Es muy bueno. Me costó encontrar lo que hacía, a simple vista no se aprecia, los cables permanecen intactos. Tuve que utilizar una lupa para descubrirlo. Únicamente unos inapreciables arañazos me indicaron, sin duda, cómo lo conseguía. Luego, la pauta se aprecia con rapidez cuando sabes lo que buscas.

      —Y estoy convencida de que has investigado si algún antiguo ladrón de guante blanco, de esos que llamas dinosaurios, tenía ese modus operandi.

      —Por supuesto. Nadie se ajusta a esa pauta. Lo que ocurre es que hace años, los sistemas eran mucho menos sofisticados y más fáciles de manipular. Hablemos sobre la lista que les entregué de posibles candidatos.

      —Por favor, si vamos a trabajar juntos, tuteémonos, vale.

      —Claro.

      —Porque vamos a trabajar juntos, ¿verdad? —No lo tenía muy claro Elena. Conocía su fama de investigador solitario y que se la impusieran para colaborar no le resultaría cómodo. Por mucho que hubiese accedido al principio.

      Él la miró. Le gustaba esta condenada policía. Era consciente de que le consideraban un bicho raro tanto en su empresa como en el sector profesional. Se había vuelto un ermitaño, su actitud no era antisocial pero, en ocasiones, rayaba en la obsesión por no compartir su tiempo. Cuando necesitaba compañía femenina, le era fácil encontrarla y, en ocasiones, la compraba. Pero nunca pasaba de esa única noche. Se consideraba un lobo solitario con gustos refinados, disfrutaba de los placeres que le atraían, sin reservas. Arte, andar por diferentes ciudades sintiendo su pasado, gastronomía y, en ocasiones, encontrar personas con las que mantener curiosas conversaciones. Pero siempre solo. Y esa soledad con la cual siempre se deleitó, algunas veces era una losa que le desconcertaba y turbaba, algo inaudito años atrás. Ahora, en algún momento, era como viajar en un tren como único pasajero y desconocer el destino de la próxima estación.

      Ella le observaba con una sonrisa, algo perpleja por no poder interpretar su silencio.

      —Trabajaremos juntos —afirmó—. Será un placer para mí compartir esta investigación contigo.

      —¡Buauu! —exclamó riendo alegremente—. El prestigioso e internacional investigador privado compartiendo pupitre con una simple inspectora de policía.

      Stefano reconoció que su naturalidad y espontaneidad eran insultantes y, en cambio, sonrió. Le costó pero, al final, sonrió.

      —Bien, no te lo tomes a mal. De los diez nombres que nos pasaste, la mayoría han sido descartados rápidamente. Dos fallecidos. Dos en la cárcel. —Y fue depositando expedientes sobre la mesa—. Otro en Estados Unidos; este, al final, aprendió idiomas, los informes policiales remitidos por las autoridades lo descartan. Otro vive en Sevilla, sufrió un accidente de tráfico hace años y las secuelas lo descartan rotundamente.

      —Puede simular una parálisis o lesión para, justamente, ser eliminado de cualquier sospecha.

      —Perdió la pierna a la altura de la rodilla. ¿Crees que simulará cojera para no ser sospechoso?

      —Descartado —manifestó resignado por tener que soportar la risita irónica de ella.

      —El séptimo es un extremeño que reconvirtió su habilidad para hacer desaparecer cosas que no eran suyas en hacerlas desaparecer como mago. Trabaja en cruceros con un espectáculo de magia. Crucé las fechas en las que se cometieron los robos con las que asegura que se encontraba embarcado y en cuatro de los siete sucesos viajaba por el Mediterráneo. Lo hemos confirmado por diferentes medios.

      —Nos quedan tres.

      —David Rubio Roncero, cuarenta y siete años, soltero. Se especializó en abrir cajas fuertes. Con veintitrés era considerado uno de los mejores especialistas. Tuvo un buen maestro, trabajaba con Agustín Toledo, ¿te acuerdas?

      —Claro.

      — Los trincaron en medio de un trabajo. A Toledo le cayeron veinte años y a David seis. El joven era conocido pero no tenía antecedentes y salió mejor