El intento del feminismo antiporno de definir qué es sano se extiende más allá del sexo a toda una serie de contrastes en la mesa redonda de Boyle.44 Aquí lo sano se equipara con la comida nutritiva, la experiencia, la creatividad, la autenticidad, ser y sentir, política y activismo, el mundo real, el sentido común y el testimonio. Frente a esto se presenta un mundo de insalubridad, caracterizado por una amplia variedad de cosas: hamburguesas de McDonalds, productos industriales, imágenes, lo genérico y formulaico, mostrarse, representar, actuar, ser vistos, la investigación científica, el interés propio, el individualismo, el elitismo, la teoría y la hermenéutica. Según esta visión, no solo son malsanas la mayor parte de las expresiones de la sexualidad, sino también cualquier cosa que se haya producido en masa, además de algunas formas de representación, autopresentación y trabajo intelectual. De hecho, hay una enorme desconfianza a cualquier clase de mediación: el mundo «sano» se imagina como uno en el que la industria, el comercio y la representación parecen no existir, y donde incluso algunos actos en los que se expresa el yo o se interpreta el mundo parecen sospechosos si de alguna forma no son lo bastante directos. Esta visión se explicita en el argumento de Robert Jensen según el cual debemos intentar «trascender … la cultura mediada y explorar las cosas de forma más directa». Porque «el sexo es una forma de comunicación … con los demás» y «con nosotros también en cierto sentido», y debe incluir «contacto humano directo cara a cara», algo que en «esta cultura hipermediada» es cada vez más difícil de conseguir.45
Salvar a los hombres
En este sentido es interesante ver de qué manera han aparecido los hombres en los nuevos escritos antiporno. Citemos a Dines:
Muchos hombres se me acercan y confiesan que lo consumen compulsivamente. Esto no había pasado nunca antes. Recibo mucha desesperanza por parte de las mujeres, porque están intentando salir con hombres y no pueden encontrar ninguno que no haya consumido pornografía. Y yo siempre les digo: «No es probable que encuentres a un hombre que no haya consumido pornografía. Ese no es el problema. El problema es si sigue haciéndolo después de que tú le hayas proporcionado el análisis».46
Aquí hay una naturalización del interés masculino por la pornografía y una implicación de que esto puede ser debido a la ubicuidad de la pornografía. Las mujeres deben «proporcionar el análisis» y esto debe ser suficiente para convertir a un espectador de porno en un compañero apropiado. El «análisis» es, por supuesto, que la pornografía está mal, pero también que «secuestra» la sexualidad, y que consumirlo es una señal de debilidad, que demuestra falta de imaginación, autoconocimiento y espíritu crítico. Los escritos feministas antiporno recientes han tendido a distanciarse de la idea ampliamente criticada de sus «efectos», obtenida de estudios en laboratorio, para centrarse en una visión de los hombres en la que están programados por sus hábitos de visionado. En estas narrativas de adicción, los hombres llegan a preferir el «sexo pornográfico» y a presionar a sus parejas para que se comporten como estrellas del porno. Esto puede tener el efecto nocivo adicional de encontrar el porno más excitante que a sus parejas, de perder la habilidad de obtener o mantener una erección o de experimentar dificultades con la eyaculación, dañando por tanto su sexualidad auténtica y destruyendo la intimidad emocional de sus relaciones.
Los hombres hablan de su uso compulsivo y de lo difícil que es dejarlo. Los hombres me dicen que todo lo que saben del sexo lo aprendieron de la pornografía, porque empezaron a consumirla a una edad tan temprana que es casi como si estuviera codificado en su adn sexual. Algunos quieren incorporar el porno a sus relaciones íntimas, otros tienen que evocar imágenes pornográficas para eyacular cuando están con sus parejas, y otros incluso han perdido el interés en mantener relaciones sexuales con mujeres reales. Para demostrar cómo el porno destruye la creatividad: hay hombres que me han dicho que una vez que dejaron de consumir pornografía ya no sabían cómo masturbarse.47
La «teoría dominó» de las pasiones se invoca aquí junto con una búsqueda de niveles de estimulación cada vez mayores que lleva inevitablemente a materiales más misóginos y dañinos.48 La pornografía programa los instintos sexuales masculinos y solo puede tener una trayectoria posible: hacia cada vez más encuentros con imaginería sexualmente explícita y hacia material cada vez más «extremo». La sexualidad masculina se concibe como total e intrínsecamente plástica: un apetito a duras penas contenido que, por su propio bien, debe civilizarse y mantenerse lejos de la influencia inflamatoria de los contenidos sexuales. Dines señala que «los chicos jóvenes adictos con los que hablo acaban con problemas graves. Descuidan sus estudios, gastan grandes cantidades de dinero que no tienen, se aíslan de otras personas y sufren depresión. Saben que algo está mal, sienten que no tienen el control y no saben cómo parar. Algunas de las historias más preocupantes que oigo provienen de hombres que se han desensibilizado tanto que han empezado a consumir porno más duro y han acabado masturbándose con imágenes que previamente les daban asco. Algunos de esos hombres están muy avergonzados y asustados, porque no saben dónde acabará esto».49
Por suerte, el «análisis» antiporno está aquí para salvarles:
Para los hombres (a los que haya disgustado la presentación), no se trata (normalmente) de que no hayan visto este tipo de imágenes antes, sino que ahora se les invita a que las vean de forma diferente. A menudo, lo que más les perturba es que imágenes similares no les habían perturbado en el pasado. Se dan cuenta de que han sido manipulados, puestos al servicio de los beneficios de la industria, y que su implicación con la pornografía les ha impedido desarrollar una sexualidad auténtica de acuerdo con sus propios valores».50
Esta revelación (darse cuenta de que «han sido manipulados, puestos al servicio de los beneficios de la industria») se refuerza con la creciente popularidad de las historias de adicción al porno. Michael Leahy describe el porno como la principal adicción en los ee.uu., al tiempo que el cantante cristiano Clay Crosse confiesa que se siente tentado y «lucha contra la lujuria alimentada por la pornografía», un problema que aparentemente comparte con más del 50 % de los estadounidenses que asiste a misa.51 A lo largo y ancho de internet (el espacio que supuestamente ha sido colonizado por el porno) surgen relatos de horribles de luchas contra la influencia del porno. Son historias muy convincentes, y ahora están respaldadas por la última investigación «científica» que mantiene que los centros de placer del cerebro se reprograman tras ver «demasiado» porno.
Y mientras que se desarrollan estas narrativas de dolor, destrucción de relaciones, fracaso de las funciones del pene y autoabuso compulsivo, éstas también ofrecen una potente posibilidad de redención, renovación y renacimiento. Muchas confesiones de adicción al porno van unidas a las intervenciones recomendadas: el test para determinar si tu consumo es obsesivo, el uso de Net Nanny, la desintoxicación de seis meses y, si falla todo la anterior, «un keylogger, un programa que registra todos los movimientos que haces en internet» y un «software de rendición de cuentas que … enviará un informe semanal a tu “compañero de rendición de cuentas” para ponerle al día sobre qué sitios web visitas». Los hombres pueden estar tranquilos, no están solos: «con una combinación de terapia, filtros para internet, mantras, rendición de cuentas e investigación, (la adicción al porno) se puede superar».52
Puede ser útil comparar la visión que sustenta este enfoque con las «directrices claras y cristalinas» sobre el sexo que se pueden ver en las campañas antiporno evangélicas y otras campañas antiporno conservadoras: «el placer sexual ha de ser experimentado por el