Un asunto más. Alberto Giménez Prieto. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alberto Giménez Prieto
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225624
Скачать книгу
de comprar la parte de los otros ni existía posibilidad de dividirla y, por el estado de conservación de la vivienda, tampoco permitía encontrar quien la quisiera. Por lo que, existiendo una inmobiliaria interesada en derribarla para, en su lugar, construir un edificio de oficinas, aunque desaparecería la casa, al menos ella y sus hermanos obtendrían una compensación económica, de la que carecerían si acababa en subasta, única salida si persistían en la intransigencia de hacer la partición. Por fin, la clienta recapacitó y encargó a Basilio la tramitación de la partición consensuada de la herencia, pues ella no quería ni ver a sus hermanos.

      Cuando se fue aquella visita, que a Beatriz le había resultado imposible aplazar, Basilio y Pablo salieron del despacho dispuestos a dar un paseo para comentar los casos que les preocupaban, como solían hacer habitualmente. Les gustaba comentar sus preocupaciones laborales fuera del despacho, allí no discutían estrategias ni tecnicismos, aunque tampoco les gustaba hacerlo ante una copa, eso era para celebrar los triunfos o lamentar los fracasos. Les gustaba hacerlo en unas caminatas, que solían ser largas, por el paseo marítimo y que solían concluir en alguno de los antros del barrio donde vivía Pablo o, alternativamente, en el bar que había en los bajos del actual domicilio de Basilio, aunque en este último lugar solo cuando Pablo lo acercaba a su casa.

      Pablo y Basilio tenían aproximadamente la misma edad, acababan de entrar en la cincuentena, pero, en contra de lo que muchos pensaban, no habían estudiado juntos. Pablo hizo su debut en el mundo jurídico siendo el secretario de Basilio y, este, al comprobar que Pablo disponía de dotes para la abogacía le instó, insistió y presionó para que cursase derecho. Pablo se decidió y en cinco años concluyó la carrera en la UNED, y sin dejar de trabajar para Basilio. Cuando concluyó la carrera, consciente de que Basilio no sabía delegar y nunca había admitido a otro abogado en su despacho, habló con él para despedirse y salir a buscar un despacho en el que ejercer su carrera y, en caso de no hallarlo, abrir su propio bufete.

      —Aquí tienes un despacho donde ejercer —le respondió Basilio al tiempo que se reía de su asombro— y del que además puedes ser socio en muy poco tiempo.

      —Creo que este es un despacho de un solo abogado y ese eres tú, Basilio.

      —Parece mentira que con el tiempo que llevas aquí no te hayas dado cuenta de que este despacho está abierto a que entren cuantos abogados quieran, siempre que den la talla.

      A Basilio le costó convencer a Pablo de la necesidad de su colaboración en el despacho. Al día siguiente, Beatriz acudió por primera vez a trabajar, había sido contratada por Basilio unos días antes para sustituir a Pablo al que le encargó la puesta al día de ella. Cuando lo consiguiera, él podría empezar como abogado. Pablo aceptó imponiendo una condición: solo llevaría los asuntos que él mismo aceptara. Basilio estuvo de acuerdo.

      Aquella noche el espíritu de la madre de Basilio parecía acompañarlos y concluyeron pronto el paseo sin tomar ninguna copa.

      Basilio llegó pronto a su domicilio. Tenía presente a su madre aquel día, pero no fue eso lo que echó a perder su caminata con Pablo, sino que las evocaciones a su antecesora eran constantemente interrumpidas por el recuerdo de Fátima, que se estaba filtrando en sus pensamientos de forma obsesiva.

      Desde el divorcio, su domicilio pasó a ser la residencia veraniega de la familia, para después convertirse en un apartamento que arrendaba por temporadas, gracias a su ubicación en primera línea de costa. Era bastante amplio y con todas las comodidades. En él los canales remplazaban a las calles.

      Cuando llegó Álvaro, el propietario del restaurante en el que Basilio solía cenar, se aproximó para mostrarle sus condolencias, ya que había podido enterarse por la asistenta de Basilio. Fue sucinto, rápido y concluyó con una sincera puesta a disposición.

      Apenas entró en el apartamento recibió una llamada de Esperanza, había perdido la cuenta de las que llevaba ese día. Volvía a interesarse sobre si le podía ayudar en algo, sobre si se encontraba bien, sobre si quería que fuera a hacerle compañía, sobre si… continuó ofertándole todos los modos que se le ocurrían de volver a entrar en su vida, todas las posibilidades fueron sistemáticamente rechazadas por Basilio, que acabó despidiéndose enojado.

      —Verdaderamente haces honor a tu nombre, no pierdes la esperanza en ningún momento.

      Esperanza no había cejado, desde que obtuvieron el divorcio, de tratar de aproximarse de nuevo a Basilio, a pesar de que el divorcio se tramitó a instancias de ella. No es que fuera así de voluble, sino que había pensado que la amenaza de divorcio convertiría a Basilio en un ser más sumiso, más volcado en ella, más atento a las necesidades de su esposa, como se había encargado de «informarle» su amiga Asunción, divorciada «de toda la vida», que fue quien le recomendó como único camino para conseguir centrar la atención de Basilio en ella, que le pidiera el divorcio. Se habían equivocado ambas, Basilio, que desde un tiempo atrás lo que sentía por su esposa no era más que la inercia de lo que fue, sus relaciones sexuales eran de puro trámite, de un aburrido tramite, y cuando ella le propuso el divorcio él le preguntó varias veces, como hacía con sus clientes, si se lo había pensado suficientemente, y, ante la obstinada confirmación de ella, aceptó encantado la propuesta de Esperanza, aunque ella le pidió que fuera él mismo quien lo tramitara. Basilio le encargo a Pablo que redactara un convenio regulador en el que se incluyeron todas las peticiones, algunas abusivas que hizo Esperanza con la íntima convicción de que, ante tales escarnios, Basilio cediera y le pidiera perseverar en el matrimonio bajo la tutela de ella.

      Esperanza no quiso admitir que se había equivocado al pedir el divorcio, error que Basilio admitiría y posiblemente perdonaría, no porque siguiera enamorado de Esperanza, sino por la galbana que experimentaba ante tales cambios. De hecho, si él no había propuesto el divorcio era por la pereza que le daba hacerlo y tener que iniciar una nueva vida. La perseverancia de Esperanza en su estrategia les llevó al divorcio. Pero, a partir del momento en que Esperanza tuvo en sus manos la sentencia, con Basilio viviendo en el apartamento, fue como si hubiera dado el disparo de salida para recuperarlo de nuevo. En infinidad de ocasiones le preguntaba a Basilio si estaba seguro de lo que había hecho, tratando de imbuirle la misma inseguridad que la corroía a ella.

      Dos veces más le llamó Esperanza esa noche, pero no descolgó el aparato, no estaba de humor ni para reprenderle.

      Antes de irse a la cama, ante una copa, Basilio pensaba en la casa que heredó de su madre, elucubró sobre el destino que le daría. La casa la aportó al matrimonio su segundo marido, que la había precedido casi cinco años en ese último viaje.

      La imagen de Fátima volvía a flotar en sus pensamientos, aquellos ojos verdes que parecían más brillantes por las lágrimas que acumulaban parecían mirarlo desde una posición elevada.

      Trató de centrar sus pensamientos en aquella casa que ahora era suya. Como su padrastro no tenía familia, a su muerte, la casa y un importante patrimonio fueron a manos de su madre. Pensó que, tras una profunda reforma que la rehabilitara, convertiría la primera planta en su vivienda y trasladaría el despacho al bajo. Se encontraba mejor situada que su despacho actual. Solo le frenaba la idea de aunar en una misma ubicación despacho y vivienda, siempre había alguien que era incapaz de discernir entre los horarios y esferas de la profesión y la vida privada, pero el tamaño y la disposición de la casa permitían una separación estanca. Al día siguiente, con Patricia, pasaría por casa de la abuela y le expondría la idea de la reforma.

      Él sabía que ella estaría encantada, pues, al igual que a su padre, siempre le gustó aquel caserón del siglo XVIII. Eso y porque su hija estaba esperando que él dejara el apartamento de la playa para ocuparlo ella y dejar de vivir así con su madre, a la que quería mucho, pero que eran incapaces de vivir juntas sin encontrar un motivo de discusión cada cinco minutos. Las dos eran intransigentes y no se soportaban, más que cuando estaban alejadas.

      Su hija, concluida la carrera de químicas, estaba haciendo las prácticas en la empresa de un cliente suyo.

      Capítulo II

      Cuando Beatriz hizo pasar a Fátima al despacho de Basilio, una fugaz sombra atravesó la mirada de este, al advertir que había