Fuertemente influido por otros movimientos sociales del ámbito de la sexualidad, como el movimiento sex-positive, los derechos lgbt y los derechos de los trabajadores del sexo, el porno feminista pretende crear una comunidad, expandir ideas liberales sobre el género y la sexualidad, así como educar y empoderar a intérpretes y audiencias. Favorece el establecimiento de condiciones de trabajo justas y éticas para los trabajadores sexuales, así como la inclusión de identidades y prácticas poco representadas. El porno feminista desafía intensamente las representaciones hegemónicas del género, los roles sexuales, el placer y el poder que se dan en el porno tradicional. También desafía el marco interpretativo feminista antiporno, al considerarlo vacío de políticas sexuales progresistas. El porno feminista es un movimiento que está empezando, y como tal promueve prácticas éticas y estéticas que intervienen en la representación sexual dominante y movilizan una visión colectiva a favor del cambio. Este activismo erótico, en ningún modo homogéneo o consistente, trabaja a la vez desde dentro y en contra del mercado para imaginar nuevas maneras de concebir el género y la sexualidad en nuestra cultura.
Pero el porno feminista no es solo un movimiento social emergente y una producción cultural alternativa: es un género dentro de los medios de comunicación con ánimo de lucro. Parte del negocio multimillonario del entretenimiento para adultos, el porno feminista es una industria dentro de una industria. Una parte del porno feminista se produce de forma independiente, a menudo creado y comercializado por y para minorías poco representadas, como lesbianas, personas trans o de color. Pero el porno feminista se produce también dentro de la industria de contenidos para adultos tradicional, por feministas cuyo trabajo está financiado y distribuido por grandes empresas como Vivid Entertainment, Adam and Eve o Evil Angel Productions. Tanto desde dentro como desde fuera de la industria tradicional, como feministas han adoptado diferentes estrategias para socavar las normas y tropos de la pornografía dominante. Hay quienes rechazan casi todos los elementos de la típica película para adultos, desde la estructura a la estética, mientras que otros retocan la fórmula estándar (desde los «preliminares» hasta la «corrida») para reposicionar y priorizar la agencia sexual femenina. Aunque quienes crean porno feminista definen su trabajo como distinto del porno tradicional, sus espectadores son un grupo amplio de gente, incluyendo tanto a aquellas personas que se identifican como feministas y lo buscan específicamente, como a aquellas que no lo hacen. El porno feminista está tomando impulso y obteniendo visibilidad como mercado y como movimiento. Este movimiento está hecho de intérpretes que han pasado a dirigir, productores independientes queer, trabajadores sexuales politizados, geeks y blogueros del porno, y educadores sexuales radicales. Estas son las voces que se encuentran aquí. Es el momento perfecto para nuestro libro Porno feminista.
En este libro situamos a académicos y trabajadores sexuales juntos y en conversación, para tender un puente entre la investigación y crítica rigurosa, por un lado, y los retos e intervenciones del mundo real, por otro. Ya Jill Nagle en su obra pionera Whores and Other Feminists anunció que «esta vez … las trabajadoras sexuales feministas hablan no como invitadas, no como exiliadas resentidas, sino como expertas en feminismo».13 Al igual que en el compendio de Nagle, aquí las personas que trabajan en la industria del porno hablan por sí mismas, y sus narrativas iluminan sus complicadas experiencias, se contradicen unas a otras y muestran la retórica unidimensional y dañina del resurgimiento del feminismo antiporno. Como el porno feminista en sí mismo, las diversas voces que aparecen en esta colección desafían las afianzadas dicotomías divisionistas entre académico y popular, investigador y trabajador sexual, pornógrafo y feminista.
En la primera parte del libro, «Haciendo porno, debatiendo porno», las pioneras del porno feminista Betty Dodson, Candida Royalle y Susie Bright brindan una perspectiva histórica bien fundamentada del porno feminista, desde su aparición alrededor de 1980 en respuesta a la limitante imaginación sexual tanto del porno tradicional como del feminismo antiporno. Estas pornógrafas feministas nos ofrecen una ventana al periodo generativo y controvertido de las guerras del porno, destacando los desafíos y energías que rodearon el nacimiento del activismo del porno feminista enfrentado a un feminismo antiporno que ignoraba, malinterpretaba o vilificaba sus esfuerzos o sus personas. El relato de Bright sobre la primera vez que vio una película pornográfica (sentada junto a hombres de aspecto sospechoso en una oscura sala x) prepara el escenario para comprender cómo la invención del reproductor de vídeo vhs alteró el consumo de porno de las mujeres y cambió drásticamente el mercado.
En la pasada década ha resucitado y redefinido una nueva guerra contra el porno de mano de Gail Dines, Sheila Jeffries, Karen Boyle, Pamela Paul, Robert Jensen y otros. Feona Attwood y Clarissa Smith muestran cómo este resurgido movimiento antiporno se resiste a la teoría y a las pruebas científicas, y reenmarca la producción y consumo de porno como una variante del tráfico sexual, un tipo de adicción o un problema de salud pública equivalente a una epidemia. El trabajo de Attwood y Smith desenmascara enérgicamente cómo el porno feminista sigue siendo desafiado y a menudo censurado en el discurso popular contemporáneo. Lynn Comella se centra en las consecuencias de hacer pública la pornografía. Para ello, examina uno de los elementos más importantes del surgimiento del porno feminista: el aumento de sex shops sex-positive creados y regentados por mujeres, así como un movimiento de base de educación sexual que crea espacios para que las mujeres produzcan, encuentren y consuman nuevos tipos de pornografía.
«Ver y que te vean» examina cómo el deseo y la agencia dan forma a la interpretación, representación y visionado de la pornografía. Sinnamon Love y Mireille Miller-Young exploran la compleja situación de la mujer afroamericana mientras ven, critican y crean representaciones de la sexualidad de la mujer negra. Dylan Ryan y Jane Ward abordan el concepto de la autenticidad en el porno: qué significa, cómo se lee y por qué es (o no es) crucial para la interpretación y audiencia del porno feminista. Ingrid Ryberg evalúa cómo las proyecciones públicas de porno feminista, lésbico y queer pueden crear espacios para el empoderamiento sexual. Tobi Hill-Meyer complica el análisis de Ryberg documentando a personas que hasta hace poco tiempo estaban excluidas de esos espacios: las mujeres trans. Keiko Lane se hace eco del argumento de Ryberg sobre el potencial radical del porno queer y feminista y lo ofrece como una herramienta para comprender y expresar deseo dentro de comunidades marginadas.
La intersección entre el porno feminista como pedagogía y las pedagogías feministas del porno se desarrolla en «Haciéndolo en clase». Como investigadoras del porno, Constance Penley y Ariane Cruz lidian con la enseñanza y el estudio del porno desde dos perspectivas muy diferentes. Kevin Heffernan ofrece una historia de la formación sexual en vídeo y lo compara con el trabajo de Nina Hartley y Tristan Taormino en películas pornográficas educativas. Hartley explica cómo ha utilizado el porno para educar en sus más de veinticinco años en la industria, y Taormino describe su práctica como pornógrafa feminista que ofrece porno de comercio justo, orgánico, que tiene en cuenta el trabajo de sus empleados. El actor Danny Wylde documenta sus experiencias personales con el poder, el consentimiento y la explotación frente a un telón de fondo de retórica antipornográfica. Lorelei Lee ofrece un potente manifiesto que exige que todos nos hagamos mejores estudiantes para obtener un discurso más matizado, más perspicaz y más reflexivo sobre el porno y el sexo.
En «Ahora suena: porno feminista» se consideran cuestiones como la hipercorporeidad, lo genderqueer, la transfeminidad, la masculinidad feminizada, la interpretación racial transgresiva y la discapacidad. Jiz Lee analiza cómo utiliza su cuerpo femenino transgresor y su identidad genderqueer (en inglés prefiere el pronombre «they») para desafiar la categorización. April Flores se describe a sí misma como «una latina gorda de piel clara, tatuajes y pelo tan rojo como un camión de bomberos» y presenta su punto de vista único sobre ser (y no ser) una intérprete bbw (mujer grande atractiva, por las siglas en inglés