En la privacidad de su coche, Zoe se desplomó en el asiento del conductor y enterró su cabeza entre sus manos. Estúpida, estúpida, estúpida. Estabas tan preocupada por la longitud del paso de los distintos miembros del personal que no podías ni siquiera concentrarte en el encantador, guapo y extremadamente apropiado hombre con el que tenías la cita.
Las cosas se estaban saliendo de control. Zoe era consciente de ello en el fondo de su corazón, y tal vez lo estaba desde hace tiempo. Apenas podía concentrarse en las señales sociales sin que los cálculos y la exploración de los patrones la distrajeran. Ya era bastante malo que ella no pudiera entender todas las señales cuando las escuchaba o las veía, pero no notarlas en absoluto era aún peor.
–Qué bicho raro eres ―murmuró para sí misma, sabiendo que era la única persona que lo escucharía. Eso la hizo querer reír y llorar al mismo tiempo.
Durante todo el viaje a casa, Zoe repasó en su mente los eventos de la noche. Diecisiete pausas incómodas. Veinte ocasiones, al menos, en las que John debe haber querido que ella mostrara más interés. Quién sabe en cuántas ella ni siquiera se había dado cuenta. Una cena gratis no es suficiente para compensar el sentirse como el tipo de paria que iba a morir sola.
Con sus gatos, por supuesto.
Ni siquiera Euler y Pitágoras, maullando e intentando competir por el derecho a saltar en su regazo en el sofá podían hacerla sentir mejor. Ella los subió y los calmó, no se sorprendió en absoluto cuando ambos perdieron inmediatamente el interés y empezaron a merodear por la parte trasera del sofá.
Abrió el correo electrónico de la Dra. Applewhite una vez más, mirando el número que le había enviado de la terapeuta.
No se pierde nada, ¿verdad?
Zoe introdujo el número en su teléfono un dígito a la vez, aunque lo había memorizado de un vistazo. Sintió que su respiración se aceleraba cuando su dedo se posicionó vacilante sobre el botón verde de llamada, pero de todas formas lo forzó a bajar y llevó el teléfono hasta su oreja.
Ring-ring-ring.
Ring-ring-ring.
–Hola ―dijo una voz femenina al otro lado de la línea.
–Hola ―empezó Zoe, pero se cortó inmediatamente mientras la voz continuaba.
–Se ha comunicado con el consultorio de la Dra. Lauren Monk. Disculpe, pero no estamos en horario de oficina.
Zoe gimió internamente. Buzón de voz.
–Si desea reservar una cita, cambiar una cita concertada, o dejar un mensaje, por favor hágalo después de la se…
Zoe se quitó el celular de la oreja como si estuviera en llamas, y canceló la llamada. En el medio del silencio, Pitágoras maulló con fuerza, y luego saltó del brazo del sofá a su hombro.
Ella iba a tener que hacer una cita, y la iba a tener que hacer pronto. Se lo prometió a sí misma. Pero no estaría mal demorar un día más, ¿verdad?
CAPÍTULO TRES
―Arderás en el infierno ―anunció su madre. Tenía una mirada triunfante en su rostro, una especie de locura que iluminaba sus ojos. Mirando con más atención, Zoe se dio cuenta de que era el reflejo de las llamas. ―¡Niña diabólica, arderás en el infierno por toda la eternidad!
El calor era insoportable. Zoe luchaba por ponerse de pie, por moverse, pero algo la ataba. Sus piernas eran como plomo, ancladas en el suelo, y no podía levantarlas. No podía escapar.
–¡Mamá! ―gritó Zoe―. ¡Mamá, por favor! Cada vez hace más calor, ¡duele!
–Arderás para siempre ―dijo su madre riéndose, y delante de los ojos de Zoe, su piel se volvió roja como una manzana, le crecieron cuernos en la parte superior de la cabeza y le brotó una cola detrás de ella. ―Te quemarás, hija mía.
El estridente timbrazo de su celular despertó a Zoe de su sueño de un sobresalto, y Pitágoras la miró abriendo uno de sus ojos verdes antes de moverse de su posición en la parte superior de sus tobillos y alejarse.
Zoe sacudió la cabeza, tratando de orientarse. Bien… Estaba en su propia habitación en Bethesda, y su celular estaba sonando.
Zoe buscó a tientas el aparato para aceptar la llamada, sus dedos se sentían lentos y pesados por estar somnolienta.
–¿Hola?
–Agente Especial Prime, me disculpo por la hora tardía ―dijo su jefe.
Zoe echó un vistazo al reloj. Era poco después de las tres de la mañana.
–Está bien ―dijo ella, arrastrándose hasta lograr sentarse―. ¿Qué sucede?
–Tenemos un caso en el Medio Oeste al que le vendría bien tu ayuda. Sé que acabas de llegar a casa, podemos enviar a alguien más si es demasiado para ti.
–No, no ―dijo Zoe que apresuradamente―. Puedo manejarlo.
El trabajo le haría bien. Sentirse útil y resolver casos era lo único que la hacía sentir que podía tener algo en común con el resto de la humanidad. Después de la debacle de anoche, sería un alivio poder concentrarse en algo nuevo.
–Muy bien. Las pondré a ti y a tu compañera en un avión en un par de horas. Van a ir a Missouri.
Un poco al sur de Kansas City, el coche de alquiler llegaba a una pequeña estación y se detenía.
–Es aquí ―dijo Shelley, consultando el GPS por última vez.
–Finalmente ―suspiró Zoe, dejando de apretar el volante y frotándose los ojos. El vuelo había sido un vuelo nocturno, persiguiendo al sol mientras se elevaba en el horizonte. Aún era temprano en la mañana, y se sentía como si hubiera estado despierta durante todo un día. La falta de sueño seguida directamente de una prisa por coger un avión podría causar eso.
–Necesito un poco de café ―dijo Shelley, antes de salir del coche.
Zoe estaba de acuerdo. El vuelo, aunque había sido breve, había estado lleno de interrupciones. El despegue, las azafatas ofreciendo desayunos y jugos al menos cinco veces, y luego el aterrizaje, no hubo mucho tiempo para dormir. Aunque las dos habían pasado la mayor parte del viaje en silencio, discutiendo sólo sus planes al aterrizar y dónde conseguirían el coche de alquiler, no habían logrado ningún descanso.
Zoe siguió a Shelley hasta el edificio, una vez más relegando su papel de agente superior y más experimentada. Shelley podría recibir más elogios, pero Zoe no era una novata. Tenía muchos casos en su haber, y los días de entrenamiento le parecían tan lejanos que apenas los recordaba. Aun así, se sentía más cómoda siguiéndola.
Shelley se presentó ante comisario local, y él asintió con la cabeza y estrechó la mano de ambas cuando Zoe repitió su propio nombre.
–Me alegro de que hayan llegado ―dijo. Eso era destacable. Normalmente los locales sentían algo de resentimiento ante el FBI, sentían que podían ocuparse del caso ellos mismos. Sólo cuando sabían que era algo fuera de su alcance se alegraban de que llegara la caballería.
–Esperemos que podamos resolver esto con rapidez y así podremos dejarlo tranquilo antes de que termine el día ―dijo Shelley, lanzándole una sonrisa tranquila a Zoe―. La agente especial Prime está de racha. Conseguimos cerrar nuestro primer caso juntas en cuestión de horas, ¿no es así, Zoe?
–Tres horas y cuarenta y siete minutos ―respondió Zoe, incluyendo el tiempo que le había llevado procesar a su convicto fugado.
Se preguntó brevemente cómo Shelley podía sonreírle tan fácilmente. Parecía bastante genuina, pero Zoe nunca había sido buena para notar la diferencia, a menos que hubiera algún tipo de tic o un gesto en la cara, un pliegue alrededor de los ojos en el ángulo correcto que indicara que algo no estaba bien. Después de su último caso, sin mencionar el casi completamente silencioso viaje en avión y en coche