–Nunca, hasta ahora –se llevó la mano a los labios–. Au ‘voir, Portia Grant. Te llamaré más tarde. Conduce con cuidado.
–Como siempre. Adiós.
Al alejarse, miró por el retrovisor, pero notó con desilusión que no se quedaba fuera a verla partir. No había ningún motivo para que lo hiciera, se dijo con severidad. Y además, sólo un tonto se quedaría empapándose en la lluvia.
Aunque conociese poco a Jean–Christophe Lucien Brissac, algo estaba muy claro. No era ningún tonto.
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