Gradualmente empecé a comprender que todas las formas de sexo eran un intercambio de poder, ya fuera de forma consciente o inconsciente. Me había centrado en el placer del sexo, no en el poder. El principio básico de la d/s es que toda la actividad sexual entre uno o más adultos tiene que ser consensuada y requiere una negociación verbal, seguida de un acuerdo entre los jugadores. Todos mis años anteriores de sexo romántico, cuando solo intentábamos una mutua lectura de la mente de la otra persona, habían sido básicamente sexo sin consentimiento. El amor romántico es uno de los conceptos más dañinos para las mujeres del planeta: a las niñas pequeñas que crecen con La bella durmiente de Disney se les enseña que tienen que esperar a un príncipe que las despierte.
Cuando llegué a mitad de la treintena y follaba por deporte, aprendí a tomar el control y dominar como manera de conseguir lo que quería. Pero ninguna de esas actividades se debatieron nunca ni se acordaron de manera abierta. Cuando examiné la sexualidad en términos de dinámicas de poder como esta, sentí que me despertaba de un profundo sueño.
Esa primavera, Dorothy, la madre fundadora de nuestro grupo, me invitó a unirme a ella en una conferencia organizada por Women Against Pornography (wap, «Mujeres Contra la Pornografía», por sus siglas en inglés). El compromiso de Dorothy con el feminismo era contagioso. Ella era consciente de todo lo que estaba sucediendo en el movimiento. Por entonces yo había abandonado el feminismo, con lo que estaba aprendiendo mucho de Dorothy, una lesbiana radical de treinta años que había sido fuertemente criticada por otras feministas por sus preferencias sexuales hacia la d/s. Como hedonista postmenopáusica de cincuenta y pico, me apetecía mucho ir a mi primer foro público feminista vestida de bollera leather.
Las dos entramos al congreso de wap desfilando cogidas del brazo, en vaqueros, botas y cinturones de grandes tachuelas de plata bajo nuestras chaquetas de cuero negro: bolleras leather muy visibles, sentadas en primera fila a la izquierda del podio. Las mujeres se nos quedaban mirando, señalando que estábamos fuera de lugar, y nosotras lucíamos nuestra incorrección política como si fuera una medalla de honor.
En aquel momento me costaba mucho tomarme en serio a este grupo. Después de que el feminismo hubiera luchado contra la censura de la información sobre los métodos anticonceptivos, el aborto, la sexualidad y el lesbianismo, la idea de que hubiera un grupo que quisiera censurar la pornografía me parecía absurda. Seguramente wap era solo un pequeño porcentaje del feminismo, pero Dorothy decía que estaban ganando fuerza y creciendo en número. La revista Ms. había donado dinero a wap, y now (National Organization for Women, «Organización Nacional de Mujeres» por sus siglas en inglés), presionada por parte de su membresía, había aprobado una resolución que condenaba la pornografía sin definirla. Muchos grupos locales de now apoyaban activamente a wap. La censura estaba enroscada como una serpiente de cascabel lista para atacar nuestra libertad y envenenar el disfrute de la gente que se masturba contemplando imágenes sexuales. ¡Increíble!
La amplia sala de reuniones de la universidad de Nueva York estaba a rebosar, y solo con mujeres: se habían reunido más de un millar. Un gran estandarte de tela roja con grandes letras negras se extendía en la parte posterior del escenario: mujeres contra la pornografía. Tenía pinta de cara. También había un sistema de sonido de primera categoría, además de costosos folletos impresos: todo hecho de manera muy profesional. No era un congreso feminista improvisado como aquellos en los que repartíamos materiales mimeografiados. Dorothy se me acercó y me preguntó:
—¿Cuándo has visto tú un congreso sobre cuestiones relacionadas con la mujer que tenga tanta financiación detrás?
Las dos estuvimos de acuerdo que wap probablemente estaba financiada en secreto por la cia, la derecha cristiana, o ambas. Los «chicos de siempre» estaban tendiéndonos una trampa otra vez: ¡divide y vencerás!
Absorta, me puse a pensar en el Congreso de Sexualidad de now de 1973. Recordé lo valientes que habíamos sido, cuestionando los roles y tabús sexuales, explorando el placer sexual femenino y atreviéndonos a crear vidas sexuales mejores para las mujeres a través de la información y la educación. Éramos tan sex-positive y estábamos tan emocionadas con la perspectiva de que íbamos a cambiar el mundo. ¿Cómo, en apenas diez años, podíamos haber acabado estando en contra de la pornografía, que ponía al feminismo en la misma cama que los cristianos predicando el evangelio?
El congreso wap contaba con muchas conferenciantes. Cada una de ellas presentó su breve historia personal, y casi todas tenían una historia de terror, de abuso sexual a manos de su padre, su hermano, su esposo, su amante o su jefe. Había historias de violación, de maltrato doméstico, abuso infantil, acoso y prostitución forzada. Dorothy estaba ocupada tomando notas, y mientras yo me quedé sentada, aturdida al descubrir que estaba en mitad de una orgía de mujeres dolidas y enfadadas. Las palabras y lágrimas de todas las ponentes estaban enfervorizando al grupo en una furia unificada. El sentimentalismo sin intelecto por parte de víctimas sin poder es la vía por la que se crean los linchamientos y los grupos nacionales de incitación al odio: «la estrategia básica del fascismo», concluí para mí misma con un escalofrío.
Me entristecía oír cómo habían sufrido estas mujeres, y no se me ocurriría jamás negar que su dolor fuera real. Para la mayor parte de ellas, el sexo había sido una desgracia o un trauma violento. Nadie en su sano juicio está a favor de la violación o el incesto, pero este ataque unidimensional a las imágenes sexuales era totalmente inaceptable. Era absurdo culpar a la pornografía de ser la única causa de todos los problemas sexuales de la mujer. ¿Por qué no la emprendían contra los grandes problemas, como la guerra, la pobreza, la religión organizada o la ignorancia sexual causada por la ausencia total de una formación sexual decente en nuestro sistema educativo?
Una atractiva rubia de unos treinta y pico años se situó frente al micrófono. Con una furia que apenas podía controlar, describió los abusos sexuales que había sufrido durante su infancia. Cada sábado, en cuanto su madre salía en coche a hacer la compra, su padre sacaba unas «fotos guarras, asquerosas» y la forzaba a realizar «un acto contra natura». No dijo de qué se trataba, pero la audiencia seguramente estaba fantaseando con un pene adulto penetrando a una niña de once años. Emocionalmente había enfurecido a toda la sala, que relacionaba el relato con sus propias imágenes mentales de violación infantil, mientras que al mismo tiempo se deleitaban con el horror del asunto.
¡La ponente pasó a echarle toda la culpa del incidente a la pornografía! No se mencionó la negación social de la expresión de la sexualidad, especialmente de la masturbación. Quizá el padre era un católico devoto que sabía que iría al infierno si tocaba su propio pene. ¿Y qué ocurre con la familia nuclear, no debería asumir su parte de culpabilidad con sus restrictivas costumbres sexuales? Pero ninguna de esas posibilidades se le ocurría. Mantuvo firmemente que las «fotos obscenas» habían sido la única causa de su incesto.
La reunión de wap acabó con una sesión de micro abierto, y en unos instantes se desató un caos emocional total. Las mujeres lloraban y gritaban histéricamente, así que salimos de allí enseguida. Una vez fuera, respiramos hondo para aliviar nuestra propia tensión. Ambas nos sentíamos agotadas. Aunque no estábamos de acuerdo con wap, tenían derecho a sus opiniones, aunque ellas no respetaran nuestros derechos. Seguíamos siendo proscritas sexuales.
Los años ochenta trajeron también el sida, y la Administración Reagan respondió de forma muy lenta a esta crisis inminente. Era perfecto: el sida acaba con el sexo ocasional, envía a la población de vuelta a las relaciones estables y la monogamia; el pegamento que nos une. El abuso sexual infantil campaba a sus anchas y atraía la atención nacional, y al mismo tiempo nadie prestaba ninguna atención a cómo la pobreza estaba dañando realmente a nuestros niños. Al final a las mujeres se nos oía, pero era solo la mitad de la conversación. No estábamos avanzando al evitar los temas centrales y ciertamente no estábamos liberando nuestras sexualidades.
Durante este tiempo aparecían mujeres en mis talleres que se echaban a llorar al hablar sobre los abusos sexuales que habían sufrido. Cada vez que sucedía, les pedía que se fueran, con la explicación de que mis grupos eran para explorar el placer, no el