En cierto modo, el Árbol de la Vida no es una estructura compleja sino que es una estructura simple de análisis; lo complejo es que la estructura funciona en diferentes niveles de la realidad, de modo que debemos saber exactamente cuándo estamos trabajando las diferentes dimensiones del Árbol de la Vida para no cometer el error de mezclar los niveles donde estemos operando. Si en algún momento del análisis nos confundimos de nivel operativo, entonces estaremos aplicando conceptos que no podrán ser comprendidos ni aplicados dentro de dicho nivel. En este caso, no estamos haciendo referencia a un problema del lenguaje (Hod), sino que estamos diciendo que las energías espacio-temporales como son de diferentes magnitudes producen un sistema operativo diferente en cada nivel. Por lo tanto, no es un problema lingüístico sino un problema real, lo que puede producir como resultado una confusión derivada de aplicar un tipo de energías que no se corresponden en ese nivel dimensional. De este modo, al situar correctamente el problema en su dimensión correspondiente logramos visualizar mejor la situación analizada, y operamos con las energías que requieren dicho nivel.
Entonces, ¿cómo podemos saber cuándo estamos trabajando en cada nivel? En primer lugar, debemos saber que la manifestación original del Ein Sof fue la que provocó la existencia de los cinco universos fundamentales dentro del vacío. Lo que podríamos denominar como «el Árbol de la Vida original». ¿Dónde existía este Árbol de la Vida original? En el plan general que el Ein Sof poseía dentro de sí mismo.42 Esto lo expliqué en mi segunda tesis doctoral en Antropología.43 Entonces dibujamos el símbolo del Árbol de la Vida donde se pueden encontrar los universos que reflejan el orden cosmogónico general.
Por lo tanto, toda la existencia, desde los niveles más altos de la manifestación hasta los niveles más bajos, se compone de estas diez dimensiones del Árbol de la Vida original (al plan general de la divinidad en este nivel se le denomina como Adam Kadmón). A medida que estas energías dimensionales van descendiendo a las realidades más densas de la materialidad, entonces ingresan en el mundo de la fragmentación a partir del Universo de la Briá, y es allí donde se provocan las diferencias. Sin embargo, aunque las «diferencias subjetivas»44 (dentro de los sujetos) y las diferencias en la totalidad de la creación son diferencias producto del mundo de la fragmentación (universo de Bet), en realidad, se mantiene la sustancia original del mundo de la unidad (universo de Alef), y, por ese motivo, toda la realidad está diseñada según el modelo del Árbol de la Vida.
11. El Tetragrama como símbolo de la concatenación de los universos
«La meta no es ponerse ante ninguna forma finita aunque sea del máximo orden».
ABRAHAM ABULAFIA
Ahora bien, como la manifestación general de la realidad cosmológica se fundamenta en el sagrado nombre divino (el Tetragrama) Iod Hei Vav Hei, entonces, cada una de las dimensiones representa un grado o un nivel distinto de la misma manifestación sustancial, simplemente lo que cambia es el nivel en el que se encuentra dicha manifestación. En sustancia, cada dimensión es igual que la otra, simplemente las diferencias dimensionales pueden ser visualizadas de acuerdo con la magnitud (o límites) que tiene dicha dimensión. Por supuesto, Keter, siendo la dimensión más alta, desde nuestra finitud es la que posee la máxima magnitud, y Maljut, la última dimensión, la magnitud menor, pero siempre debemos tener presente que todas las dimensiones poseen la misma sustancia. Este es un punto clave porque si creemos erróneamente que las dimensiones tienen distintas sustancias, podemos idolatrar una dimensión en particular y, por lo tanto, percibirla más importante que las demás. Las dimensiones del Árbol de la Vida, tanto las más altas como las bajas, son igual de importantes para comprender la realidad general y la realidad de la estructuración del Yo en particular. Reitero que si cometemos el error de subordinar una dimensión a otra por el grado de importancia, no comprendemos que la sustancia divina de todas ellas es la misma. Nosotros captamos las dimensiones como diez dentro del mundo de la fragmentación, pero estas diez si las percibimos dentro del mundo de la unidad constituyen una sola energía raigal.
Entonces, el Árbol de la Vida original es el que corresponde al orden cosmogónico y es donde podemos situar los cinco universos (Adam Kadmón/Keter cosmogónico, Atzilut/Jojmá cosmogónica, Briá/Biná cosmogónica, Yetzirá/las seis dimensiones inferiores cosmogónicas menos la dimensión de la Maljut y, finalmente, el universo más denso de la materia Asiá/Maljut cosmogónica). El mundo superior se encuentra en los primeros tres universos, en la Briá (la Creación), donde nace el espacio y el tiempo, en el de Atzilut (la Emanación), donde nacen las Sefirot como las raíces arquetipales y energéticas de toda la realidad diferenciada, y en el Adam Kadmón (El hombre primordial), que representa el punto central que apareció dentro del Ein Sof donde se encuentra toda la información eterna. El mundo inferior se sitúa en los dos universos inferiores: Yetzirá (la Formación) y el universo de Asiá (Acción). Nuestro Árbol de la Vida psicológico se encuentra dentro del Universo de la Formación o Yetzirá, por lo cual, cuando hacemos referencia a nuestra Biná psicológica, siempre nos encontramos dentro del Universo de Yetzirá y, por lo tanto, dentro del mundo inferior cosmogónico. Una de las diferencias fundamentales es que a nosotros, al existir dentro del mundo inferior, nos es más difícil comprender el mundo superior dado que allí las energías tienen un nivel de energía tan elevado que nuestra mente no logra registrar estas magnitudes.
Debemos acostumbrar a nuestra «psique» a operar cada vez más alto en la comprensión de los grados energéticos más elevados; estas estrategias conforman dentro de la cábala los sistemas de unificación constantes. Al reducir toda la realidad a las diez grandes dimensiones básicas que operan dentro de todo el universo manifestado, los grandes místicos del judaísmo comprendieron la realidad en una forma más amplia, y, por lo tanto, al integrar dicha realidad cosmogónica dentro de la psique, hizo que inevitablemente nuestra psique se pudiese adaptar a una realidad de orden superior. Cuando la psique alcanza a comprender la realidad de orden superior, en cierto sentido se encuentra dentro de dicho nivel en términos de abstracción. Al alcanzar la mente niveles más elevados de comprensión fuera de su propias proyecciones interiores, se ajusta dentro de la realidad existencial, de modo que alcanza una comprensión de sí misma completamente diferente si realiza un reduccionismo a la estructura propia de la psique.
La relación 1/10 es la que marca la representación inicial con la cual trabaja la cábala para comprender cómo funcionan los dos mundos. La letra que representa al 1 es la Alef y al 10 es la Iod.
La letra Iod representa la parte superior de la letra Alef, como letra (la Iod) constituye una sola unidad y representa una sola energía unificada. Por ese motivo podemos decir que en el nivel del Adam Kadmón (del plan general de la creación) todo era una unidad de luz fundida (el Or Ein Sof). Nosotros, cuyas estructuras espirituales (las almas) nacemos dentro del Universo de Briá, no podemos captar la realidad en su unidad y, por ese motivo, nosotros captamos la energía de la Iod de forma múltiple, y por esta razón visualizamos las diez Sefirot (Dimensiones). Es más, Abraham Abulafia dice que existe lo que se conoce como el misterio del número 111, porque nosotros en el Keter Cosmogónico del Adam Kadmón operamos con el 1 de la Alef, en la Jojmá cosmogónica de la Iod operamos con el 10 (Atzilut) y en la Biná cosmogónica con la Kuf donde operamos con el 100 (Briá). Nosotros, que somos fragmentos del Ein Sof (y como almas, Neshamot), operamos visualizando la realidad en el orden fragmentario del 100, lo cual obedece a que no solo ya visualizamos las Sefirot, sino las sub-Sefirot, es decir, las 10 subdimensiones que se encuentran dentro de cada una de las 10 Sefirot. El Misterio del 111 de Abraham Abulafia hace referencia a la capacidad de la mente de unificar desde 100 a 10 y desde 10 al 1, donde el 1 se mantiene en todos los niveles a pesar de la fragmentación. Imaginemos que si ya comprendemos la realidad fragmentada, a partir del nacimiento de nuestra alma en el nivel de 100, lo que sucede dentro del Universo de Yetzirá donde operamos por debajo del nivel de fragmentación 100, algunos autores dicen que ya operamos sobre el nivel de fragmentación 1000. Cada nivel de fragmentación provoca mayor confusión con el fin de lograr las unificaciones necesarias que nos permitan elevarnos hacia el mundo superior.
Entonces podemos decir que la letra