La Jojmá es la dimensión donde «unificamos» constantemente la realidad y nuestra conciencia. En la «Sabiduría» podemos percibir las dos caras y los millones de caras de toda la realidad. Todo el trabajo existencial es destruir las contradicciones, pero no destruirlas a partir del enfrentamiento, sino a partir de la fusión esencial. En «Jojmá», el mal ha sido derrotado en la percepción porque sabemos que el «Bien y el mal», como decían los antiguos mekubalim, tienen un origen común. Si todo el «Mal» que recibimos lo podemos transformar en Bien y si podemos captar el Mal oculto detrás de todo Bien, entonces hemos ingresado en la Jojmá. No existe ni Bien ni Mal, sino una raíz común. «El Mal es el bien situado de forma incorrecta», decía Yosef de Gikatilla (alumno de Abraham Abulafia).
El arquetipo que se corresponde a la Jojmá es el del Padre (Adam). El Padre que tiene la energía de fecundar, pero que si no encuentra el sitio adecuado (la Madre-Biná), entonces puede perder energías que no se materializan. El problema del aprendiz de Sabio en Jojmá es que puede perder la organización conceptual, y llegar así a la locura sino es consciente de su ser finito, y debe siempre regresar a su finitud estructural. Quien no se autolimita en la expansión de la Sabiduría se puede autodestruir. La autodestrucción en la Jojmá se puede producir (como los dos hijos de Aarón) por la excesiva Luz divina. ¿Es necesario captar toda la Luz divina? Es un residuo de orgullo imaginar que podemos captar más energía de la que estamos capacitados. ¿Por qué motivo el aprendiz de Sabio se puede volver «Loco»? Porque el «Loco» pretende captar la realidad superior anticipadamente sin entrenamiento. Por lo tanto, el aprendiz de Sabio conoce sus límites y, a partir de este conocimiento de su finitud, trabaja para seguir adelante. El aprendiz de Sabio (el Talmid jajam) conoce la naturaleza de la luz divina, y así como es posible ser destruido por la «Oscuridad», así también la luz infinita puede destruirnos. Ahora bien, no es responsabilidad de la Luz infinita nuestra destrucción, sino la incapacidad de reconocer nuestros propios límites.
Cuando el «aprendiz de Sabio» reconoce sus limitaciones, automáticamente está reconociendo el carácter absoluto del Ein Sof, o, dicho en términos inversos, cuando reconocemos la supremacía del Ein Sof, entonces se adquiere la categoría de aprendiz de Sabio; y nuevamente se produce la paradoja de esta dimensión: cuando un aprendiz de Sabio se cree Sabio no es ni aprendiz de Sabio, y cuando un aprendiz de Sabio no se cree ni aprendiz de Sabio, entonces logra llegar a la Sabiduría. Por lo que cada vez que un sujeto cree que ha llegado a experimentar dicha dimensión, entonces no ha experimentado nada. Por ese motivo, el verdadero aprendiz de Sabio trabaja más para ocultar que para revelar. Ya que cada vez que revela avanza hacia una luz de la que debe ser consciente de que la podrá soportar. Y es justamente por el nivel de lo que oculta por lo que se le revela.
Quiera Dios que todos los que avanzan en el conocimiento no se pierdan en el camino hacia el Ein Sof. Para no perdernos en el camino del Padre (Jojmá) debemos siempre llamar a la Madre (Biná).
3. La Biná (el Entendimiento)
Decimos que la Biná es la madre de las formas. El «Útero» simboliza la primera forma de contención de la energía que va a trascender en otros seres humanos. Pero el «Útero es la Tumba», ya que todo lo que nace con formas va modificando sus formas dentro de la realidad de la existencia. Se dice dentro del misticismo judío que la «forma es la fuerza organizada». Es decir, que la forma establece los límites de las energías que provienen de la Jojmá. La Biná (como la Madre arquetípica) organiza conceptualmente toda la realidad. Es allí donde se dan las formas que contienen la información. La Biná crea «sistemas cerrados» de pensamiento, para poder captar algo de la realidad compleja. La complejidad de la realidad se encuentra en la Jojmá, donde se establece una relación directa con la realidad, pero la «Mente» (a través de la Biná) es la conciencia mediadora entre mi Yo y la existencia. La Biná es la dimensión que escinde la realidad, es la que establece las diferencias y, dentro de sus formas, absolutiza los límites. Es la primera dimensión de los límites mentales que organizan toda la realidad. Entonces, grandes fragmentos de la realidad se pueden incorporar a la mente humana a través de las formas, pero en lo oculto (en la Jojmá) sabemos que todas las formas están intrínsecamente enlazadas, y que este entrelazamiento carece de toda forma (en la Jojmá). Sin embargo, cada palabra, cada objeto, cada sujeto es percibido bajo la idea del límite. Cada fragmento de la realidad se encuentra definido a partir de sus propios límites. El límite entonces crea una nueva paradoja: comprendemos la realidad a partir de las formas que esencialmente poseen límites, pero terminamos de no comprender la realidad en su conjunto porque seccionamos la realidad a partir de dichos límites. Los límites, pues, me aseguran la existencia de las «formas», pero las «formas» pueden crear una realidad espacio-temporal imaginaria cuando nos encerramos dentro de sus fronteras. Como dice Wilber: «cada frontera es una línea de batalla». Los límites de las formas nos otorgan seguridad conceptual (y podríamos decir que los límites de los símbolos nos otorgan también la misma seguridad). Lo que buscamos en el arquetipo de la Madre (la Biná) es la seguridad, intentamos todas las explicaciones posibles que nos otorgan seguridad. Por esta razón, las formas con sus limitaciones son tan importantes para desarrollar nuestra capacidad cognitiva. Sin embargo, a medida que vamos construyendo más formas y, por ende, más límites, construimos zonas de seguridad que se pueden transformar en dogmas sin lograr la percepción de la interconexión que nos otorga la Sabiduría. Mientras que la Sabiduría (Jojmá) nos libera de las limitaciones de las formas, el Entendimiento (Biná) nos introduce en el mundo de las formas para poder captar la realidad desde nuestra finitud. Siendo además nosotros mismos (sujetos) una forma objetiva dentro de esta realidad material. Las formas son realidades en la dimensión de la Biná, pero no existen en la dimensión de la Jojmá. Por ese motivo, la Biná, siendo la Madre de todas las formas, es el origen de las siete dimensiones inferiores (y las 49 puertas de la Biná). Como dice el sabio cabalista Eduardo Madirolas, la Biná «es el aspecto receptivo y femenino del intelecto divino». Aunque podemos agregar que toda dimensión tiene un aspecto femenino porque Jojmá, siendo masculina con relación a la Biná, es femenina respecto a Keter, y Keter es femenina respecto al Ein Sof o, en el caso del Keter psicológico, con relación a los universos superiores. De todos modos, estamos completamente de acuerdo con Madirolas (2005) en que Biná es la primera fuerza de contracción básica de la realidad, y que puede ser considerada la dimensión donde operan las energías de la limitación femenina. El psicólogo trabaja profundamente la Biná porque debe conceptualizar de forma constante, pero cuidado si se dogmatiza dentro de un sistema conceptual de «verdades supuestamente absolutas» (dogmatismo) porque de ese modo estaría operando dentro de la Biná en su aspecto negativo.
Entonces comenzamos a idolatrar las zonas de seguridad conceptuales que hemos creado a partir de la rigidez de las formas. El «Útero» contiene, pero a su vez debe ser flexible. La energía expansiva de la Jojmá debe flexibilizar las formas de la Biná, para que la Biná (el Entendimiento) pueda captar niveles más elevados de comprensión. Los límites no deben construirse, pues, para cerrarnos a la realidad general, sino que deben crear espacios de control que nos permitan, llegado el momento, destruir dichos límites como obsoletos para alcanzar mayores grados de conciencia. Las «formas» deben poseer una energía interna de mantenimiento de dichas formas; sin embargo, si las energías de sostén de la forma se van modificando, también cambian las formas. Todas las formas dependen absolutamente de los límites, y los límites dependen de nuestras percepciones internas de seguridad.
No son entonces los límites conceptuales objetivos, sino que son el resultado de nuestras percepciones de seguridad materna las que operan en este arquetipo. La Biná separa y diferencia con el fin de organizar la realidad a nivel mental; este es el objetivo de esta dimensión. Aquí podemos trabajar en el mundo de la letra hebrea Bet (la dualidad, el dos), y es aquí donde existe la Luz y la Oscuridad. En la Jojmá conocemos el origen común, y es en la Biná donde la paradoja y las contradicciones aparecen como irresolubles. En la Biná existen las aporías, mientras que en la Jojmá se trabaja sobre la constante unificación intrínseca de la realidad. En la Biná todo se divide, todo se clasifica, en la Biná existen las culturas, los pueblos, los objetos diferentes, los colores diferentes, los sujetos diferentes, las religiones,