Por lo tanto, para otorgar Jesed tuvo que crear los límites estructurales de la Guevurá. El Ein Sof tuvo que autorrestringirse. Solo lo infinito pudo contener infinitamente su energía y volverla finita. Pero cuando se autorrestringió creó los límites. Los límites son las bases fundamentales de toda la creación. No existe nada dentro de la manifestación dentro del vacío que no tenga límites. Por eso nosotros nos hemos desarrollado dentro de esta existencia, dentro de un sinfín de límites. Los límites de mi materialidad (mi cuerpo), los límites sociales (en mi relación con el entorno), los límites del lenguaje (y la posibilidad que siempre se escape el sentido último), los límites para ascender hacia el Ein Sof (para no destruirnos). Todo opera sobre la base de los límites de la estructura, y nosotros como estructura subjetiva debemos aprender dentro de nuestra existencia cómo funcionan estos límites, porque si logramos aprender cómo operan estas limitaciones, entonces sabremos las formas de las transgresiones que son producto de una negativa relación con los elementos que limitan nuestra existencia.
En Guevurá adquiero la conciencia de los límites. Ni puedo dar en exceso, ni puedo recibir en exceso, ni puedo no dar por defecto, ni puedo no recibir. Aquí aprendo los mecanismos de ajuste y corrección (Madirolas, 2005). Las fuerzas que operan en Guevurá son muchas veces destructivas porque imponen un mal para restablecer el equilibrio que se ha perdido. Quien no logra equilibrarse a sí mismo, entonces el mal aparece para reequilibrarlo. Si todas las formas tienen límites (y nuestra subjetividad es una forma mental), debemos reconocer cuáles son y dónde se encuentran. Esta dimensión se denomina como «Din» (el Juicio). El límite se impone aunque uno no quiera. El deseo debe ser canalizado a través del sistema predeterminado por los límites. La Guevurá (la Fortaleza) aparece cuando operamos las energías que establecen los límites al Dar misericordioso, porque las energías dadoras del Jesed deben ser siempre canalizadas por las limitaciones. Ser conscientes de los límites no debe hacernos creer que no existe nada más allá de ellos. Sin embargo, la conciencia de los límites no es lineal; en el misticismo judío sabemos que cada dimensión posee sus propios límites de energía. Cada dimensión tiene su propia magnitud energética. Entonces, no podemos operar con los mismos límites en todas las energías, y la sabiduría oculta se encuentra detrás de la energía de quien es verdaderamente «fuerte», porque debemos situar los límites de acuerdo con el tipo de energía con la que estamos operando. Guevurá representa la manifestación de la Torá exterior, que divide lo puro y lo impuro, mientras en Jesed todo el Dar es puro porque existen límites más extensos. En la «Fortaleza» también encontramos el «Poder». Si no tuviéramos un cierto poder, no podríamos marcar las fronteras. Si Biná representa los límites de las formas mentales, Guevurá representa los límites emocionales. Conozco como ponerles límites a los demás y como autolimitarme. Si puedo limitar a los demás, siempre lo tengo que hacer con misericordia. La Fortaleza y la Misericordia no son excluyentes, sino complementarias. Justamente, cuando soy extremadamente misericordioso, sin límites, entonces me autodestruyo. La Fortaleza del «Rigor» que me otorga la Guevurá es la que hace que pueda canalizar adecuadamente la Misericordia, no existe un equilibrio real de la misericordia sin los límites. Si soy más misericordioso con los demás que conmigo, entonces no le he puesto límites a los demás, y si soy más misericordioso conmigo que con los demás, no he autoimpuesto límites a mi subjetividad. Así que la verdadera fortaleza paradójicamente aumenta la misericordia, y la falsa regulación desequilibrada de no saber poner los límites termina por afectar a los equilibrios necesarios del Jesed. La buena exteriorización del Jesed proviene del nivel de límites que puedo lograr en Guevurá. Porque el verdadero «Poder» no es el ejercicio autoritario de la energía de Guevurá, sino la posibilidad de limitar hasta el propio poder personal para canalizarlo de la forma más adecuada. Porque hasta los límites se deben limitar, ya que podemos idolatrar a los mismos límites transformando la canalización de la energía misericordiosa en una represión de la misericordia y una idolatría de la fuerza de imposición de los límites. Aceptar mi finitud estructural es aceptar los límites de mi propia subjetividad. Uno puede llegar (con su esfuerzo personal) hasta donde los límites le advierten no transgredir. Limitar una energía específica en una dimensión determinada no implica que la energía excesiva no sea utilizada, sino que puede ser utilizada en las dimensiones que requieren de mayor nivel energético. ¿Por qué motivo vamos a utilizar las energías mayores para las dimensiones inferiores? Las energías de mayor magnitud deben ser utilizadas en las dimensiones superiores, e ir analizando cada energía que vamos a utilizar de acuerdo con cada magnitud dimensional.
Cada vez que uno estudia las limitaciones estructurales puede intentar comprender en los niveles dimensionales superiores nuevas formas más expansivas, y al comprender estas formas más amplias entonces podemos operar sobre otro tipo de limitaciones. Muchas veces, las limitaciones que percibimos no tienen relación con las formas limitadas existentes en la realidad objetiva, sino con las limitaciones subjetivas de nuestra percepción subjetiva. Debemos liberarnos de las limitaciones subjetivas para comprender las limitaciones objetivas. Por lo tanto, el sujeto de acuerdo con sus limitaciones (su ignorancia, falta de Daat) puede percibir límites que no son objetivos, sino producto de su propia percepción. En definitiva, cada vez que ascendemos hacia Keter, debemos saber que aunque existen límites objetivos (porque nos encontramos dentro del vacío limitado), muchas veces no avanzamos dentro del Daat (el Conocimiento) por nuestras limitaciones subjetivas anticipadas. Por lo tanto, no es lo mismo operar sobre los límites dimensionales objetivos que auto-imponerse limitaciones subjetivas anticipadas, que reprimen las energías expansivas y que son las que nos deben llevar a los límites objetivos naturales de una dimensión determinada.
7. Tiferet (la Belleza)
Esta es la dimensión de la interioridad. Nosotros la denominamos como «el Yo interior», frente a la dimensión de Yesod, a la que denominamos como el «Yo exterior». Por ese motivo, la «Tiferet» representa la energía de la interiorización o de la introspección personal. Najmán de Bratslav dice que la «verdad de uno muere con uno». Este espacio privado es el ser interior incomunicable. Otras definiciones posibles sobre la Tiferet: cuando decimos que logramos equilibrio en la coordinación de Jesed con Guevurá, entonces es cuando logramos alcanzar la «Tiferet». ¿Qué es la belleza interior? ¿Eres bello en tu interioridad? ¿Realmente alcanzas a disfrutar de ti mismo? Si respondes afirmativamente que disfrutas con tu interioridad, entonces decimos en el misticismo judío que has alcanzado la máxima virtud de la Tiferet, la paz interior. La palabra hebrea que define esta dimensión es Shalom (paz), palabra relacionada con Shalem (quien se siente completo). Aquel que se encuentra completo tiene paz interior. Si no hay paz interior, entonces no existe completitud. Por supuesto, no debemos confundir la insatisfacción constante para elevarnos hacia el Ein Sof con el sentimiento de paz interior, porque uno vive insatisfecho para ascender mientras disfruta de forma simultánea de quién es.
El núcleo de la felicidad «trascendente» de la interioridad se encuentra dentro de esta dimensión. Es el «ser feliz en su interior» y la relación de no-dependencia de la felicidad de los acontecimientos exteriores. La no-dependencia de los acontecimientos exteriores de ningún modo produce una «apatía» con relación a la exterioridad del Yo, sino que se logra controlar que el Yo no caiga en la idolatría de la exterioridad. Por supuesto, no podemos caer en la idolatría del propio Yo (la jactancia como transgresión de la Tiferet), porque sabemos que una de las peores idolatrías es la auto-idolatría. Esta sería la desviación del Yo. La felicidad del Yo interior consigo mismo no implica el narcisismo del Yo. La interiorización del Yo produce la aceptación de las zonas oscuras que se deben corregir de forma permanente, pero esas zonas oscuras aceptadas dejan de ser oscuras, y entonces se logra el comienzo de la capacidad de corrección personal. El Yo en la Tiferet no es el Yo perfecto, porque el Yo perfecto no existe, es un Yo en movimiento constante hacia el Ein Sof. Cada movimiento del Yo hacia el Ein Sof produce indudablemente dificultades en el proceso de construcción del Yo, siendo el Keter psicológico el Yo ideal o la proyección de todas las energías potenciales del Yo hacia el Ein Sof.
Me gustaría explicar los arquetipos con los que el misticismo judío trabaja las tres dimensiones de la tríada emocional. En Jesed, el arquetipo es Abraham, porque se dice que el primer