Estados homogéneos y estados diversos. Arturo Seminario Dapello. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Seminario Dapello
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786124370489
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resulta irrelevante el recuento anterior. Para un físico, un químico, un matemático o un astrónomo, no es particularmente importante, en lo que a su ciencia se refiere, ser parte del ámbito judeo-cristiano, del ámbito musulmán o del ámbito oriental. Pero, para un economista, o un jurista, o un sociólogo, o un político, sí es significativo el hecho de pertenecer al ámbito judeo-cristiano, al ámbito musulmán o al ámbito oriental. Con ello no se está haciendo alusión a sus convicciones sobre la fe judía o la fe cristiana o la fe musulmana o las distintas expresiones de fe orientales. Se puede inclusive no creer en ellas. Pero no por ello se libra de estar influido por su ética. Simplemente porque la vida en sociedad impone que haya una ética. El pensamiento, en lo que concierne a las ciencias sociales, se desarrollará, entonces, teniendo como trasfondo o la ética judeo-cristiana, o la ética musulmana, o la ética oriental. Se podrán tener conocimientos que vengan de uno, otro, u otros ámbitos, aunque siempre pasarán por el tamiz de sus concepciones éticas más profundas.

      El inconveniente de las ciencias sociales, por oposición a las ciencias físicas, es que en cada caso los fenómenos sociales serán vistos desde prismas distintos. Un primer nivel son las diferencias de perspectivas que fluyen como consecuencia de las distintas ideologías. Un segundo nivel, que configura el núcleo duro, quizá inamovible, son las diferencias de perspectivas que surgen como consecuencia de las distintas concepciones éticas. Toda ciencia social ha tenido una trayectoria histórica. El conocimiento de esa trayectoria histórica es indispensable para entender bien una o cualquier ciencia social. Pero, sin duda, las posturas ideológicas pueden influir en la forma como se analiza la misma trayectoria histórica. Más aún, las partes más mensurables de las ciencias sociales no admiten siempre una sola respuesta, por cuanto también dependen de los supuestos que se han asumido para hacer los cálculos.

      Como es evidente, en las ciencias sociales para hacer algo mensurable casi siempre se toma como unidad de medida el dinero. Pero los supuestos para hacer los cálculos van a variar según las ideologías o convicciones que tiene cada analista. Ese primer nivel de diferencias en las perspectivas de análisis son las ideologías. Así, por ejemplo, en Economía se toma la historia de lo ocurrido en un lapso de tiempo. Pero las ideologías pueden incidir en la forma en que se narra el comportamiento de las instituciones durante ese lapso de tiempo. A esa historia se le añaden estadísticas. Igualmente, las convicciones pueden incidir en la forma en que han sido compiladas esas estadísticas, salvo que en vez de estadísticas haya propiamente registros contables. A esa historia con estadísticas se le analiza conforme a la teoría, que puede muchas veces variar según la postura ideológica del analista. Es decir, de todas las herramientas que tiene la teoría, el analista puede poner el acento en uno u otro aspecto según su sesgo ideológico.

      En Derecho, el sesgo ideológico se procura remediar estabilizando la legislación y estableciendo jurisprudencia de aplicación obligatoria. Pero aún así en el origen de esa legislación, y en el origen de esa jurisprudencia, estará la huella de las ideologías de quienes la generaron. Peor es aún el caso de países que tienen una legislación inestable y, en rigor, no tienen jurisprudencia. En esos casos, en situaciones similares o inclusive iguales se puede resolver en pro del fisco o en pro del contribuyente, en pro del empleador o en pro del empleado, en pro del comprador o en pro del vendedor, en pro del arrendador o en pro del arrendatario, en pro del acreedor o en pro del deudor, etc. Más aún, cuando el grado de desarrollo del país, o de parte del país, es incipiente, lo más probable es que no se aborde el fondo del asunto, sino que se resuelva en base a la forma, recurriendo a tecnicismos procedimentales. En esos supuestos ya no se puede hablar de sesgo ideológico, sino de conductas más bien erráticas. Así mismo, en Sociología se puede poner el acento en las elites o en el proletariado, como generadores de la cultura prevaleciente y de las tendencias de la historia. Y así sucesivamente. Es por eso que tratándose de ciencias sociales no se llega a configurar, pues, un experimento de laboratorio, donde los analistas de uno u otro lugar van a llegar más o menos a las mismas conclusiones.

      Por qué ocurre así. De inicio porque la gente tiende a ver los hechos como quisiesen que efectivamente fuesen. En seguida porque tratan de ver los hechos en armonía con la posición y la clase a la cual pertenecen. Luego porque tratan de ver los hechos conforme a la ideología a la cual pertenece su grupo económico, político, social, etc. Sin duda nuestra ubicación geográfica y nuestra posición social son factores que contribuyen a incidir en nuestra manera de ver los hechos. Además influyen en nuestra manera de hacer juicios de valor sobre esos hechos. Pero precisamente la tarea de quienes van labrando las ciencias sociales radica en procurar eliminar los sesgos ideológicos. Se debe procurar quedarse con los fenómenos sociales puros, que se repiten en distintos espacios y tiempos. Así se va generando lo que eventualmente se puede llamar Ciencia Social.

      Quien impone amor u odio en un análisis no está haciendo una tarea científica. Quien procura sofrenar sus emociones se está aproximando a la labor científica. Quien se logra desprender de su ideología está en rigor próximo a lo que se puede denominar labor científica en las ciencias sociales. El ideal sería tratar las ciencias sociales con el mismo aislamiento e imparcialidad con que uno se conduce frente a las ciencias físicas. Pero lo que resulta imposible es desprenderse de la ética de cada cual. Indefectiblemente está presente en el análisis de los hechos y en los juicios de valor que se hace sobre ellos. Es decir, tratándose de ciencias sociales, la adscripción a la ética judeo-cristiana, o a la ética musulmana, o a la ética oriental, es un anclaje muy difícil de levantar. Inclusive si un anclaje así se lograse levantar sería para caer en otro. Pues lo que resulta casi imposible, aun para un amoral, sería permanecer sin ningún anclaje, salvo que no se viva en sociedad. De modo que la ética está siempre en los cimientos de las ciencias sociales. El devenir de una, la ética, incide en el devenir de las otras, las ciencias sociales.

      Cómo se generaron las ciencias sociales, señaladamente el Derecho y la Economía, en el Mundo Occidental. Aunque en otro entorno, en el pasado se presentaron problemas económicos análogos a los que se presentan en la actualidad. Pero las soluciones que se dieron fueron prácticas, sin que hubiese un análisis y elaboración teórico aplicable luego a otros casos. Por qué fue así. Porque en general en Economía, y en alguna medida en Derecho, el sentido común fue, ha sido y es de mucha mayor aplicación que en otras disciplinas científicas. En las otras disciplinas científicas, sobre todo en las ciencias físicas, casi toda la elaboración se ha basado en conocimientos teóricos debidamente organizados. En cambio, en Economía, y algo en Derecho, no se iba más allá del conocimiento práctico de administrar correctamente los bienes existentes y de darle a cada cual lo que le correspondía por su esfuerzo, gravitación, etc.

      En la misma Grecia, por ejemplo, los razonamientos de Platón (la República) o Aristóteles (la Política) son más bien referidos a situaciones ideales sobre cómo, según el modo de ver de cada uno de ellos, debía estar organizada la sociedad. Así, por ejemplo, Platón, que en la actualidad lo situaríamos más próximo al socialismo o inclusive al corporativismo, no consideró un valor intrínseco en la moneda, siendo más bien despectivo frente al uso del oro o la plata para dicho propósito. Sencillamente porque Platón privilegiaba al Estado como organizador de la vida social. Por lo cual el valor de la moneda ocurría en razón del estado emisor que la respaldaba. En cambio, Aristóteles, que en la actualidad lo situaríamos más próximo a una perfecta economía de mercado, puso el acento en el valor intrínseco de la moneda y, por ende, en los metales de los cuales estaba hecha. Sencillamente porque Aristóteles minimizó el rol del Estado en la emisión de monedas y, en general, en el quehacer económico. Su postura monetaria fue más bien pro facilitar el trueque particular, donde la mayor de las veces no había coincidencias entre los dos bienes que se ofertaban. Por eso resultaba indispensable tener un bien, o sea la moneda, que sirviese como medio de valuación y de cambio de otros bienes. Pero ese otro bien, o sea la moneda, para él tenía que tener un valor intrínseco. Además de servir de medio de valuación y de medio de cambio, la moneda debería servir también de acumulador de valor. Tenía que ser un bien que tuviese, más allá de su función monetaria, un valor intrínseco en metal. De modo que la elaboración teórica sobre las consideraciones monetarias llegaba en cada caso a donde conducía el personal punto de partida de cada cual.

      Tampoco los romanos tuvieron mayor elaboración en lo que concierne