Estados homogéneos y estados diversos. Arturo Seminario Dapello. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Seminario Dapello
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786124370489
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de Suez, que permite el tránsito entre el Mediterráneo y el Mar Rojo y, por ende, la salida al Océano Indico. También controló el acceso al Golfo Pérsico. En su plenitud colindaba con el Imperio Austro Húngaro, teniendo bajo su control parte de Europa Oriental. El declive de este imperio, paradigma de la diversidad, comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, en 1878, y culminó poco después del término de la Primera Guerra Mundial, entre 1919 y 1923.

      En efecto, a partir de 1878, el Imperio Otomano perdió Albania, Macedonia y Grecia. Todos esos pueblos procuraron realizar su propia identidad nacional volviéndose independientes. También, como el Imperio Otomano estuvo al lado de Alemania durante la Primera Guerra Mundial, al término de ésta perdió todos sus territorios árabes, que fueron tomados por las distintas potencias europeas vencedoras. Alemania ya había vislumbrado la importancia del petróleo en la zona del Golfo Pérsico. Por eso propuso la construcción de un ferrocarril de Berlín a Estambul y a Bagdad. Pero las otras potencias europeas, señaladamente Inglaterra, hicieron lo indecible para detener ese empeño. Culminada la Primera Guerra Mundial fueron Inglaterra, Estados Unidos, y en algo Francia, las que trazaron las fronteras de los nuevos países árabes, quedándose sobre todo las dos primeras con el control, bajo las modalidades de protectorados, fideicomisos, u otras, con los territorios de mayor riqueza petrolera. A esa motivación deben su nacimiento estados como Arabia Saudita, Irak y, sin duda, Kuwait y Qatar.

      Otras etnias como los armenios no lograron formar Estados-naciones, y más bien fueron víctimas del ir y venir de poblaciones para homogenizar a los pobladores de cada territorio. Así, los armenios quedaron una parte en la URSS, y otra parte, producto de los traslados, en la zona contigua de lo que luego sería Turquía. El Imperio Otomano se redujo y devino en la República centralista y laica de Turquía, que fundó Mustafa Kemal, trasladando la capital de Estambul a Ankara en el medio de Anatolia. Con la disolución del Imperio Otomano, cuyo núcleo devino en la Turquía actual, desapareció una de las mayores expresiones de Estado diverso, con múltiples religiones, razas, idiomas y culturas.

      Al igual que el Imperio Otomano, el Imperio Austro Húngaro no estaba regido por ideales nacionales. Estaba más bien regido por ideales multinacionales, envueltos en la cobertura de un imperio. Había religiones diversas, poblaciones diversas, idiomas diversos y, en general, culturas diversas, sin que constituyera un objetivo o propósito nacional la uniformización en un común cauce social imperante. Tampoco nadie pretendía reivindicar los valores de su identidad mediante la independencia. Así, se estima que en el Imperio Austro Húngaro no llegaban al 25% los germanos parlantes, y bordeaban el 20% los húngaros. Luego venían los checos, los polacos, los rutenios y ucranianos, y los eslovacos. Y había también poblaciones bosnias musulmanas, rumanas-gitanas e, inclusive, italianas. Por eso la Constitución del entonces Imperio Austro Húngaro declaraba que todos los pueblos eran iguales, con derecho a conservar y a cultivar su nacionalidad y su lengua. Todos se preguntaban y eran conscientes sobre su identidad, aunque no por eso pretendían dejar de ser parte del Estado común que era el imperio.

      Aunque las autoridades imperiales permanentemente iban normando la coexistencia de nacionalidades y culturas diferentes, bajo un mismo ensamblaje de Estado, al término de la Primera Guerra Mundial el vencido Imperio Austro Húngaro se empezó a disolver. Poco a poco los países aliados fueron favoreciendo la causa de la desintegración. Así se fueron escindiendo Checoslovaquia, Rumania, territorios de la futura Yugoslavia, etc. El Imperio Austro Húngaro es otro ejemplo de Estado diverso, en que las prédicas pro autodeterminación en razón de cada identidad lo llevaron a la disolución. Al final quedó reducido a su núcleo en lo que actualmente es Austria. En alguna medida, la Unión Europea ha sido un intento de volver a aglutinar, tenue en lo político y más compacto en la economía, a diversos países de Europa. En lo cultural, los países de Europa Oriental no han resultado fáciles de asimilar. E Inglaterra, por su especial alianza con EE.UU., asumió un compromiso dividido o plural, que culminó en el referéndum pro salida.

      A nivel mundial quizá Japón sea uno de los mayores ejemplos de Estado homogéneo. Tiene una misma raza, fijada y definida desde muy atrás. Tiene una misma cultura y liturgia, entre ceremonial y religiosa. Tiene un territorio sin vecindad fronteriza. Todo ello ha hecho de Japón un país relativamente extraño y ajeno a las experiencias de las migraciones y las invasiones. La homogeneidad de Japón, prácticamente en todo, la percibió con meridiana claridad su gobernante de hecho de la posguerra, el general Douglas Mac Arthur. Por eso Mac Arthur evitó la aplicación indiscriminada de las reglas occidentales para los agresores vencidos. Percibió que si así lo hacía iba a tener una reacción casi unánime del pueblo contra su gobierno de ocupación. En ese entendido fue que liberó al emperador de toda responsabilidad por el ataque a Pearl Harbor y el inicio de la guerra. Con ese solo gesto, no obstante las dos bombas atómicas, se ganó en mucho la voluntad del pueblo japonés, que luego, ya reconstruido, ayudó en la construcción de armamento para la guerra con Corea.

      Naturalmente que hubo tradiciones que ya el pueblo japonés estaba preparado para dejar de lado, como la divinidad del emperador, origen de toda soberanía. Bastaba para ello con haber visto rendirse al emperador. Pero otras tradiciones, como la estructura feudal, con la devoción de los subordinados al jefe, trasladada al quehacer empresarial, sólo han ido desapareciendo poco a poco durante el transcurso de los años. Paulatinamente fue surgiendo cierto grado de individualismo dentro de esa estructura feudal-empresarial, permitiendo y tolerando cierta diversidad entre los subordinados. La diversidad comenzó por escoger modalidades de recreo, fechas de vacaciones, lazos amicales, etc., y con el turismo al exterior se ha ido ampliando a muchos otros aspectos de la vida. En general, en el Japón se pueden observar muchas de las ventajas y desventajas de un Estado altamente homogéneo.

      La nación alemana, comprensiva de quienes hablaban la misma lengua y compartían la misma cultura, ha sido muy antigua. Pero el Estado alemán recién se considera a partir de 1871 con Bismarck. Antes había lo que se podría llamar las tres Alemanias: Austria, Prusia y toda la parte occidental fronteriza con Holanda, Bélgica, Francia y Suiza. Esta última, que comprendía multitud de principados y ciudades libres, la unía ser parte del Sacro Imperio Romano Germano, que a partir del Renacimiento controlaron los Habsburgos hasta Napoleón. Sobre lo logrado por Bismarck, Hitler procuró con éxito la anexión de Austria. Luego realizó la anexión de otros territorios germanoparlantes como los sudetes.

      Pero la Alemania nazi evidenció cómo un pueblo en extremo homogéneo puede ser presa fácil del fanatismo, de la opinión monocorde, de la intemperancia ante la disidencia, etc. El nacionalismo desbordado, la vanidad racial, la eugenesia, para que no incomode el que fue deficientemente concebido, la intolerancia frenética frente a otras razas, etc., resultaron inexplicables retrocesos, casi tribales, por parte de uno de los pueblos más cultos del mundo. Perdida la Segunda Guerra Mundial se regresó a la antigua división: Alemania Oriental compuesta por Prusia y algo más, y Alemania Occidental compuesta por el resto. Hasta que Kohl, gracias al éxito económico, logró absorber a la Alemania Oriental.

      Los Estados teocráticos son también ejemplo de homogeneidad, basada en creencias religiosas comunes. Esta homogeneidad es mayor cuando va acompañada de unidad étnica, lingüística y cultural. Hoy y ahora el ejemplo más notorio es Irán. Aunque Irán se presenta ante el mundo como una democracia, en rigor tiene muchas características de teocracia. El poder real reside en gran medida en el Ayatolla que ejerce la función de Líder Supremo. Su fe chiita lo hace más militante.

      En realidad, el Líder Supremo está por encima de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que operan bajo su control. Además es el jefe militar y el primer ideólogo. Es la última palabra en ley islámica. Y el Islam no sólo es religión, sino también cultura e ideología. Comprende y rige toda la vida del ciudadano. No hay pues lugar para separar a la persona ciudadana del Estado y de la religión. Es un todo indisolublemente unido.

      Esta homogeneidad de los estados teocráticos deviene exponencial en países como Irán, con extendida trayectoria histórica como Estado unificado, con profunda unidad lingüística y cultural, y con una ligeramente menos antigua unidad religiosa. Resulta, por eso, que para Irán la democracia no es un contrato social, sino la conjunción de derechos y deberes divinos de la persona humana. Lo que inevitablemente lleva a averiguar quién es el intérprete de esos