En un momento dado le pregunto si esta charla tan amena y constructiva que yo viví en su albergue con los otros peregrinos era algo habitual o no. De nuevo, ríe y contesta: «En todo el tiempo que llevo de hospitalero he observado esto: cada familia parece estar destinada a encontrarse ese día; creo que vosotros no habríais encajado del todo con las personas que estuvieron la noche anterior, por ejemplo… Sin embargo, la noche anterior sí que estuvieron fantásticamente bien entre ellos». Es conmovedor observar la fe que tiene David en el Camino y en su poder para ordenar las energías y los estados de ánimo, consiguiendo que las personas adecuadas se encuentren. Te regalo otra explicación posible a raíz de mi experiencia en su albergue: David crea un contexto tan maravilloso que enseguida uno se siente como en casa y con ganas de hablar, compartir y escuchar. Al sentirte escuchado tienes la sana necesidad de escuchar al otro, lo que crea un clima de entendimiento, respeto y amor.
Le pregunto dónde se ve a sí mismo en, digamos, diez años, a lo que contesta: «Me veo en el Camino, aunque sin apegos a este u otro albergue. Sé que quiero seguir viviendo una buena temporada en esta línea de realidad». Me cuenta que cada vez que vuelve al mundo irreal nota que su energía y su estado de ánimo cambian; para realmente disfrutar de un periodo de descanso y cargarse las pilas, sus vacaciones se basan en realizar alguna variación del Camino, esta vez como peregrino. Nuestros protagonistas se dedican a aquello que les carga las pilas; para saber si eso que están haciendo es lo que deben estar haciendo realizan un simple chequeo: si se sienten bien haciéndolo, siguen, si no, prueban algo diferente.
¿Cómo se ve David de viejecito?: «Pues no sé, ni idea; supongo que lo iré vislumbrando por el camino. Tal vez en algún lugar tranquilo, la India, por ejemplo, disfrutando y viviendo en paz». Como vemos, las aspiraciones de David son muy claras: escuchar a la vida, ayudar a otros a que disfruten y sientan más al tiempo que él vive tranquilo sin ningún afán de protagonismo. Y es que David no quiere medallas, tan solo quiere continuar disfrutando mientras él ayuda a otros a estar bien y sentirse acogidos: «Mi sitio está aquí. Ahora me debo a mis peregrinos». En realidad, en este momento me reconoce que le causó cierto desasosiego el hecho de que alguien quisiera entrevistarle para un libro, «no acabo de creerme que mi historia sea tan importante, de verdad». Es curioso cómo nuestros protagonistas derrochan humildad; no sienten que estén haciendo nada extraordinario, no alardean de nada, no se sienten más que nada ni nadie. Simplemente hacen lo que sienten con amor, responsabilidad, tesón y sin olvidarse nunca de disfrutar.
David ha dejado de lado sus miedos: «Si algún día dejo de poder afrontar los gastos con las donaciones significa que la vida me quiere en otro sitio… ¡Pues me iré a otro sitio! La vida te pone siempre donde debes estar y siempre estaré escuchándola para tomar la siguiente decisión». Al mismo tiempo, David se siente afortunado; afortunado por haber sabido escucharse, por haber entendido el mensaje y por haber puesto el rumbo adecuado a su existencia. Así, vive en constante aceptación de lo que le sucede, entendiendo que en realidad es un afortunado y que las pequeñas desavenencias de la vida son solo pequeñas motas de polvo en un universo impoluto.
Además, sabe que la felicidad no es algo que se consiga: «Va contigo –me dice–; el truco es blindarla, nutrirla». Y es que David ha descubierto uno de los secretos mejor guardados para vivir una vida plena y feliz. ¿Estás listo para escucharlo? Ahí va:
La felicidad es un estado de ánimo que está por encima de tus emociones y de tus expectativas; además, es algo que ya tienes; es decir, no tienes que hacer nada para ser feliz. Tan solo tienes que preocuparte por no darle palos a tu felicidad.
¿Cómo?
Haz un plan para dejar de hacer las cosas que no quieres hacer y llena ese espacio con actividades que sí quieres hacer: actividades que disfrutas, que te cargan las pilas y que sientes que ayudan a crear el mundo que quieres ver ahí fuera.
En definitiva: deja de perseguir la felicidad.
Ya la tienes.
Tan solo tienes que protegerla.
Si quieres escuchar al protagonista contando su historia en primera persona, puedes hacerlo con ayuda de este bidi:
El arte de vivir
varias vidas en una
El que no comparte lo que sabe es un malvado.
Joan Carulla
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