La condición femenina. Marcelo Barros. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marcelo Barros
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878372334
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interés si no se da cierta condición, condición que es el tema de este libro. “Apostar la vida” suena heroico, también pretensioso y un tanto absurdo. Pero no se trata de esos vicios masculinos, de gestos o de gestas. Apostar la vida no es otra cosa que ceder o dar algo que no tenemos. Porque al fin y al cabo no somos dueños de nuestra vida, aunque así lo creamos por detentar el trivial poder de destruirla.

      Antes de hablar sobre la feminidad, debo recordarme que Lacan dijo que los hombres no dejan de “meter la pata” al abordar a cualquier mujer. Es verdad más allá del paso de los días y de los siglos. Se piensa de buena fe que el igualitarismo y el ideal del buen marido han llevado a un progreso en las relaciones entre hombres y mujeres. Algunos opinan también que los hombres están desorientados y hasta se habla de la desaparición de lo viril. Sin negar esas irrefutables creencias que consuelan a nuestro tiempo, cabe preguntarse si son los ideales vigentes –en cualquier época– los que orientan a un hombre a la hora de sostener a una mujer. Esa hora llega tarde o temprano. ¿Cómo se sostiene a una mujer, descartando el loco designio de tenerla allí donde la vanidad y el temor la esperan? ¿Cuál es “la buena manera”, si se trata de la que no se deja aferrar por ningún saber? El amor, claro. Pero los hombres no entendemos nada de eso –Lacan dixit. Nunca me gustó esa idea, y nunca pude refutarla. Pero hay cosas que suceden a pesar de uno, que son de linaje de milagro. A veces el Otro balbucea en el hombre. Aferrar a una mujer es algo que, aunque más no sea por azar, alguna vez acontece, como la poesía. Eso siempre será un asunto de cuerpo, aunque lo que la tome sean las palabras. ¿Cómo hacerlo, cuando ella, cada una de ellas, es varias? Porque cuando Lacan dice que una mujer es no-toda, eso significa que ella es no-una, que es, por lo menos, dos. Cabe advertir que si expresiones como “ser tomada”, o “ser poseída”, tienen una connotación sexual-fálica más o menos directa, no podríamos dejar de lado tampoco su sesgo místico. Lacan no lo hizo.

      También está implícito el soportar. “¿Te peso?” Conviene a los varones preguntarse por el estatuto de la fuerza que una mujer espera de ellos. Lacan nos avisó acerca de cuán errada estaba nuestra época al confundir esa virtud –la fuerza– con las especies de la agresividad. Los escolásticos la concibieron como la capacidad para soportar una herida. ¿Cuál? ¿La de la castración? ¿La de ella, la propia? En todo caso, el verbo “soportar” no debería hacernos pensar en una depreciación de lo que se soporta. Porque la vida, al fin y al cabo, es algo que Freud siempre dijo que debíamos soportar. La vida como tal, la pura vida, no es algo invariablemente agradable, sobre todo cuando no viste las ropas de la ilusión y del sentido. T. Fontane decía que ella no se puede sobrellevar sin “cons­trucciones auxiliares”, sin medios de consolación o de alivio. Y así también los hombres no pueden sobrellevar la feminidad sin vestirla con las ropas de la ilusión fálica. ¿Es posible sostener un deseo que no retroceda frente a lo que está más allá de nuestras ilusiones? Un lugar común postula que a una mujer hay que insistirle, lo cual puede a menudo constituir una torpeza inmejorable. Pero una cosa es insistir, y otra muy diferente es no renunciar.

      Las ilusiones no eran por completo desestimadas por Freud. Lo eran únicamente cuando se interponían entre nosotros y la vida, cuando estorbaban nuestro encuentro con lo real, en vez de guiarnos hasta el umbral. Una mujer puede ser la causa de que un hombre descubra en sí mismo cosas que nunca había imaginado. Si bien es un clisé de la vulgata lacaniana decir que el hombre que ama lo hace como mujer, la clínica muestra sobradamente que hay hombres que empiezan a ser hombres por el amor a una mujer. Pero en ese juego, la apuesta de la mujer no es la misma que la del hombre, incluso si para ambos es verdadero decir que allí tienen que dar lo que no tienen.

      Punta del Diablo, República Oriental del Uruguay,

      febrero de 2011

      “Me habría gustado escribirte acerca de la teoría sexual, pues tengo algo entre manos que me parece admisible y que se confirma en la práctica; pero sigo perplejo ante lo +++femenino, y eso me induce a desconfiar de todo el asunto”.

      S. Freud, carta a W. Fliess 5-11-1899

      En la página 14 de Aun, leemos que al hombre, en tanto que está provisto del órgano al que se le dice fálico, el sexo corporal de la mujer no le dice nada. Y no le dice nada “a no ser por intermedio del goce del cuerpo”, según se afirma en la página siguiente. ¿Cuál es el sentido de eso? Que una mujer es enigmática porque no hay en su cuerpo nada que haga signo del deseo ni del goce, sobre todo cuando se trata de su deseo y de su goce, de los que le son más propios, para quien habla la lengua del deseo que es la lengua del falo. El enigma de la feminidad es el de su sexo corporal. Es un asunto que concierne al cuerpo de la mujer, porque no sabemos lo que es el cuerpo de una mujer más allá del falo que puede representar, y que es precisamente lo que ella no es. Decir que es un asunto de cuerpo no implica una reducción a la mera morfología. No se habla del cuerpo en el campo del psicoanálisis sin hablar también del goce ligado a ese cuerpo. Solo quienes no entienden nada del psicoanálisis ven esto como una referencia naturalista, porque el cuerpo, para la teoría analítica, no tiene nada que ver con la naturaleza. La importancia concedida a la diferencia sexual anatómica se vincula con la incidencia del significante en el imaginario corporal y en lo real del goce que lo acompaña. Siempre se señaló que la lógica del significante encontraba un punto de eclipse en el momento de representar lo femenino. Así lo sostuvo Lacan en sus Escritos, y también en Aun al puntualizar:

      a) que nada especifica a la mujer como tal salvo su sexo.

      b) que el sexo de la mujer no le dice nada al hombre.

      Los caracteres sexuales secundarios son atributos de la madre y no de la mujer. Y todas las demás galas con las que ella puede proponerse como objeto deseable se sostienen de partes del cuerpo fetichizadas y propuestas como atributos fálicos. Es por eso que Lacan dice que solo por intermedio del goce del cuerpo, es decir, de un cuerpo recortado por el fantasma y falicizado, la mujer dice algo al erotismo viril. La mujer misma, en tanto sujeto, participa de ese falocentrismo. Por eso, la pregunta histérica por la mujer es perfectamente equivalente al esfuerzo por simbolizar el órgano femenino:

      “Cuando Dora se pregunta ¿qué es una mujer? intenta simbolizar el órgano femenino en cuanto tal”. (Lacan, J., Las psicosis, Paidós, Barcelona-Bs. As., 1986, pág. 254).

      El abanico de la clínica de la neurosis está regido por ese ensayo de simbolización –y desconocimiento– del órgano femenino. Se entiende que en ese esfuerzo de lo que se trata es también y principalmente de la simbolización de un cuerpo en goce, y de un goce que resulta extraño a la lógica del falo y la castración. Eso implica también un desconocimiento, a la vez que una creencia tenaz: la creencia en el falo materno. No debemos engañarnos al simplificar esta noción. Hay muchos modos de atribuirle el falo a la madre y al resto de las mujeres, y no es éste un asunto de hombres solamente. ¿Qué es atribuir el falo a las mujeres? Es creer que su goce está regido por la misma lógica que rige el goce del hombre, lo cual es por otra parte verdadero, pero hay algo de más, como dice Lacan. Es pensar que allí se sostienen las mismas condiciones, la misma lógica en el campo del amor, del deseo y del goce, que es el de nuestra pertinencia. El hombre ya le supone el falo a la mujer ahí donde él cree que ella cuenta con los mismos límites que él; incluso si piensa que ella cuenta con algún límite. Postular que el sexo corporal de la mujer no le dice nada al hombre significa que, en ese lugar específico, y desde la perspectiva fálica, la feminidad no da señal de nada, en tanto el falo es la lengua del deseo y todo lo que el cuerpo “dice” como deseo y para el deseo lo dice con ese significante, como se sostiene en la página 248 de Las formaciones del inconsciente:

      “Lo que le importa al sujeto, lo que desea, el deseo en cuanto deseado, lo deseado del sujeto, cuando el neurótico o el perverso tiene que simbolizarlo lo hace literalmente en última instancia por medio del falo”. (Lacan, J., Las formaciones del inconsciente, Paidós, Bs. As., 1999).

      Desde la dialéctica del falo y de la castración (siempre van juntos), desde este lenguaje, los dos sexos se “hacen señas” significándose a sí