Linda casi se resbala con un caramelo suelto que se había deslizado más lejos que el resto, y trató de mirar con atención donde colocaba sus pies. Su corazón se aceleró, y pudo oír sus propios pasos resonando demasiado fuerte mientras se dirigía hacia la esquina de la edificación. Deseaba poder hacer menos ruido, moverse más rápido y llegar hacia la puerta de la gasolinera.
Casi estaba corriendo, con la respiración entrecortada. Dobló la esquina, sintiendo una sensación de alivio al ver las conocidas puertas del frente.
Pero algo la estaba empujando hacia atrás, algo que le apretaba alrededor de su cuello.
Las manos de Linda subieron instintivamente, agarrando el fino y afilado cable que cortaba sus dedos mientras luchaba por liberarse. Sus pies trataron de mover su cuerpo hacia adelante, el impulso sólo empujaba su cabeza más atrás. Tenía que volver a las puertas. ¡Tenía que entrar!
El pánico le nubló su visión y la agónica presión se intensificó hasta que hubo una ráfaga de liberación, algo húmedo y caliente brotaba sobre su pecho y hacia abajo. No hubo tiempo de encontrarle sentido a lo que pasaba, sólo pudo jadear intentando respirar y sintiendo una húmeda sensación de succión donde había estado el cable, y notar el suelo bajo sus rodillas, y luego su cabeza contra el piso, y luego nada en absoluto.
CAPÍTULO UNO
La Agente Especial del FBI Zoe Prime miró a la mujer que estaba a su lado en el asiento del acompañante y trató de no sentirse intimidada.
–Esto sí que es empezar a toda máquina ―bromeó Shelley.
Zoe sabía lo que quería decir. Acababan de ser colocadas como compañeras, y aquí iban a toda velocidad hacia la escena del crimen. Una gran escena del crimen. Una que sería un gran titular en los diarios.
Pero eso no era lo que hacía que Zoe se sintiera incómoda. Era el hecho de que la habían puesto de compañera con una nueva agente que ya estaba dando que hablar en el FBI. Shelley Rose tenía un rostro amable, y se rumoreaba que podía obtener una confesión de cualquiera con sólo una sonrisa. Cuando tienes un secreto que ocultar, que tu compañera sea alguien así es algo que te puede poner muy nerviosa y paranoica.
Sin mencionar el hecho de que Zoe no era considerada como la mejor en nada en el FBI y albergaba bastante envidia sobre el nivel de respeto que ya tenía su compañera novata.
Shelley tenía una cara casi simétrica, sólo un milímetros la separaba de la perfección, una ligera variación entre sus ojos. No era de extrañar que ella provocara automáticamente la confianza y la amabilidad de los que la rodeaban. Era psicología clásica. Un pequeño defecto que hacía su belleza más humana.
Incluso sabiendo eso, Zoe no pudo evitar que a ella también le agradara su nueva compañera.
–¿Qué sabemos hasta ahora? ―preguntó Zoe.
Shelley hojeó la pila de papeles que tenía en sus manos, metidos en una carpeta.
–Un convicto se escapó de Tent City, en Phoenix ―dijo ella. Afuera del auto, el desierto de Arizona pasó de largo. ―Huyó a pie. Aparentemente, eso no lo ha frenado. Tres homicidios conocidos hasta ahora.
–¿Eran los guardias? ―preguntó Zoe. Su mente se adelantaba, estaba contando los kilómetros que un hombre puede recorrer a pie con este calor. No podría ir muy lejos sin descanso, sin refugio y sin agua. Si a esto se le sumaba el factor de la arena, se reducía aún más la distancia.
–No, gente al azar. Primero fueron dos excursionistas ―Shelley se detuvo, tomando una bocanada de aire a través de sus dientes―. Según todos los indicios los asesinatos fueron… despiadados. La última víctima era un turista que iba camino al Gran Cañón.
–Ahí es a donde nos dirigimos ahora ―asumió Zoe. El mapa de la zona se desplegó en su mente, trazando los caminos y senderos que cada víctima probablemente tomó para cruzarse con este hombre.
–Correcto. Parece que deberíamos prepararnos.
Zoe asintió en silencio. Había notado que era más difícil para gente como Shelley llegar a la escena del crimen y ver el cuerpo de la víctima. La gente así sentía el dolor y el sufrimiento que se les había infligido. Zoe siempre veía un cuerpo como si fuera carne. Carne que podría contener pistas que podrían ayudar a la investigación, y los números que la rodeaban.
Eso fue probablemente lo que le permitió pasar todos los exámenes de ingreso y convertirse en Agente Especial, manteniéndose tranquila y controlada, analizando los hechos en lugar de las emociones. Pero fue gracias a su naturaleza tranquila y su tendencia a la inexpresividad lo que la había llevado a precisar una nueva compañera. Aparentemente, el último había sentido que Zoe era demasiado tranquila y distante.
Había intentado remediar esto en su primer caso con Shelley comprando dos cafés para llevar y suministrándole uno a su compañera cuando se conocieron, imitando un ritual aparentemente antiguo entre compañeros de trabajo. Parecía que le había ido bien. Shelley era bastante agradable, por lo que Zoe tenía la esperanza de que esto pudiera funcionar.
No fue difícil detectar dónde era el sitio. La policía local deambulaba en uniforme bajo el sol implacable, el sol estaba tan fuerte que atacó los brazos expuestos de Zoe tan pronto como salió del coche con aire acondicionado. Su piel podría quemarse en cuarenta y cinco minutos si no se la protegía. Probablemente tendría sus mejillas, nariz y manos algo bronceadas para cuando volvieran a entrar en el coche.
Shelley las presentó, y ambas mostraron sus placas al oficial a cargo antes de acercarse a la escena. Zoe sólo escuchaba a medias, estaba feliz de dejar que Shelley se hiciera cargo. A pesar de que Zoe era la oficial superior, no tenía ningún problema en que Shelley se pusiera a cargo. Zoe ya estaba buscando las claves que le revelarían todo. Shelley asintió con la cabeza, un acuerdo tácito que marcaba que ella trataría con los policías locales mientras Zoe examinaba los alrededores.
–No sé si encontrarás demasiado ―le estaba diciendo el jefe de policía―. Hemos investigado todo con mucho detalle.
Zoe lo ignoró y siguió buscando. Había cosas que ella podía ver, cosas que otros no podían ver. Cosas que a ella le parecían que estaban escritas en letras de tres metros de alto, pero que eran invisibles para la gente normal.
Este era su secreto, su superpoder. Vio sus huellas en la arena y los cálculos aparecieron junto a ellas, diciéndole todo lo que necesitaba saber. Era tan fácil como leer un libro.
Se agachó un poco para ver mejor las huellas cercanas y podía ver cómo se alejaban del cuerpo de la víctima. La zancada le decía que el perpetrador medía un metro ochenta. La profundidad de sus huellas indicaba fácilmente un peso de alrededor de 95 kilos. Había estado corriendo a un paso constante, acercándose a la víctima a seis kilómetros por hora, según su distancia.
Zoe se movió, examinando el cuerpo a continuación. El convicto había usado un cuchillo de unos diecinueve centímetros para apuñalarlo por encima del cuerpo en un ángulo de cuarenta y nueve grados. La huida fue en dirección noroeste, a un ritmo de trote más rápido de unos nueve kilómetros por hora.
La sangre en la arena le mostraba que esto había ocurrido hacía menos de cuatro horas. Los cálculos fueron fáciles. Usando un índice promedio de fatiga y teniendo en cuenta el calor del día, Zoe miró hacia arriba y entrecerró los ojos mirando a lo lejos, imaginando exactamente a qué distancia lo encontrarían. Su corazón se aceleró cuando se imaginó que lo atrapaban. Lo atraparían fácilmente. Ya estaba fatigado, sin agua, y sin forma de saber que ya habían descubierto sus crímenes. Esto terminaría pronto.
Su atención se desvió a los arbustos y pequeños árboles que crecían a la distancia, se encontraban demasiado dispersos para ofrecer suficiente refugio para un humano. Vio las distancias entre ellos y los números aparecieron ante sus ojos, contándole la historia detrás del patrón. Dispersos unos de otros, con escasos recursos naturales. Agrupados, las raíces buscando una fuente de agua subterránea y un suelo rico en nutrientes. Aunque parecían aleatorias