Un asunto más. Alberto Giménez Prieto. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alberto Giménez Prieto
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225624
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algo fuera de lugar, así que volvió a mirarla, no sabía en qué consistía, pero algo había llamado su atención. Repasó concienzudamente las naves, sus ventanas, sus puertas una por una, todas estaban cerradas, como lo habían estado durante todo el tiempo que llevaba allí, observó con la misma atención el edificio principal, no había variaciones tampoco o no era capaz de percibirlas. En la constelación de pequeñas edificaciones auxiliares tampoco había habido variación. Debió ser un espejismo provocado por la estresante vigilia. Iba a abandonar su observatorio cuando se abrió la puerta que daba acceso al sótano de la casa. Por ella salió aquel pequeño hombre, casi enano, que cuidaba de la casa. Portaba una caja sobre la cabeza, al parecer pesada, y se desplazaba con precaución. Se dirigió a una de las naves, ante cuya puerta trató de mantener el precario equilibrio de la caja ayudándose de la mano izquierda, mientras con la derecha trataba de abrir la puerta esgrimiendo una llave. La caja se desequilibró y en su caída se descuajaringó esparciendo su contenido por el suelo: se trataba de latas de conserva, de las denominadas de pandereta.

      Teresa reaccionó con rapidez y disparó unas cuantas fotografías, se desprendió de la cámara y cogió los prismáticos que había sobre la misma mesa, junto a un cenicero que aún apestaba a las colillas de Leonor y un vaso que contuvo el café con leche que se acababa de tomar. Pudo observar las latas que recogió el hombrecito, por el grabado supo que eran conservas de pescado, sardinas diría ella. El porteador las recogió sin dejar de mirar con recelo hacia todos los lados. Cuando las tuvo agrupadas las introdujo en la nave, salió y entornó la puerta, volvió a mirar a su alrededor, especialmente hacia la finca en la que se encontraba Teresa. Esta no temía ser descubierta, sabía que los cristales son tipo espejo, fue ese tipo de vidrio, curioso capricho en aquellas latitudes, lo que les decidió a dedicar esa habitación a la vigilancia, a pesar de ser la más grande y confortable del piso y donde se hallaba la cama más grande y cómoda, pero la reserva que proporcionaban aquellos cristales logró que destinaran para su descanso la habitación contigua, mucho más pequeña y que albergaba un camastro de ochenta centímetros, aunque con una ventana provista de cristales normales.

      Que hubiera dejado entreabierta la puerta le hacía pensar que volvería, se sentó en una banqueta, de indudable procedencia hostelera, que le permitía una visión completa de lo que ocurría tres pisos más abajo, a pesar de estar sentada. El hombre, al que Leonor bautizó como Pulgarcito por su tamaño, de escasos ciento cincuenta centímetros, entró de nuevo al semisótano de la vivienda, al poco salió y se dirigió a una de las construcciones auxiliares, de la que sacó un viejo triciclo que condujo hasta el sótano, al poco salió del mismo portando un blíster con seis botellas de litro y medio de agua en cada mano y las depositó en la plataforma del triciclo. Repitió la operación tres veces, cerró con llave, trasladó el pintoresco vehículo hasta la misma nave de las latas y descargó. Caracteriza su deambular la recelosa observación que hace de todo lo que le rodea, especialmente de la finca en que se encuentra Teresa, única desde la que se puede divisar el interior de la finca en que se mueve Pulgarcito. Aprovechó el mismo medio de desplazamiento para llevar a la nave un fardo de mantas cuarteleras perfectamente plegadas. Salió y cerró la puerta y volvió a la vivienda.

      Teresa, aunque creía que no volvería a salir, se quedó vigilando. Pensaba que, al fin, lo habían logrado. Sin duda estaba preparando la llegada de los inmigrantes.

      El éxito que creía haber logrado tuvo consecuencias. La primera, una suerte de hiperactividad que la impulsó a mover cuantas cosas tenía a su alcance, cambiándolas de posición para, a continuación, devolverlas a la anterior; pensó que debía despertar a Leonor y contarle lo sucedido. Cuando estaba a punto de hacerlo desechó la idea: era mejor que descansara, sin duda la próxima noche sería agitada y haría falta que estuviera descansada, por lo que se dedicó a dar nerviosos paseos por la habitación y proseguir con el cambio de ubicación de los objetos que encontró a su paso. La otra consecuencia era común para éxitos y fracasos. tTenía hambre… mucha hambre, por lo que, en contra de la promesa que se había hecho a sí misma, empezó a dar cuenta de unos pastelillos industriales que se había reservado para cuando finalizara su turno de guardia.

      Comprobó las fotos que había sacado, sustituyó la tarjeta de memoria de la cámara y cargó las imágenes en el ordenador que descansaba sobre la cama de matrimonio, reconvertida en mesa de trabajo por medio de un tablero de grandes dimensiones que antes estaba bajo el colchón. Allí se encontraban depositados muchos de los instrumentos de que se servían, como teléfonos, ordenador, planos y libretas de notas, aunque echaba en falta la gran cantidad de chucherías que había el día anterior y que ayudaron a Teresa a pasar la vigilia. Otra de las razones por la que habían convertido la cama en mesa de trabajo, era para evitar la tentación de aprovecharla para su función primigenia durante las velas nocturnas, tentación nada desdeñable, cuando eran tantas las horas que consagraban a velar.

      Miró de nuevo a la ventana, se escuchaba una voz, lo que le forzó a mirar la calle que daba acceso al piso. Otra vez su instinto obtuvo recompensa, Pulgarcito salía del horno que había en la esquina cargado con un gran saco, que en su tiempo contuvo harina y que ahora mostraba por su parte superior extremos de barras de pan. A Teresa le apeteció comer pan en ese momento. Pulgarcito se dirigía hacia la entrada principal de su casa.

      Capítulo IV

      Pablo, durante los años que había trabajado como secretario de Basilio había alcanzado una maestría incuestionable en las investigaciones económicas de clientes y contrarios, mantenía un trato sumamente fluido con todos los registros: personalmente, por medio del teléfono o a través de las redes informáticas. Cuando cedió sus dominios a Beatriz, la puso al corriente de los vericuetos por donde se accedía al filón informativo, pero se reservó algunos trucos que le permitían la supervisión de las investigaciones de su sustituta. Pablo, igual que Basilio, era reacio a delegar funciones, esa era la razón por la que en el despacho se mantenía con solo dos letrados, solo había admitido como compañero y socio a Pablo después de tratarlo quince años. Pablo, siguiendo el ejemplo de su mentor, tampoco era dado a confiar sus tareas a otros, de esta regla se exceptuaban ambos entre sí y con el tiempo acabaron confiando en Beatriz, confianza que no defraudó en ningún momento.

      Basilio había encomendado a Beatriz que indagara sobre las economías comunes e individuales de Borja y Fátima. Beatriz lo hizo y cuando trató de resumir los datos, se encontró con una maraña de sociedades que, como en una orgía financiera, participaban unas en otras que, a su vez, eran participadas por las primeras, en ellas se repetían casi siempre tres nombres, uno de ellos era Borja Coronado Franco, el marido de Fátima, y junto a él constaban un tal Pedro Unzú Rodríguez y Ahmed Mulet Bachir. El nombre de Fátima apenas se mezclaba con ellos en alguna de las sociedades registradas en España. Al contrario de lo que sucedía en las que estaban erradicadas en el extranjero, en la Republica Dominicana, Fátima participaba en algunas sociedades, bien con Borja, alguno de sus dos socios o con los tres. A nombre exclusivo de Fátima constaban en el Registro tres sociedades limitadas unipersonales, la primera dedicada a la fabricación, distribución y comercio de prendas de vestir femeninas y complementos que contaba con una nave para el diseño y confección en un pueblo de los alrededores de Valencia y con once tiendas repartidas por todo el solar patrio, la empresa se denominaba al igual que su administradora, Fátima Bailen, S.L. Constaba también su nombre como administradora única de las otras dos sociedades limitadas, una de ellas dedicada a la exportación de la producción de confección y complementos de Fátima Bailen, S.L. y otra dedicada a la explotación de los inmuebles propiedad de Fátima.

      En relación a bienes inmuebles, no había ninguno cuya titularidad compartiesen Borja y Fátima. Aparecieron solo dos propiedades a nombre de Borja: una finca urbana de respetables dimensiones en Huarte, muy cerca de Pamplona, y un vetusto caserón en Eugi, dentro del valle de Esteribar. Algunas de las sociedades en que constaba Borja como socio único, eran titulares de numerosos inmuebles, la mayoría de ellos de reciente construcción.

      A pesar de ello, Fátima contaba con más propiedades que su marido, las cuales se podían dividir en dos grupos. El primero, en el que Beatriz incluyó los procedentes de herencias por las que Fátima había adquirido la casa en que vivía, que consistía en un caserón, situado a las afueras de Bétera y que se encontraba rodeado por más de cuarenta