–Deberías reírte más veces, Portia –dijo Luc, mientras llegaban al sendero que llevaba hacia el acantilado.
–Ten cuidado, es bastante empinado –respondió ella comenzando a descender el acantilado. Llegó a la playa con la velocidad que da la práctica.
Cuando Luc Brissac se unió a ella unos minutos más tarde, tenía la respiración agitada y una mirada de acusación en los ojos.
–¡Ese paso era una locura, Portia! ¡Ni que fueras una cabra montesa! –y luego añadió deliberadamente–: A menos que lo conozcas muy bien –esperó un poco, pero al ver que ella no respondía, miró a su alrededor–. Es encantadora. ¿Hay algún otro acceso?
–No. El sendero es propiedad de Turret House.
–En verano ha de ser delicioso. Un valor añadido a la casa.
–Habría que arreglar el sendero –admitió Portia–, pero se le pueden poner unos escalones y una barandilla en las partes más peligrosas. No todas las casas tienen una cala privada.
–Es verdad –Luc echó una mirada a las nubes que comenzaban a formarse en el horizonte–. Vamos, Portia, volvamos antes de que comience a llover.
La subida fue más difícil que el descenso.
–Como te dije ayer –jadeó Portia– no estoy en forma.
–Me pareces en perfecta forma. Es un poco temprano para comer, pero quizás tu pub inglés pueda darnos un café.
–Si hubiera sabido que no te volvías hoy, te habría pedido levantarnos más tarde –dijo Portia según volvían por el jardín.
–No fue fácil cambiar los planes –se encogió de hombros–, no lo supe hasta hoy por la mañana.
–¿Por qué cambiaste de idea? –preguntó con curiosidad mientras se metían en el coche.
–No hubiese tenido tiempo de ver la cala después de volver a inspeccionar la casa. Y era necesario antes de tomar una decisión –se concentró en las cerradas curvas de la avenida–. Además, quería pasar más tiempo contigo. Ahora, dame instrucciones, por favor, ¿dónde está esa posada tuya?
En el Wheatsheaf les sirvieron un excelente café y más tarde una comida sencilla pero muy bien hecha. Muy diferente a la comida del Ravenswood, pero de muy buena calidad.
–¡Pero esto está muy bueno! –dijo Luc, comiendo el cordero con anchoas y ajos.
–El cumplido sonaría mucho mejor sin ese tono sorprendido –rió Portia.
–Nos tomamos la comida más en serio que vosotros los ingleses –sonrió Luc.
–Y sufrís menos del corazón. Aunque bebéis un poco más –añadió ella, aunque se arrepintió al ver la cara de Luc.
–Es verdad –dijo él en voz baja.
–No me refería a ti, por supuesto –dijo apresuradamente Portia.
–Ya lo sé –sonrió, aunque sus ojos permanecieron serios– ¿Quieres postre?
Ella meneó la cabeza.
–Entonces, volvamos al bar a hablar de negocios. Discúlpame. Iré a pedir el café –Luc la acomodó ante una mesita y fue a la barra.
Portia se dio cuenta de que había dicho algo que no debía, así es que resolvió morderse la lengua de ahora en adelante. Luc había rehusado hablar de negocios durante la comida y ahora era el momento, antes de volver a Londres. Afuera llovía a cántaros, notó apesadumbrada.
–Estás pensativa –dijo Luc al volver.
–Estaba mirando cómo llueve. Me temo que tenemos poco tiempo. Es un viaje considerable hasta Londres.
–Ya sé –le cubrió la mano con la suya–. Pasa la noche en Ravenswood, Portia, y parte mañana a la mañana.
Conque Jean Christophe Lucien Brissac no era diferente del resto de los hombres. Portia retiró la mano abruptamente, completamente sorprendida por el descubrimiento de que sentía la enorme tentación de decir que sí.
–No, no puedo –dijo–. Estoy acostumbrada a conducir con cualquier tiempo. ¿te parece que discutamos Turret House o ya has tomado la decisión?
–No le pedía que compartieras mi habitación, señorita Grant –dijo con frialdad–. Mi interés era su seguridad, nada más.
–Por supuesto –mortificadísima, Portia comenzó a recoger sus documentos y meterlos en el portafolio–. De todas maneras, no esperaba una respuesta en firme hoy. Si fuera tan amable de ponerse en contacto conmigo cuanto antes para informarme de su decisión. Mientras tanto…
–Mientras tanto, siéntate y toma el café –dijo Luc, en tono serio –. Te confundes conmigo. Y me insultas.
–¿Que te insulto? –lo miró interrogante.
–Sí. No suelo meterme en la cama de las mujeres a la fuerza. Ni siquiera mujeres tan atractivas e interesantes como tú.
–Disculpa –dijo Portia rígidamente, calmándose un poco.
Durante un momento, reinó el silencio.
–Desde ahora, intentaré ser cuidadoso.
–¿Por qué?
–Cuidadoso para no ofenderte.
–No me puedo permitir ofenderme. Eres el cliente –dijo sencillamente.
–Y quieres que compre una propiedad que llevas tiempo sin poder vender –su sonrisa se hizo maliciosa.
Adiós a sus esperanzas de vender Turret House sin reducir el precio.
–Por supuesto –dijo resignada.
Luc se entretuvo un rato más comparando sus notas con la información que ella tenía.
–Consideraré mis opciones –dijo finalmente, elevando un poco la voz sobre el ruido del concurrido bar–, luego, esta noche, cuando llegues a Londres, te llamaré por teléfono y te comunicaré mi decisión.
–Si piensas pasar la noche aquí, no es tan urgente –respondió, reprimiendo un salto de alegría. Estaba segura de que iba a comprar–. Me puedes llamar a la oficina por la mañana.
–Dame tu teléfono –negó con la cabeza–. Te llamaré esta noche.
Portia dudó un instante, luego garabateó un número en una hoja de su agenda y se lo dio.
–Gracias –dijo él y lo metió en su cartera– Y ahora, te llevaré a Ravenswood.
Afuera, echaron una carrera hasta el coche.
–¡Mon Dieu, qué tiempo! –exclamó Luc, al ajustarse el cinturón de seguridad.
–No siempre está así –le aseguró sin aliento–. El clima de aquí es el mejor del Reino Unido.
–¡No parece una buena recomendación!
Portia sonrió, deseando que le dijera algo sobre su decisión, pero la prudencia la hizo callarse. Si se daba cuenta de que estaba desesperada por vender, querría un buen descuento, suponiendo que quería la casa. Le escrutó el perfil, pero no pudo adivinar nada.
Cuando llegaron al aparcamiento de Ravenswood, Portia rehusó su invitación a entrar antes de partir a Londres.
–Prefiero irme ahora y llegar cuanto antes.
–¿Cuánto se tarda? –preguntó Luc, mirando la lluvia con el ceño fruncido.
–No lo sé. Con este tiempo, me temo que más de lo habitual.
–Te llamaré a las diez. ¿Habrás llegado para entonces?
–Espero que sí –Portia alargó la mano–.