Avaritia. José Manuel Aspas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Manuel Aspas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225631
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de entretenerse forzando la pequeña caja fuerte, donde la señora guardaba el resto de sus joyas. Evidentemente no disponían de tiempo. Cogieron, además, un cuadro de un importante pintor impresionista que, en la huida, abandonaron en mitad del jardín.

      Mientras Stefano exponía los hechos, ambos inspectores los seguían sobre el expediente.

      —¿Ha visitado las ruinas de lo que fue esta extraordinaria metrópolis, inspectora Dolz?

      Ambos agentes levantaron la vista del expediente, el comentario les sorprendió. Como si Borja no existiese, Stefano la miraba a ella.

      —No.

      —Se la recomiendo encarecidamente. La actual Bergama, construida sobre los cimientos de la parte baja de lo que fue Pérgamo, una de las ciudades más bellas de la antigüedad, en Turquía, cerca de la costa del mar Egeo. Sus ruinas, su historia, la dejarán sin respiración.

      —Tomo nota —contestó con una sonrisa pícara.

      —Gracias a Dios, el cuadro no sufrió ningún daño —continuó—. No se encontró ninguna huella dactilar ni indicio que permitiese identificar a los ladrones, excepto esas huellas de los calzados. Yo mismo realicé una investigación paralela a la de ustedes sobre ese rastro. Las huellas de ambas zapatillas y la bota nos llevaron, tanto a ustedes como a mí, a la conclusión de que las tres pertenecían a una marca muy conocida y popular de calzado de una fábrica en los países bálticos. También, que esa marca es poco conocida y usada fuera de esos países. Que uno de los ladrones subiese directamente al dormitorio y fuera exclusivamente a esos cajones indicaba que sabía lo que buscaba y dónde se encontraba. La investigación sobre el personal de servicio centró inmediatamente el interés sobre una joven que trabajó durante seis meses, dos años atrás. Era de Estonia, como, sin duda, los ladrones. Dicha joven volvió a su país, ustedes solicitaron colaboración a la Interpol y a las autoridades policiales de esa nación. En ambos casos, la respuesta fue que tras hablar con ella e investigarla, no se detectaba nada sospechoso ni ninguna vinculación con delincuencia organizada.

      En ese momento, Elena leía el documento al que hacía referencia.

      —Así es. La descartan de cualquier vinculación con el hecho al que hacemos referencia y con cualquier vínculo con organizaciones delictivas de su país.

      —Yo estuve frente a su casa —afirmó el investigador privado—. La vi en el parque con su hijo recién nacido. Su marido es funcionario y en sus cuentas no hay movimientos sospechosos, ni en el presente ni en el pasado. La descarté inmediatamente.

      —Sobre el manuscrito no se ha vuelto a saber nada, ¿verdad? —preguntó Borja.

      —Tampoco sobre la colección de relojes. Las joyas pueden separarse, fundirse. Pero los Rolex llevan una numeración individual. Nada de lo robado en esa vivienda ha vuelto a aparecer y las huellas no llevaron a nada concreto.

      —Y usted intuye que no fueron tres zarrapastrosos que entraron a la carrera y se llevaron lo primero que pillaron.

      —Inspectora Dolz, ¿recuerda usted el robo en la fundación INCLU aquí, en Madrid?

      —Claro, intervine yo misma.

      —En esa ocasión robaron parte de una colección itinerante de piezas privadas sobre la civilización Azteca. Según la organización, las piezas desaparecidas eran las únicas, de todo lo encontrado hasta este momento sobre esa civilización, que hacían referencia explícita a un dios del que solo se conocían exiguas referencias, de ahí su verdadera importancia y valor.

      —Sí, es cierto, lo recuerdo. Únicamente se llevaron esa parte de la colección.

      —Recordará también que anularon el sofisticado sistema de alarma con el que contaban las dependencias de la fundación. También abrieron la caja fuerte donde se guardaban esas piezas concretas por la noche, dado su mayor valor en relación al resto de lo expuesto.

      —Claro. Es un caso que está sin resolver —afirmó Elena—. En esa ocasión sí encontramos huellas dactilares.

      —Recuerda bien. La caja fuerte la abrió un verdadero profesional, uno de esos dinosaurios de los que hemos hablado anteriormente. Por supuesto, también se ocupó de anular ese sofisticado sistema de alarma, por cierto, en un tiempo récord.

      —Se investigó a la compañía que lo montó, también a todo el personal que conocía la combinación de desconexión porque los técnicos forenses argumentaban la dificultad de anular el sistema. Les parecía sumamente sospechoso que alguien tuviese tiempo de conseguir la combinación, por mucho decodificador de última generación que tuviese —continuó la inspectora. Recordaba perfectamente el caso pero, además, era uno de los seleccionados por Stefano y lo tenía entre sus manos—. Antes de marcharse, entraron en el baño y se lavaron. Dejaron huellas de dos tipos de zapatillas deportivas diferentes, pero se trataba de una marca distribuida por una gran superficie y vendida por millones. No se encontró, como era de suponer, ninguna otra huella. Entonces descubrimos una herramienta de precisión que utilizaron para abrir la caja fuerte. Debió resbalar y se les cayó entre dos cajoneras y, al marcharse, no se percataron. Fue el primer golpe de suerte que creímos tener y se nos hizo la luz cuando, desde el laboratorio, nos dijeron haber encontrado un juego de huellas dactilares. En ese momento, todos pensamos: «Caso resuelto. Un descuido y nos ha dejado su carné de identidad en el escenario».

      —Eso mismo pensé yo, inspectora Dolz.

      —¿Cuándo se enteró usted? Esa pista se mantuvo en secreto durante todo el proceso de la investigación.

      —Mi compañía aseguraba esas piezas por una cantidad desorbitada, créame. Y yo, está mal que lo diga, tengo mis propias fuentes de información.

      —Si usted está tan involucrado en las investigaciones, no recuerdo que acudiese.

      —Seguía sus investigaciones, por cierto, concienzudas y meticulosas. No era necesaria mi presencia; tenía, por fuerza, que estar de acuerdo con las conclusiones a las que ustedes llegaban y nada podía añadir. Por ese motivo me limité a seguirlas, sin más. Yo también quedé perplejo cuando no se encontraron coincidencias entre esas huellas y alguno de nuestros antiguos conocidos. Fue un trabajo extraordinario realizado por un gran profesional, un auténtico especialista.

      —Pero hasta hoy, a quién pertenecen es un misterio. Otra pista que conduce a un callejón sin salida —afirmó ella pensativa, comprendiendo por momentos la línea deductiva a la que conducía la conversación.

      —Ese fue el principio. Lo que me obligó a replantearme que algo no funcionaba bien. No paraba de preguntarme cómo era posible que no tuviéramos en ninguna base de datos las huellas de un profesional tan cualificado. La respuesta era sencilla, o al menos las dos respuestas obvias. Es nuevo en el negocio, me dije, por fuerza acompañado de quien le enseña, su maestro. Recordemos que encontramos en esa ocasión dos tipos de zapatillas en las huellas del baño. Si nos encontramos ante un dinosaurio, un profesional de la vieja escuela, es consciente de lo fácil que se les identifica tanto por su modus operandi como por la escasez de delincuentes de la vieja escuela. Si fuese uno de estos tipos, con toda seguridad tendríamos sus huellas para identificarlo. Pues a todos, en sus inicios, se les detuvo. Empecé a recordar otros casos, escenarios donde se encontraban una serie de rastros que no llevaban a ninguna parte. Y empecé a investigar desde cero, a repasarlos desde el principio, como si acabaran de suceder. Pero desde una nueva perspectiva, con un prisma global.

      —Y deduce que el muy cabrón siembra los escenarios con indicios falsos, manipulando y señalando diferentes caminos al investigador.

      —Efectivamente. Y evitando que los relacionen. En algunos no ha estudiado el escenario, se ha limitado a entrar, como él sabe, roba y se marcha sin dejar ningún rastro. Pero en la mayoría deja indicios que indican una línea clara de investigación.

      —¿Cómo está tan seguro de que estos siete casos, con grandes diferencias entre ellos, los ha cometido la misma persona?

      —Porque he descubierto su modus operandi, su firma en todos ellos. No solo repasé