La espiritualidad puritana y reformada. Joel Beeke. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joel Beeke
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9781629461557
Скачать книгу
primeros usos de la ley, para examinar su tercer uso en el contexto apropiado de la santificación, que necesariamente implica una obediencia de gratitud a Dios por su omniabarcadora salvación en Jesucristo. El creyente que es justificado por la sola fe, y se adhiere al principio de la “sola Escritura” (sola scriptura), con gratitud y de todo corazón confiará y obedecerá al Señor. Esta respuesta de obediencia agradecida es analizada en un estudio del mandamiento más controvertido de la ley –santificar el día de reposo–. Todo esto nos capacita para sacar varias conclusiones significantes sobre el cristiano en su relación con el tercer uso de la ley.

      Los Tres Usos de la Ley

      El uso civil de la ley

      El primer uso de la ley es su función en la vida pública, como guía para el magistrado civil, en el cumplimiento de su tarea como ministro de Dios en las cosas pertenecientes al estado. Se requiere del magistrado que premie el bien y castigue el mal (Ro. 13:3-4). Nada puede ser más esencial para esta labor que un patrón fiable de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Y no se puede encontrar un patrón mejor que la ley de Dios.

      Aquí los reformadores protestantes estuvieron en completo acuerdo. Respecto a la restricción del pecado, Martín Lutero escribe en su Lectures on Galatians(3:19): “El primer entendimiento y uso de la ley es restringir a los malvados… Esta restricción cívica es extremadamente necesaria y fue instituida por Dios, tanto por causa de la paz pública como por causa de la preservación de todo, pero especialmente para impedir que el progreso del evangelio fuera entorpecido por los tumultos y sediciones de los hombres salvajes”.439 Juan Calvino conviene con él:

      El…cometido de la Ley es que aquéllos que nada sienten de lo que es bueno y justo, sino a la fuerza, al oír las terribles amenazas que en ella se contienen, se repriman al menos por temor de la pena. Y se reprimen, no porque su corazón se sienta interiormente tocado, sino que si se hubiera puesto un freno a sus manos para que no ejecuten la obra externa y contengan dentro se maldad, que de otra manera dejarían desbordarse.440

      El uso civil de la ley está profundamente arraigado en las Escrituras (más concretamente en Romanos 13:1-7) y en una doctrina realista de la naturaleza humana caída. La ley nos enseña que los poderes que hay están ordenados por Dios para administrar justicia –justicia que necesariamente incluye ser un terror para los hacedores de iniquidad–. Los poderes que hay llevan la espada; poseen un derecho de castigo divinamente otorgado e incluso, en última instancia, de castigo capital (v. 3-4).

      El primer uso de la ley, sin embargo, no sólo sirve para impedir que la sociedad se suma en el caos; también sirve para promover la justicia: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracia, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Tim. 2:1-2). Los “poderes superiores” no sólo deben esforzarse por disuadir el mal, sino también por proporcionar un contexto pacífico en el que el evangelio, la piedad y la honestidad puedan prosperar. Este deber obliga al estado –creían los reformados– a preservar ciertos derechos, como libertad de culto, libertad para predicar y libertad para observar el día del Señor.

      Las implicaciones del primer uso de la ley para el cristiano son ineludibles. Debe respetar y obedecer al Estado siempre que el Estado no ordene lo que Dios prohíbe o prohíba lo que Dios ordena. En todos los demás casos, la desobediencia civil es ilegítima. Resistir a la autoridad es resistir el mandato de Dios: “Y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:2). Afirmar esto es crucial en nuestro día, en el que incluso los cristianos son propensos a ser arrebatados por un espíritu mundano de rebelión y desprecio a la autoridad. Hemos de oír y atender a lo que escribe Calvino:

      El primer deber y obligación de los súbditos para con sus superiores es tener en gran estima y reputación su estado, reconociéndolo como una comisión confiada por Dios; y por esta razón deben honrarlos y reverenciarlos como vicarios y lugartenientes que son de Dios… [Incluso] un hombre perverso e indigno de todo honor, si es revestido de la autoridad pública, tiene en sí, a pesar de todo, la misma dignidad y poder que el Señor por su Palabra ha dado a los ministros de su justicia.441

      Por supuesto, esto no implica que el creyente renuncie a su derecho a criticar o incluso condenar la legislación que se desvía de los principios de la Escritura. Lo que quiere decir es que una parte significativa de nuestro “adornar la doctrina de Dios” comprende nuestra voluntaria sujeción a la autoridad legítima en cada esfera de la vida –ya sea en el hogar, la escuela, la Iglesia o el Estado–.

      El uso evangélico de la ley442

      Ejercida por el Espíritu de Dios, la ley moral también cumple una función crucial en la experiencia de conversión; disciplina, educa, declara culpable, maldice. La ley no sólo expone nuestra pecaminosidad; también nos condena, pronuncia una maldición sobre nosotros, nos declara sujetos a la ira de Dios y los tormentos del infierno. “Maldito todo aquél que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Ga. 3:10). La ley es un duro capataz; no conoce la misericordia; nos aterroriza, nos despoja de toda nuestra justicia y nos conduce al fin de la ley, Jesucristo, que es nuestra única justicia aceptable para con Dios. “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Ga. 3:24). No que la ley misma pueda llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo; antes bien, el Espíritu Santo usa la ley como un espejo para mostrarnos nuestra impotencia y nuestra culpabilidad, para hacernos esperar sólo en la misericordia e inducir el arrepentimiento, creando y sustentando el sentido de necesidad espiritual del cual nace la fe en Cristo.

      Aquí también, Lutero y Calvino ven con los mismos ojos.443Escritos típicos de Lutero son sus comentarios a los Gálatas 2:17:

      El uso y objetivo propios de la ley es hacer culpables a quienes están satisfechos y en paz, para que vean que están en peligro de pecado, ira y muerte, para que se aterroricen y desesperen, palideciendo y estremeciéndose ante el ruido de una hoja (Lev. 26:36)… Si la ley es ministro de pecado, se sigue que también es ministro de ira y muerte. Pues, al igual que la ley revela el pecado, también arroja la ira de Dios contra el hombre y lo amenaza de muerte.444

      Calvino no es menos intenso:

      [La ley] advierte, informa, convence, y por último condena a todo hombre con su propia justicia. Pero cuando se ve forzado a examinar su modo de vivir conforme a la balanza de la Ley de Dios, dejando a un lado las fantasías de una falsa justicia que había concebido por sí mismo, ve que está muy lejos de la verdadera santidad; y, por el contrario, cargado de vicios, de los que creía estar libre… Así que la Ley es como un espejo en el que contemplamos primeramente nuestra debilidad, luego la iniquidad que de ella se deriva, y finalmente la maldición que de ambas procede; exactamente igual que vemos en un espejo los defectos de nuestra cara.445

      Este uso de la ley de declarar culpable es también crucial para la santificación del creyente, pues sirve para impedir la resurrección de la auto-justicia –aquella impía auto-justicia que siempre tiende a reafirmarse incluso en el mayor de los santos–. El creyente continúa viviendo bajo la ley como penitencia vitalicia.

      Esta función represora de la ley jamás implica que la justificación del creyente sea disminuida o anulada. Desde el momento de la regeneración, su condición ante Dios es segura e irrevocable. Es una nueva creación en Cristo Jesús (2 Co. 5:17). Jamás puede regresar a un estado de condenación ni perder su condición de hijo. No obstante, la ley expone cada día la permanente pobreza de su santificación. Aprende que hay semejante ley en sus miembros que cuando quiere hacer el bien, el mal está presente en él (Ro. 7:21). Debe condenarse reiteradamente, deplorar su miseria y clamar todos los días por nuevas aplicaciones de la sangre de Jesucristo que limpia de todo pecado (Ro. 7:24; 1 Jn. 1:7,9).

      El uso didáctico de la ley

      El uso tercero o didáctico de la ley dirige la vida diaria del cristiano. En las palabras del Catecismo de Heidelberg, la ley instruye al creyente sobre cómo expresar gratitud a Dios por la liberación de todo su pecado y miseria (Pregunta