Un descriptivo intercambio de impresiones entre uno de los cocineros de la acampada y unos hermanos quiosqueros de Sol fue recogido por El Mundo en algo que podríamos denominar cómicamente como las dos Españas del 15M:
[Alberto e Iván Pérez] Tras el 22M la acampada comenzó a degenerar y convertirse en un golferío, una vergüenza.
[Rafael Rodríguez] Allí desayunaba todo el mundo de gratis y comían de gratis. Teníamos un almacén con jamones y todo. La gente hacía colas con bolsas… Recuerdo que la primera vez que lloré en la acampada –lloré tres veces– fue por una señora mayor: «Rafa, perdóname, soy pobre, no puedo dar más». Traía unos tomates y una escarola.
[Alberto e Iván Pérez] Todos los indigentes de Madrid venían a desayunar y a comer.
[Rafael Rodríguez] Un día, bajaban las prostitutas, los indigentes, las criaturas a por un plato de comida, y no tenía comida para darles a todos… Fue la segunda vez que lloré.
[Alberto e Iván Pérez] A la tercera semana cortamos la cuerda que habían atado al quiosco. Antes de abrir, teníamos que levantarlos, apartar las quechuas… Los clientes no venían. Un millón y medio de pesetas [9.000 euros] perdimos. Tuvimos que pedir un préstamo[9].
Para mitad del mes de junio aquello acabó, por suerte para el propio momento y sus protagonistas, con otros ingeniosos lemas como «No nos vamos, nos mudamos a tu conciencia» o «Vamos despacio porque vamos lejos». ¿Las elecciones del 22 de mayo? La participación se mantuvo en la media de otros comicios y el PP arrasó en ayuntamientos y autonomías, algo que pasó con el 15M, al que, hipnotizado por un furor solipsista, aquello le dio completamente igual, y que hubiera pasado de igual manera sin el 15M, con un PSOE lastrado por los recortes y una Izquierda Unida que experimentó una ligerísima subida pero que daba la sensación de haber perdido el paso de los tiempos.
La Puerta del Sol parecía haber pasado a la historia, si no fuera porque ya lo había hecho otras muchas veces. El 10 de abril de 1865, la Guardia Civil y unidades de caballería del Ejército irrumpieron en una protesta estudiantil por el cese del rector de la Universidad de Madrid en lo que se conoció como la Noche del Matadero, acabando con la vida de 14 manifestantes y dejando un par de centenares de heridos. Aquellos sucesos fueron el detonante para la caída inmediata del Gobierno conservador de Narváez y el fin del reinado borbónico de Isabel II tres años después. En 1873 se proclamaba la Primera República Española. Probablemente aquellos estudiantes y quien ordenó su represión no eran conscientes de las ondas sísmicas que aquella noche desencadenaría, como tampoco lo eran quienes convocaron una manifestación en aquel domingo de mediados de mayo de 2011.
La indignación no acabó con el fin de los campamentos en las plazas. Uno de los episodios inmediatamente posteriores en los que se vivió una mayor tensión fue la manifestación que rodeó el Parlamento catalán el 15 de junio de 2011 en su sesión para tramitar el anteproyecto de ley de presupuestos de la Generalitat. Unas dos mil personas, según cifras oficiales, probablemente unas cuantas más, consiguieron poner en jaque simbólico a una institución. Los diputados tuvieron enormes dificultades, pese al cordón policial, para acceder a la sede del Parlament, tanto que incluso Artur Mas y Núria de Gispert, presidentes del ejecutivo y el legislativo catalán, tuvieron que llegar en helicóptero.
Algún diputado ha sufrido la indignación de los presentes con algo más que abucheos y reproches, entre ellos el exconseller Ernest Maragall, que ha recibido algunos empujones y el exnúmero dos de Interior, Joan Boada, que ha visto cómo le pintaban la cabeza con un spray. Boada ha conseguido entrar, como han hecho otros diputados de la cámara, entre abucheos, algún momento de tensión y escoltado por la policía, aunque los manifestantes han conseguido pintarle la nuca. Otros miembros de su partido también han sido increpados, y al secretario general de ICV, Joan Herrera, que iba acompañado de Jordi Miralles, le han tirado una piel de plátano. Por lo demás, todo fueron gritos en contra de los políticos, insultos y gritos[10].
La magnificación por parte de los medios de cualquier acción que sea susceptible de englobarse en ese sesgado epígrafe llamado violencia es habitual, aunque es cierto que los sucesos del Parlamento catalán causaron estupor. Lo que empezó siendo un acto performativo acabó por convertirse en una explosión de ira que pudo interpretarse no como una protesta contra el mal funcionamiento de la democracia sino contra la democracia en sí misma. Sin embargo, hay que dejar constancia de que la violencia en todo este periodo fue enormemente residual por parte de los indignados. A lo sumo se veían imágenes de destrucción de mobiliario urbano tras las manifestaciones, pero eran habituales las imágenes de las palmas en alto y sentadas en acto de resistencia pasiva. Quien se empleó a fondo fueron los cuerpos de antidisturbios. El colectivo fílmico Terrorismo de Autor firmó una pieza titulada Los cuatrocientos golpes[11], en la que tras la música de la película de Truffaut se montaban fragmentos de cargas policiales en un resumen estremecedor que ponía nombre a los verdaderos ejecutores de la violencia.
También es significativo en estos sucesos del Parlament la contraposición entre indignados y políticos, como ya hemos apuntado, sin que el carácter progresista de alguno de ellos importara lo más mínimo. Un día después, el 16 de junio, se da también un hecho significativo por dos factores. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca, creada en 2009, tomó un nuevo protagonismo no solo por el número creciente de desahucios, sino también por ser percibida como parte del entramado del 15M. El intento de paralización de uno de estos desahucios, a un inmigrante libanés y su familia, se convirtió en una concentración de 500 personas que presentó a la PAH, uno de los actores clave del nuevo contexto político que se abría. Sin embargo, también se dio otro suceso descriptivo de cómo se entendía la dinámica de protestas que se había abierto. Cayo Lara, el coordinador general de Izquierda Unida, asistió también a la concentración desde primera hora de la mañana. «Algunos de los que rodeaban al político ni siquiera sabían de quién se trataba. Su presencia no causó revuelo hasta que, pasadas las 11 y media y una vez logrado el aplazamiento del desahucio, Lara se dirigió a los medios de comunicación.» A partir de ahí Lara fue increpado, tachado de oportunista, zarandeado e incluso empapado al derramarle una garrafa de agua por encima. «Estamos luchando también desde Izquierda Unida, nuestra gente está también en Sol, y en las asambleas de los barrios. Si alguien nos quiere excluir, se equivoca», expresó el líder de IU mientras que los indignados le coreaban el «No nos representa». Una activista de la PAH, presidenta de una asociación de inmigrantes, declaró que «Cayo Lara lleva tres años apoyándonos y la PAH se desvincula de los insultos […] No seamos desagradecidos con los pocos que nos han ayudado»[12].
Cayo Lara, más allá de lo acertado o erróneo de sus posturas, fue uno de los dirigentes más comprometidos con los derechos sociales de la época. De una larga trayectoria comunista, agricultor de profesión, impulsor del sindicato COAG, fue alcalde de Argamasilla de Alba (Ciudad Real) desde finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa, destacando como Coordinador de IU en Castilla-La Mancha precisamente por sus acciones contra la especulación urbanística. La tabla rasa ciudadanista de los indignados, con su eje nuevo-viejo, su «no somos de izquierdas ni de derechas» y su concepto de casta política, no hizo distinciones. Más allá de la evidente injusticia de la que fue objeto Lara, este pasaje ilustra lo que sería una batalla venidera entre el ciudadanismo y la izquierda, que acaparó una buena parte